Miguel Domínguez - Bicicleta, mon amour

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Desde muy joven, disfrutaba pedaleando por los alrededores de su ciudad, hasta que estas salidas de varias horas se quedaron cortas e inició recorridos de varios días. Acababa las etapas en campings o albergues que se encontraba por el camino, huyendo de los hoteles que ya frecuentaba por trabajo.
El 13 de julio de 2015, un hecho acaecido en la familia acabó con los viajes de largo recorrido. Desde entonces, ya no sale más de dos o tres horas seguidas, pero, al igual que a Bergman y Bogart; ¡Siempre les quedaría Paris!, a nuestro protagonista; ¡Siempre le quedarán los viajes por seis países del sur de Europa!
Gracias a las libretas de ruta y las fotos tomadas, ha podido recopilar unos cuantos en este libro ilustrado.

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Bicicleta, mon amour

Bicicleta, mon amour

Miguel Domínguez

Bicicleta mon amour - изображение 1 Bicicleta mon amour - изображение 2 картинка 3

TITULO: Bicicleta, mon amour

AUTOR: Miguel Domínguez, 2020

COMPOSICIÓN: MazingBooks - Optima, cuerpo 11

DISEÑO DE LA PORTADA: MazingBooks©

FOTOGRAFÍA DE LA PORTADA: Aportada por el autor©

FOTOGRAFÍAS INTERIOR: Aportada por el autor©

MAPAS INTERIOR: Trazados por autor sobre mapas Google Maps©

1ª EDICIÓN: diciembre 2020

ISBN: 978-84-18575-50-1

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08201 Sabadell - Barcelona

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Todos los derechos reservados.

A mis tres mujeres preferidas:

Mi madre: por transmitirme el gen bici-viajero.

Mi esposa: por permitirme escapar, de vez en cuando,

para realizar estos viajes.

Mi hija: por marcar para siempre la bici en mi piel

con este tatuaje, que luzco orgulloso,

en mi pantorrilla izquierda.

I Tras os Montes 1522 agosto 1990 Mi primer viaje por etapas fue a Oporto - фото 7

I

Tras os Montes

15-22 agosto 1990

Mi primer viaje por etapas fue a Oporto, desde Nogarejas, un pueblo de la provincia de León en el límite con la de Zamora, pasando entre las sierras de La Cabrera y de La Culebra, antes de entrar en Portugal por la agreste región de Tras os Montes.

La bici empleada fue una Gacela, de BH, más apropiada para la ciudad, a la que había cambiado el pedalier de dos platos por uno de tres para tener más margen entre el llanear y las cuestas de los alrededores de casa, en Sabadell.

El viaje lo improvisé en el pueblo donde veraneaba, y en él no había tienda para equiparse, por lo que el traje de ciclista fue un chándal de rizo marca vulgaris y una gorra roja, visible desde lejos sí, aunque sin la protección de un casco. Como, al parecer, dijo el fundador de los Juegos Olímpicos modernos, Pierre de Coubertin: “Lo importante es participar, porque, si no participas, no podrás optar a ganar” Muchos no conocen ese lema en su totalidad, dando por bueno solo el hecho de participar, sin más objetivo. En mi caso, el atuendo era lo de menos, lo importante era llegar a Oporto y volver, en bici.

En el porta-bultos llevaba atada una mochila con todo el equipo, poca cosa: un par de mudas por si me pillaba agua, el saco de dormir y la famosa esterilla aislante que, enrollada, sobresale del equipaje de cualquier mochilero. Lo más importante era la tienda canadiense para pernoctar en los campings a lo largo del recorrido. Campings que localicé guiándome por los dibujitos característicos que aparecían en los mapas regionales Michelin, que había utilizado con agrado viajando en coche, antes de la era GPS. Eran (y siguen siendo) muy completos y fiables, aunque tuve que ir improvisando sobre la marcha, pues esta, la marcha, no fue lo rápida que había previsto a causa de la ausencia de letreros indicadores sobre el terreno (o la inexactitud de los mismos cuando sí existían), pero, sobre todo, del mal estado de las carreteras, que en algunos casos eran verdaderos caminos de cabras. Los radios de la pobre gacela, bici de ciudad, no aguantaban tanto traqueteo durante tanto rato seguido.

