Siguiendo el cauce del río Cardener, pasé por varios pueblos, todos con el apellido Torruella o Torroella, hasta llegar a Súria. Poco después, avisté a lo lejos la prueba de la economía del lugar, rodando sobre la línea férrea construida ex profeso a principios del siglo XX. Por ella se llevarían, de Súria a Manresa, las sales potásicas de los yacimientos descubiertos en 1919. El tren avanzaba despacio arrastrando un montón de vagones, de los que sobresalía su carga blanquecina con forma de pirámide.
Al llegar a la capital del Bages, Manresa, la evité. Ya conocía sus estrechas calles, siempre muy transitadas. Me desvié por el sur, pasando junto al puente de origen romano. De origen, sí, porque desde su construcción inicial, fue derribado y reconstruido en varias ocasiones (la última en los años sesenta del siglo pasado, a raíz de la destructora inundación), justo debajo de La Seu.
Manresa. Puente Viejo y La Seu o Basílica de Santa María.
Seguí en dirección a Monistrol de Monserrat, atravesé, bien pegado a la pared, el peligroso túnel sin iluminación, con la calzada llena de charcos y mucha gravilla. Todo un reto traspasarlo en medio del tráfico. A la salida tenía el enlace con la C58, vía que ya no dejaría hasta Terrassa.
Tras cruzar a la otra orilla del Llobregat, por el puente muy utilizado para la práctica de puenting, me paré cerca de Can Serra al ver unas zarzas llenas de moras que invadían parte del arcén. Ahí caí en el significado de “ponerse morado”. ¡Qué ricas! Estaban en su punto y, a pesar de que el sol pegaba fuerte, estuve un buen rato degustándolas.
Pero todo no fue bueno en esa parada. Más adelante, comprobé como perdía aire la rueda delantera. Había pinchado al apoyar la bici sobre los raíles protectores donde se acumulaba la porquería, y entre ella, algún pincho me la jugó. Eso me obligó a caminar hasta la cercana gasolinera, menos expuesto al intenso tráfico, para reparar. Cuando me vieron trajinando la rueda, me dijeron de hacerlo a la sombra, dentro de su taller y utilizando lo que necesitase. Me prestaron ayuda sin pedirla haciendo honor a su letrero: Estación de Servicio. ¡Bravo!
Esa estación de servicio cesó su actividad poco después, aunque las campas (una de cada lado de la calzada) y los edificios, seguían allí en 2019.
La montaña de Montserrat desde el último túnel antes de Terrassa.
Los cuatro kilómetros de subida hasta el pequeño túnel se hicieron largos, pero ya sabía que desde él, se iniciaba una larga bajada y que, tras un último repecho, llegaría a Terrassa. Desde allí, ya no abandonaría la zona urbana hasta casa, pues es poco el campo que separa las dos villas que comparten la capitalidad del Vallés Occidental.
Después de tantos años sin viajes por etapas, las sensaciones fueron buenas, muy buenas.
Seguro que repetiré salida, me decía a mí mismo cuando atravesaba el Parc Catalunya, ya en Sabadell, a pocos metros de casa.
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