Las
Escuelas
de la
Sabiduría
Ancestral
Juan Moisés de la Serna
Editorial Tektime
2021
“Las Escuelas de la Sabiduría Ancestral”
Escrito por Juan Moisés de la Serna
1ª edición: mayo 2021
© Juan Moisés de la Serna, 2021
© Ediciones Tektime, 2021
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Prólogo
Los primeros atisbos de claridad empezaron a rasgar el frío cielo de la noche arropada en oscuridad, atravesando los luminosos rayos de sol de aquella extensa llanura, devolviendo el color ocre a esta tierra inhóspita, habitada únicamente por pequeños roedores y alimañas que se guarecen durante el día entre los escasos matorrales espinosos.
Me levanté rápido al alba, como era mi costumbre, y tras desperezarme realizando algunos movimientos de estiramientos, me preparé para la oración a través de la ablución, el ritual del agua, lavándome cara y manos. Tras esto cerré los ojos e inicié mis oraciones, no sin antes tomar las precauciones debidas para asegurarme que nadie me viese en aquellos momentos de recogimiento, ya que todavía pesaba sobre nosotros ese atroz edicto faraónico, por el que se nos condenaba a ser prófugos de nuestra propia tierra, pero ¿quién en nuestras circunstancias se quedaría para sufrir uno de los castigos más cruentos?
Dedicado a mis padres
Contenido
Capítulo 1. Un Futuro Incierto
Capítulo 2. Las Escuelas del Conocimiento
Capítulo 3. La Persuasión
Capítulo 4.La Esperanza
Capítulo 1. Un Futuro Incierto
Los primeros atisbos de claridad empezaron a rasgar el frío cielo de la noche arropada en oscuridad, atravesando los luminosos rayos de sol de aquella extensa llanura, devolviendo el color ocre a esta tierra inhóspita, habitada únicamente por pequeños roedores y alimañas que se guarecen durante el día entre los escasos matorrales espinosos.
Me levanté rápido al alba, como era mi costumbre, y tras desperezarme realizando algunos movimientos de estiramientos, me preparé para la oración a través de la ablución, el ritual del agua, lavándome cara y manos. Tras esto cerré los ojos e inicié mis oraciones, no sin antes tomar las precauciones debidas para asegurarme que nadie me viese en aquellos momentos de recogimiento, ya que todavía pesaba sobre nosotros ese atroz edicto faraónico, por el que se nos condenaba a ser prófugos de nuestra propia tierra, pero ¿quién en nuestras circunstancias se quedaría para sufrir uno de los castigos más cruentos?
No conforme con el escarmiento que supondrían penas menores, como el recibir golpes de bastón, el encarcelamiento o incluso la pérdida de las pocas propiedades que poseíamos, se nos condenó a la pena capital.
Por eso no nos quedó más remedio que abandonar a todos los que conocíamos y queríamos, e iniciar una huida apresurada de aquel vasto imperio, intentando alcanzar tierras donde no llegasen noticias del nuevo Faraón.
Cada uno de nosotros tomamos caminos diferentes, sabiendo que, si éramos capturados, sin mediar juicio alguno y sin posibilidad de apelación, nos darían la peor de las muertes, a manos precisamente de aquellos a los que con tanta benevolencia habíamos tratado.
A pesar de ser un castigo prohibido por su extrema crueldad, propio de otros pueblos que existían más allá de las fronteras conocidas, se aplicaba excepcionalmente como humillación pública hacia el reo y a lo que éste representaba, haciendo partícipe en la ejecución, de aquella inhumana sentencia, a una muchedumbre airada, previamente arengada por las autoridades que permanecían impasibles ante las súplicas del condenado.
Piedra a piedra, va recibiendo aquel brutal castigo, que le va quitando la vida poco a poco, golpe a golpe, hasta que su cuerpo queda semienterrado e inmóvil.
Una visión turbadora de mi futuro, que me hacía difícil concentrarme en estos momentos de oración y recogimiento personal.
Inspiré profundamente y cerrando los ojos empecé a dar gracias por la bendición de la luz que estaba recibiendo en esta hermosa mañana que simbolizaba un nuevo día, una esperanza renovada para poder seguir adelante, dejando atrás el sufrimiento y la sinrazón, centrado únicamente en atravesar aquellas inhóspitas tierras, en busca de cobijo antes de adentrarme en las rocosas y escarpadas montañas que serían mi destino final, de allí salí y allí quisiera regresar, donde todo empezó hace ya muchas lunas.
Nadie merecería ser condenado a tan cruento castigo, ni siquiera los generales de los ejércitos enemigos atrapados en el campo de batalla se vieron nunca sometidos a tal degradación, permitiéndoles morir delante de los suyos con la cabeza bien alta, otorgándole una muerte limpia y rápida. Y menos cuando no cometimos delito alguno ni siquiera habíamos provocado mal a nadie.
Como todos los demás, me había limitado a cumplir con mi función lo más eficazmente posible, tratando de ser rápido y certero en mis tareas. Y por eso, soy reo de muerte, por el sólo hecho de existir, por representar a un tiempo glorioso que llegó a su final y del que nadie puede ya ni hablar por estar prohibido.
Según he podido saber a través de los comentarios procedentes de los mercaderes de las caravanas, y muy a mi pesar, muchos de mis compañeros, desde los más jóvenes e impetuosos, hasta los más sabios y ancianos, ya han sufrido este fatal revés del destino, pagando el precio más alto que se puede pedir, del cual estoy tratando de huir desde hace meses, y por el que ni siquiera soy capaz de mirar hacia atrás, a sabiendas de que en cualquier momento, alguien me puede reconocer y delatar.
Por lo que intento pasar lo más desapercibido posible allá por donde voy, siempre tapado con mi túnica que me cubre de la cabeza a los pies, y únicamente deja entrever una esbelta silueta, exponiendo a los rayos del sol parte de la faz y mis ahora agrietadas y curtidas manos. Discurriendo por los polvorientos caminos con paso calmado y pausado, con la única compañía y ayuda de un cayado que a modo de muleta me recuerda mis orígenes y mi futuro.
Cuando se hace inevitable mi encuentro con alguien, mientras transito por los desolados senderos o los yermos caminos, ya sea otro caminante solitario, algunos soldados de patrulla o una caravana en busca de un buen acuerdo, trato de no levantar la cabeza para que nadie fije su mirada en mi rostro, sin atreverme a contestar cuando se dirigen hacia mí, haciendo como si nada oyese y continuando mi camino.
A pesar de la nueva vida a la que me he visto abocado a adoptar, en la que me he tenido que acostumbrar a comer lo que nunca hubiese imaginado, y a dormir en las más duras y frías camas de piedra, a veces al raso y otras a resguardo en la guarida de alguna alimaña que previamente había espantado. Aun cuando mi piel se había ido curtiendo por el aire y el sol, endureciendo y encallando lo que antes era una tersa y delicada piel, cuidada con ricas fragancias.
Todavía quedan en mi cuerpo imborrables marcas de mi pasado, que se realizaron para que los demás supiesen de mi posición y se inclinasen al pasar, portándolas ahora tapadas con vendas para evitar que sean vistas, y debo de ser yo quien ahora baje la cabeza, ocultando así cualquier vestigio de un remoto esplendor al que nunca volveré.
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