Ese viaje debía hacerlo en compañía de tres amigos de la bici, que también veraneaban en el citado pueblo, pero que se fueron apeando del proyecto uno tras otro, con excusas muy peregrinas, incumpliendo la promesa hecha al calor de unas cervezas en el bar de Manolo.

El abandono de los colegas no me contrarió demasiado. ¡Mejor solo que mal acompañado! Me dije. Recordaba lo que había padecido durante una salida de dos días, unos cuantos años atrás, cuando fui con un compañero de trabajo y un amigo de este, a presenciar la carrera de resistencia de coches más famosa de la época; las 24 horas de Le Mans. Desde Châteaudun (donde residía entonces), apenas nos separaban cien kilómetros, pero se me hicieron eternos con mis compañeros muy amateurs que se apeaban cada dos por tres para descansar, o cuando una cuesta subía más del 5%.

El día 15 de agosto a las 9 en punto, iniciaba la primera etapa saliendo en solitario de Nogarejas.

El tiempo era excelente y la comarcal en dirección a Puebla de Sanabria, poco transitada. Al atravesar Castrocontrigo, un pueblo mayor y última aglomeración en esa carretera antes de abandonar la provincia de León, tampoco me topé con nadie. La verbena de la noche anterior sería la causa de la ausencia de personal a esa hora mañanera.

Al avistar Quintanilla desde lo alto de la curva justo antes de llegar, parecía un pueblo fantasma. Las casas de piedra con los tejados de pizarra, tenían un aspecto desolador, como en ruinas. Después de cruzar el arroyo, o lo que quiera que fuese aquello que se salvaba por el puente de la carretera (agua no vi), llegué a la aldea. No pude comprobar si estaba en ruinas de verdad, pero la vegetación, que campaba a sus anchas y la ausencia de gente o animales domésticos daba la impresión de que aquel pueblo estaba realmente abandonado.

También me lo pareció Justel, un poco más adelante, pues tampoco me crucé con nadie en sus inmediaciones y el aspecto era similar.

Llegando a Muelas de los Caballeros busqué donde tomar algo caliente porque a pesar del buen tiempo y del pedaleo, por la meseta, a novecientos metros de altitud media, el fresco se hacía notar; pero mi gozo en un pozo. Todo cerrado también en ese pueblo. Ni rastro de personal. Se tomaron en serio la fiesta de la Asunción ¡No trabajaba nadie!

En Palacios de Sanabria, el bar del cruce con la N525 si estaba funcionando y muy concurrido. En él me paré para tomar un refresco; ya se había caldeado el ambiente. Aproveché para llevarme un bocadillo, relleno de tortilla de patata recién hecha que acababan de sacar a la barra, para complementar las viandas que había preparado en casa la noche anterior.

Continué por la Nacional Benavente-Orense, con mucho y rápido tráfico, hasta las inmediaciones de Puebla de Sanabria, pero sin llegar a entrar en la ciudad. Avisté un lugar excelente para comer, al pie de un árbol con buena sombra, en un prado alejado de la ruidosa carretera. Ahí cometí un grave error: comer mucho y beber más de la cuenta. Me sobrevino una somnolencia, que, alimentada por la tranquilidad y el trino de los pajarillos, me indujo a una siesta que me relajó en exceso, tanto, que me costó mucho volver a arrancar.

Al llegar a mitad de camino de la Portilla del Padornelo no tuve más remedio que parar para tomarme un respiro. Con el fuerte viento de cara, y la tripa llena, me fue muy difícil afrontar el ascenso de un tirón.

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