Hasta aquí, hemos dedicado varios párrafos a considerar los elementos que en su conjunto conformarían una aproximación a la descripción del arquetipo de una escuela de pensamiento, entendiendo por arquetipo la representación colectiva o el constructo teórico modélico de una realidad. Esta formulación que hemos intentado elaborar sin duda alguna es incompleta, pudiendo ser enriquecida con otras perspectivas. Sin embargo, es clara y suficiente para nuestro propósito. Esta idea general de escuela de pensamiento nos permite argumentar que es tiempo de privilegiar la generación de procesos más que la búsqueda de resultados inmediatos.
Vamos culminando un trienio de ambientación motivacional de ese escenario académico conocido por todos como escuelas de pensamiento. El camino recorrido ha sido fructífero. Mas es importante recordar en este momento que en la historia las personas pasan pero los fenómenos importantes son las innovaciones en las prácticas y las costumbres, los hechos culturales y sociales que cambiaron los paradigmas. Así lo sostiene el historiador colombiano Álvaro Tirado en entrevista concedida a Bautista (2014), “la historia la hacen los individuos, pero a la larga, sin menospreciar su función, lo que mueve la historia son los procesos” (p. 9). En consecuencia, se trata ante todo de sentar las bases, tanto teóricas como prácticas, que permitan en el mediano y largo plazo la creación, el desarrollo y el sostenimiento de escuelas de pensamiento en la Universidad.
El papa Francisco, al reflexionar sobre el tiempo como horizonte que se nos abre, advierte que los ciudadanos vivimos en una permanente tensión entre la coyuntura del momento y la utopía del futuro, y en ella nos invita a trabajar más en el largo plazo sin obsesionarnos por resultados inmediatos, ya que podríamos enloquecer al querer tenerlo todo resuelto en el presente. La prioridad está en ocuparse de iniciar procesos sin camino de retorno. Francisco escribe: “Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos” (2013, p. 172). He aquí por qué el empeño está en generar procesos que construyan academia universitaria, más que obtener resultados inmediatos que producen un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no contribuyen a la realización humana.
Manos a la obra
Me comentaba un profesor con más de treinta años de trabajo en la Universidad que la idea de las escuelas de pensamiento le parecía una iniciativa con gran potencial de futuro, pero que no era muy optimista frente a su puesta en práctica, pues durante muchos lustros había visto aparecer y desparecer con singular velocidad muchos proyectos prometedores, cuya fugaz trayectoria no dejó sino el recuerdo de un buen debate académico. Con gran franqueza me preguntaba: “¿Han pensado cómo hacer para que la idea de las escuelas de pensamiento no se vaya a quedar en un discurso bonito, llamativo, inquietante y provocador?” A decir verdad, no le falta razón. Es una tarea pendiente por realizar. Ya Maquiavelo había escrito, con especial finura de buen pragmático, al referirse a la introducción de cambios o nuevas leyes: “que no hay cosa más difícil de realizar, ni de más dudoso éxito, ni de mayor peligro para manejar que el establecimiento de grandes innovaciones” (1975, p. 108). Y a renglón seguido, al referirse a sus tímidos defensores, daba como una de las razones de dicha timidez “la natural incredulidad de los hombres, que no se convencen de que una cosa nueva es buena hasta que no se lo demuestra la experiencia” (1975, p. 108).
Tener una idea nueva y llevarla a la realidad es el gran reto de los creadores, mas la experiencia enseña que los fabricantes de sueños no siempre cuentan con la capacidad de concretizarlos. Necesitan de la ayuda de sus colaboradores, de aquellos que son capaces de aterrizar al creativo, de darle polo a tierra a la visión mediante el poner los medios prácticos para su realización: recursos, invenciones, tecnología, metodología, planes y estrategias. La mayoría de las innovaciones se mueren por falta de gerencia, por carencia de uno o varios hábiles administradores del sueño. Nadie hace una innovación en solitario; es toda la universidad la que contribuye a tal fin. Lo importante es que cuando haya una idea creativa, se ofrezcan las condiciones necesarias para aplicarla y ponerla a funcionar. Bien lo dice el refrán popular “innovación sin ejecución es vana ilusión”.
