Miguel Domínguez - Bicicleta, mon amour

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Desde muy joven, disfrutaba pedaleando por los alrededores de su ciudad, hasta que estas salidas de varias horas se quedaron cortas e inició recorridos de varios días. Acababa las etapas en campings o albergues que se encontraba por el camino, huyendo de los hoteles que ya frecuentaba por trabajo.
El 13 de julio de 2015, un hecho acaecido en la familia acabó con los viajes de largo recorrido. Desde entonces, ya no sale más de dos o tres horas seguidas, pero, al igual que a Bergman y Bogart; ¡Siempre les quedaría Paris!, a nuestro protagonista; ¡Siempre le quedarán los viajes por seis países del sur de Europa!
Gracias a las libretas de ruta y las fotos tomadas, ha podido recopilar unos cuantos en este libro ilustrado.

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Entre los puntos kilométricos 115 y 100, la N103 estaba en obras. Un verdadero pedregal, con trozos de varios kilómetros solo de tierra. Allí me encontré con unos turistas holandeses* que arrastraban una de esas caravanas redonditas, pequeña. Parados, miraban un mapa sobre el capó del coche, no sabiendo si seguir o dar la vuelta al ver el estado de la vía.

Me preguntaron algo que intuí se refería a la carretera, pues lo hicieron en su lengua (pensarían que, al ir en bici, también sería holandés), pero al constatar que no les había entendido lo hicieron en inglés, eso sí, muy des-pa-ci-to (qué manía tenemos cuando nos dirigimos a alguien que no habla nuestro idioma, de hablarles despacio y gritando).

En vista de la escasa comunicación lingüística y al estar tan sorprendido con las obras como ellos, alcé los hombros mostrándoles que no sabía qué decir, cosa que sí entendieron. Yo, como podía circular por el arcén de tierra más compactada, seguí camino. Los rubios de rostro pálido, allí se quedaron sopesando la decisión de seguir o no.

En 2020 se sustituyó la denominación de Holanda por la de Países Bajos, por lo que en mi historia debería decir “unos turistas neerlandeses”.

Cuando acabó la zona de obras casi que fue peor. El arcén era de adoquines irregulares y la calzada con muchos baches, pero sobre todo muchos coches, por lo que no tenía más remedio que seguir por el minúsculo e inhóspito arcén, sufriendo la rotura de varios radios de la pobre gacela, y del trasero de quien la cabalgaba.

Km 258 pantano en el río Cávado Llegando a Venda Nova paré para comer algo - фото 10

Km. 258, pantano en el río Cávado.

Llegando a Venda Nova, paré para comer algo de fruta y sustituir los radios rotos en un taller en el que me atendieron enseguida y muy bien. Era uno de esos mecánicos rurales que arreglan de todo y, aunque la estancia estaba muy revuelta, llena de trastos, sabía dónde encontrar cada cosa, además, el hombre no paraba de preguntarme sobre el viaje al mismo tiempo que reparaba la rueda casi sin mirar. ¡Un manitas!

Saliendo del pueblo, cuando pasaba delante de la última casa, un perro enorme que estaba tumbado en el porche empezó a perseguirme ladrando. Al ver que se acercaba con intenciones poco amistosas, sin pararme, extraje la bomba plateada que llevaba adosada al cuadro amenazándole con ella. Qué razón tiene el dicho: perro ladrador poco mordedor, todo lo que tenía de grande lo tenía de temeroso pues, al ver como crecía el hinchador (que se abrió y destelló al blandirlo), se sorprendió tanto que marchó chillando en dirección contraria con el rabo entre las patas, perdiéndose entre los huertos que bordeaban la carretera.

Seguí mi camino hasta que llegué al segundo pantano, el del río Cávado, donde pude apreciar otra panorámica boscosa que, desde lo alto, se precipitaba hasta tocar las aguas del lago artificial en el fondo del valle.

Dato curioso. Paré a unos veinticinco kilómetros antes de Braga, en otro Snack bar a pie de carretera para refrescarme por dentro y por fuera. Al pedir la cuenta, con un billete de quinientos escudos (2,5€) en la mano, no me hacían caso. Me miraban, se miraban entre ellos (camareros y parroquianos) comentando no sé qué, pero no me decían nada. La pedí varias veces sin resultado y al ver que me ignoraban, opté por marchar a ver si al verme salir se decidían. Estuve en el exterior colocando las cosas en la bici con mucha parsimonia, pero como no salió nadie a reclamar me largué. Miré por el retrovisor bastante rato, por si al final se habían decidido a cobrarme, pero no. Todavía hoy no comprendo su actitud.

