En este orden de ideas, la maduración y el desarrollo de la Universidad de La Salle, dentro de un proceso evolutivo de mayor complejidad de su ecosistema universitario, ha alcanzado un hito significativo de su caminar al identificar y formular participativamente una agenda temática, o si se prefiere, de unos objetos de estudios prioritarios para los próximos años con posibilidades diversas para ser abordados. Se trata de las diez líneas institucionales de investigación, a saber: Educación y cultura; Memoria y reconciliación; Ambiente y sustentabilidad; Biodiversidad; Una salud: cuidado humano, animal y del ecosistema; Territorio, equidad y desarrollo; Ruralidad y seguridad alimentaria; Gestión, entorno y competitividad de las organizaciones; Innovación y tecnología; y Ciudadanía, ética y política. Todas ellas las podemos encontrar juiciosamente desarrolladas en el Librillo Institucional nro. 58 de agosto del 2014, titulado Líneas institucionales de investigación, elaborado bajo la dirección del Dr. Luis Fernando Ramírez Hernández, Vicerrector de Investigación y Transferencia.
Este documento, como gran horizonte científico, convoca a la articulación de todas las iniciativas creativas que se dan cita en la Universidad. En palabras de Ramírez (2014): “se trata de construir un eje ordenador de la investigación que permita la integración de los esfuerzos de una o más personas, grupos o instituciones comprometidas en el desarrollo del conocimiento en un ámbito específico” (p. 13). La tarea es prometedora, pues se da una gran coincidencia con los énfasis de trabajo que vienen adelantando los distintos organismos y estamentos de la Universidad. Basta mirar los emprendimientos en curso de los programas académicos, de las publicaciones, de los grupos de investigación, de los semilleros de investigación, de los observatorios, y en el caso que nos ocupa, de los colectivos de escuelas de pensamiento, los cuales confluyen en el mismo norte trazado por la Vicerrectoría de Investigación y Transferencia (VRIT).
En este sentido, las condiciones están dadas para el compromiso con la visión cristiana del hombre, del mundo, de la historia y del saber que identifican nuestro ideario institucional. Dentro de esta mirada de fe destaca la convicción del haber sido “creados creadores” por Dios. Los seres humanos como parte de la naturaleza, sometidos a sus leyes, somos creaturas creadas como todo lo demás, pero con la capacidad de recrear esa naturaleza. En este contexto, es llamativo el comentario de León (2006) sobre la narrativa que trae el libro del Génesis de la Biblia: “Alguien ha interpretado el descanso de Dios en el séptimo día como el momento en el que Dios da el relevo al ser humano para que continúe su obra” (p. 72), y más adelante afirma que el ser humano, al ser creador, “recrea lo creado por Dios, lo incluye en su vida y en su destino. El mundo aguarda al hombre creado creador para que le dé todo su sentido” (p. 74).
Independientemente de si se comparte o no esta visión de la existencia, es una realidad que en el ejercicio de crear y de formar creadores se juega gran parte de la misión futura de la Universidad, que al ponerse al servicio de las personas y de la sociedad, debe sentirse llamada a ser creadora de sí misma, libre y responsable, capaz de descubrir y poner en actos las mejores estrategias para el bien común. He aquí la tarea fundamental de las escuelas de pensamiento: ser creadoras de creadores en las distintas ramas del conocimiento. Labor más que pertinente para el propósito de hacer interlocución con los entornos sociales y culturales en los que estamos insertos.
Si recordamos nuestra historia latinoamericana, son pocas las creaciones de talla universal. Mencionemos a manera de ilustración, en primer lugar, el llamado “boom de la literatura latinoamericana”, definido así por Tirado (2014): “consistió este en que un grupo de talentosos escritores latinoamericanos publicó, en los años sesenta, obras fundamentales que tuvieron una espectacular acogida e inmensa difusión en los medios intelectuales, en la academia y entre los lectores del hemisferio norte y de las otras regiones del globo” (p. 113), es decir, se pasó del copiar modelos al hacer un aporte original a la literatura. En segundo lugar, podríamos traer a colación la renovación de nuestra iglesia, gracias al influjo en los años ochenta de la “teología de la liberación”, fruto maduro del cristianismo latinoamericano. En palabras de Tamayo (2009), “se trata de la primera gran corriente de pensamiento cristiano nacida en el Tercer Mundo con identidad propia, que se resiste a ser sucursal de la teología europea o remedo de la teología norteamericana” (p. 70). Deberíamos imitar estos ejemplos, y continuar tras sus sendas inventivas. Por tanto, acrecentar el aporte creativo latinoamericano al torrente mundial es un proyecto de generaciones, que bien justifica con creces el maridaje entre escuelas de pensamiento y Universidad.
Distingamos ahora algunas tipologías de dicho enlace. Principiemos con esta pregunta: ¿es posible una Universidad aséptica, no contaminada por ninguna escuela de pensamiento? Sería algo así como tratar de imaginar un escritor con sus escrituras desprovistas de total influencia de alguna posición política o estilo redaccional. La asepsia de escuelas en la Universidad no existe. Se está necesariamente inmerso en las preferencias de sus actores, ya sea de manera consciente o inconsciente. Lo que sí podría ocurrir en el ecosistema universitario es la ausencia de escuelas y la desaparición de escuelas.
Con el primer caso nos referimos a esa etapa de la Universidad que aún no ha logrado, de pronto por ser muy joven, el contar con algunas escuelas de pensamiento propias, surgidas de sus dinamismos intelectuales y científicos. Pues bien, ya le llegará su turno. Con lo segundo entendemos lo mismo que Bunge (2013), para quien hay períodos en los cuales en el pensamiento humano se registran bajas importantes, “el positivismos lógico, el materialismo dialéctico y la filosofía lingüística quedaron marginados porque ya no tenían nada nuevo que aportar” (p. 8), idea que pasa a colorear así: “A la caída de la filosofía marxista contribuyó decididamente la del imperio soviético. De un día para otro quedaron cesantes decenas de miles de profesores de esa filosofía y dejaron de venderse las obras completas de Lenin, que hasta entonces se vendían más que la Biblia” (p. 8). En consecuencia, ¿qué ocurre cuando desaparecen escuelas de pensamiento y algunas se vuelven cadáveres? He aquí la respuesta: “Los vacíos que dejaron esas tres escuelas no fueron ocupados por otras nuevas dedicadas a trabajar problemas nuevos con nuevas herramientas” (Bunge, 2013, p.8.). Esto también lo ha experimentado nuestra Universidad al igual que cualquier otra universidad colombiana, le han llegado de aquende y allende múltiples escuelas de pensamiento, pero como son organismos vivos, nacen, crecen, hacen su impronta y mueren. Cada uno de los que ha pasado varios años por una universidad, puede dar cuenta de los autores de moda, de los movimientos, de las corrientes, de las vanguardias, de las escuelas de pensamiento que fueron su humus intelectual. Años después, ¿qué queda de todos ellos una vez su aroma se ha diluido?
A esta pregunta responde una última tipología de la relación escuelas de pensamiento y Universidad: la creación de escuelas. Todo en la Universidad debe favorecer la capacidad de crear de sus integrantes, ya que lo que distingue el ambiente universitario es la pasión por crear. No olvidemos que, “la capacidad creativa de una persona tiene que ver con distintos elementos, como su capacidad cognitiva, su ámbito familiar, su entorno educativo, su potencial intelectual, su inteligencia emocional y su propia personalidad” (Reina y Abultaif, 2013, p. 19). La universidad es la encargada de cultivar y modificar todos esos elementos, porque la creatividad es un talento que se puede formar y fomentar.
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