Las nuevas ideas no son de evolución cortoplacista; toman su tiempo para aparecer y requieren de largo plazo para concretarse y hacer parte de la cotidianidad. Si pensamos en las innovaciones tecnológicas, lo cual podemos aplicar a otros campos de la inventiva, al menos demandan de tres tipos de actores: el del visionario o genio que concibe la idea, la piensa, es quien se adelanta a su época; el del práctico, aquel que es capaz de hacerla funcionar, de ejecutarla contra viento y marea; y el tercero, el del espíritu empresarial y de negocios, que todo lo que toca lo torna producto y le encuentra un nicho en el mercado. Fácil es deducir que no es lo común el que las tres cualidades se encuentren en la misma persona, por eso el trabajo en equipo ha sido siempre la clave, grupos exitosos que han combinado gente con talentos complementarios.
En los colectivos de escuelas de pensamiento y, en general, en todos los ámbitos de la Universidad, se encuentran personas que encarnan los diferentes tipos de liderazgo, por tanto el éxito está asegurado. Sin embargo, hay que ser conscientes de que las innovaciones toman su tiempo para madurar, y que los grupos van creciendo y encontrando su camino poco a poco. Se trata de darle tiempo al tiempo. Cuestión nada fácil para nuestra época que vive fascinada por la velocidad y por la aceleración, en una carrera por quién trabaja más rápido, más eficientemente, procurándose logros y éxitos lo más pronto posible. Para que las escuelas de pensamiento no se esfumen como flor de un día se debe huir de ese ritmo vital desasosegado, siendo conscientes de que nuestra cultura: “[…] valora más el presente, desplazando la comprensión del futuro como proyecto social y humano; además, se vive en una colectiva urgencia de tiempo, es decir, una sensación de falta de tiempo constante” (Barragán, 2013, p. 72). Frente a este virus de la prisa, el mismo Barragán propone el antídoto: “La ruta está en pensar de forma serena en aquello que nos acontece” (2013, p. 73).
Junto a este antivirus de celeridad que evita la productivitis aguda, es igualmente importante una buena dosis de silencio. ¿Por qué las universidades colombianas no son más creativas? Las respuestas posibles son múltiples. Una de ellas es que se tornaron muy ruidosas. No nos referimos aquí a la contaminación sonora de la ciudad que las envuelve. Pensamos ante todo en el cúmulo de tareas y funciones que cada uno debe desempeñar, las cuales de por sí no dejan mucho tiempo libre, y el escaso que queda ha sido colonizado por los dispositivos electrónicos de última generación, que pareciera hubieran sido inventados a propósito para invadir los escasos espacios de soledad de los cuales disponemos. ¿Existe algún universitario —profesor, estudiante, directivo— que libremente se desconecte, al menos, por un breve tiempo? Parece que es misión imposible. Nadie se puede escapar del vertiginoso ritmo que asfixia a las universidades. Sin embargo, sabemos que en la medida en que una persona se aplique al silencio, allí radica toda su creatividad. Es la experiencia de todo artista, filósofo, científico, escritor, profesor o investigador que se precie de tal. Sin adecuado silencio interior y exterior, es imposible que surja lo nuevo. En palabras de Smedt: “La variedad infinita de los silencios se revela plena de significados, es un tesoro, porque es una verdadera fuerza activa” (1992, p. 6). Tal energía se asemeja a las fuerzas telúricas que operan en el silencio de lo profundo de la tierra modificando las estructuras y los comportamientos imperceptiblemente. En resumidas cuentas, serenidad y silencio, como condición sine qua non para la consolidación de las escuelas de pensamiento.
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