¡Al fin apareció el campismo de Braga! Los últimos catorce kilómetros, rodando sobre una calzada de adoquines, con alguna que otra zona alquitranada... No me extrañó que los comercios de la zona (casi todos de muebles) se denominasen: Roma, Ben Hur o Emperador, pues la N103 se asemejaba más a una calzada romana del siglo primero que a una carretera de finales del XX.

Ya duchado, aseado y mi carpa montada, me fui a telefonear a casa y en busca de tiendas. El Isostar se acababa y todavía quedaban muchos kilómetros por recorrer.

Regresé de compras con menú muy variado en la bolsa: pan, sardinas en aceite, salchichas de Frankfurt, patatas chips (muy buenas) queso Camembert (también excelente) agua y cerveza. Tras su ingesta, paseé un rato para digerirlo todo.

El Parque Campismo da Câmara Municipal de Braga (abreviando: Camping Municipal) estaba muy bien: piscina, duchas calientes, bar, mini-mini tienda (sería por el hiper tan cercano) y cómo no, ¡los otros ibéricos dando la nota, como casi siempre! Los niños gritando y los mayores diciéndoles cariñitos como ¡cállate ca..ón! o ¡estate quieto hijop..a! Menos mal que la mayoría de los campistas eran galos y los españolitos copiaron sus buenos modales.

La noche se anunciaba tranquila, no como la anterior que, al levantarse un fuerte vendaval que meneaba todo, unido al ruido de los chopos a orillas del río, alertó a varios campistas que salieron para afianzar los vientos de sus tiendas, despertando a los que sí habíamos sido previsores fijándolos bien. En Braga la noche fue serena, sin aire y los robles, pinos o acacias que poblaban el recinto, poco ruidosos de por sí, permitieron dormir en silencio a todo el mundo. Los niños se portaron bien. ¡No nos levantamos excrementados!

Salida del camping de Braga en busca de un taller. La burra tenía más radios rotos. Abandoné Braga dos horas más tarde por la N14, una carretera mala, con muchas cuestas, cortas pero muy pendientes, y un tráfico infernal. Los coches adelantaban de cualquier forma, y ninguna legal. No aparté un ojo del retrovisor hasta llegar al campismo de Prelada, en Matosinhos, a pocos kilómetros al norte de Oporto, hacia donde salí de visita después de instalarme.

En Portugal conocían poco el alquitrán en aquella época, pero eran expertos en adoquines: pequeños y grandes. Blancos para los pasos de peatones, negros para las paradas del bus, marrones para los tranvías. ¡Una verdadera gozada para ir en bicicleta! Aunque reconozco que son visibles, decorativos y duraderos. No les afecta ni el calor ni el frío. Además, con ellos recrean unos dibujos muy majos, con adoquincitos blancos y negros, que adornan las aceras y que no he visto en ningún sitio más.

Al fin llegué al océano. La playa de Matosinhos estaba muy concurrida. Siguiendo mi costumbre de mojarme siempre que llego a un lugar costero, aunque solo sean los pies, decidí darme un chapuzón de cuerpo entero pues la temperatura ambiente era buena. Para ello escogí un sitio de difícil acceso, entre rocas, dejando la bici segura al estar cerca del agua y lejos del paseo por donde deambulaba el personal. El agua estaba muy fría, mejor dicho, helada, pero medicinal. ¡Tenía algas para dar y tomar! Menos mal que el sol pegaba fuerte y me repuse enseguida al salir.

Me llamó mucho la atención la gran cantidad de casetas de baño con sus cortinas a rayas blancas y rojas, o azules, que estaban tan de moda allá por los años del charlestón. Los bañistas lucían bañadores casi de la misma época, contrastando con los turistas en biquini o en topless.

Oporto Castelo do Queijo y barco hundido Comí en un chiringuito un bocata un - фото 11

Oporto. Castelo do Queijo y barco hundido

Comí en un chiringuito un bocata un tanto raro, aunque muy bueno. Bollo de pan tipo hamburguesa, pero XXL y semidulce. Dos salchichas enormes y una loncha de jamón york, también talla grande, rellenaban aquel sanduíche.

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