—¿El qué? —Mario la miró interrogante.
—Ya sabes —Alma dibujó un círculo en el aire—, lo del vaso.
—Ay, no, por favor —protestó Ángela—. Me da mucho miedo.
—No pasa nada… ¿Verdad Mario? —Alma buscó la complicidad de Mario—. Él ya lo ha hecho antes. ¿No es verdad?
Mario no contestó. La última vez que lo hizo no pasó nada extraordinario. Miró a Alma y se encogió de hombros.
—Si queréis… —respondió sin demasiado entusiasmo—. Por mí vale.
—A mí me da igual —intervino Elisa—. Vosotros qué decís.
Elisa miró a Diego y a Alfonso. Ambos se encogieron de hombros.
—Lo que digáis —acordó Diego.
—Venga, sí; a ver quién se aparece —manifestó Alfonso.
—De acuerdo —Mario los miró y añadió—. Pero no quiero que después os pongáis histéricos.
Ángela recogió su ropa y la metió en un bolso de esparto, se lo colgó del hombro y dijo:
—Yo miro. ¿De acuerdo? No quiero participar en estas cosas. Prefiero quedarme al margen —aclaró Ángela mirando a Mario.
—Como quieras —accedió Mario.
Alma pasó el brazo por los hombros de Ángela y le dijo:
—Venga, chica, anímate, no va a pasar nada. No es lo mismo estar mirando que participar. Ya sabes…
—No insistas Alma —la cortó Mario—. Es su elección.
—Dejad de discutir y marchémonos —terció Alfonso. Miró a Alma y añadió—. Somos cinco, sobramos.
Fueron caminado y en un punto determinado se separaron para ir cada uno a su casa.
—Chicos, en una hora en mi casa —anunció Alma cogiendo a Ángela por el brazo—. Perdona, no debí hacerlo.
—No te preocupes. Soy una tonta, pero no puedo evitarlo. Estas cosas me horrorizan.
—Ya está, decidido —intervino Elisa cogiendo el otro brazo de Ángela—. No hay más que hablar.
Las tres chicas caminaron juntas ya que vivían muy cerca entre ellas.
Se encontraban todos sentados alrededor de una mesa. Mario estaba anotando en una libreta las letras del abecedario y los números con un tamaño considerable; cuando los tuvo todos, los recortó con unas tijeras. Diego los fue colocando formando un círculo, separando cada carácter unos cinco centímetros entre ellos. El círculo estaba formado por letras y números en el orden establecido en el sistema alfabético y numérico. Después había dos palabras en el centro, enfrentadas una contra otra: SÍ y NO. Esa era la composición casera de aquel diagrama que se comercializaba como “La Güija”. En el centro y a una distancia equidistante del Sí y el No, colocaron un vaso mediano bocabajo. Excepto Ángela, que se encontraba sentada en una silla apartada, los demás extendieron sus brazos mirándose entre ellos.
—Ahora —Mario se dirigió a todos—, vamos a apoyar el dedo índice sobre el vaso. Sin presionar, casi acariciándolo.
Esperó a que todos lo hicieran. Los miró uno a uno.
—¿Preparados? Recordad que no debéis presionar el vaso. En cuanto se mueva debe tener la libertad de dirigirse donde quiera.
—Me estás diciendo…, —Elisa lo miró asustada—, ¿qué se va a mover solo?
—¿Qué esperabas? —intervino Alfonso—. Si lo movemos nosotros no tiene gracia.
—El vaso se moverá solo —aclaró Mario—. Puede que tengamos dificultades en seguirlo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Elisa alarmada.
—Nadie sabe quién mueve el vaso —explicó Mario—. Puede que sea nuestra energía o puede que el espíritu que nos visite lo mueva, pero nosotros no, desde luego.
—¿Empezamos ya? —protestó Diego.
—¿Estáis listos? —Mario buscó la aprobación de todos.
Todos asintieron.
—Empecemos —avisó Mario poniendo su dedo sobre el vaso. Los demás le imitaron. Se aclaró la voz —. Si hay algún espíritu que quiera comunicarse con nosotros que se presente.
Todos aguardaron en silencio. El vaso permanecía inmóvil. Mario volvió a intentarlo.
—Si hay algún espíritu que quiera comunicarse con nosotros que mueva el vaso.
Expectación. Nada.
—Creo que estamos perdiendo el tiempo —observó Alfonso.
Mario volvió a insistir. Carraspeó con fuerza.
—Si hay algún espíritu que quiera comunicarse…
—Que hablé ahora o calle para siempre —le interrumpió Diego riendo.
Mario le fulminó con la mirada.
—¡Diego! —reprochó Alma—. No seas imbécil.
—¡Qué! —protestó Diego—. Es para romper el hielo.
Elisa no pudo evitar soltar una carcajada. Mario la miraba con reproche.
—Lo siento —se excusó aguantando la risa.
—¡Venga! —apremió Mario sin poder contener la sonrisa—. Hacemos un par de intentos más y si no aparece nadie lo dejamos.
—¿Por qué no encendemos unas velas? —propuso Alma.
—¡Buena idea! —coincidió Alfonso.
Alma se levantó y volvió con tres velas; las prendió y se las pasó a Elisa que las distribuyó fuera del círculo. Al acabar, volvieron a poner el índice sobre el vaso. Mario volvió a repetir la frase.
—Si hay algún espíritu en esta sala que quiera comunicarse con nosotros que mueva el vaso.
—Eso no lo has dicho antes —indicó Diego.
—Si hay algún espíritu en esta sala que quiera comunicarse con nosotros que se manifieste.
Todos miraron al vaso. De repente, hizo un movimiento y se detuvo.
—No mováis el vaso —se enfadó Alfonso.
—Yo no he sido —negó Elisa.
—Ni yo —negó también Alma mirando a los demás.
Mientras discutían quién había movido el vaso, otro movimiento los hizo volver la mirada a la mesa; en esta ocasión, el vaso se movió claramente hasta detenerse en el Sí. Todos quedaron boquiabiertos mirando al vaso que permanecía inmóvil junto al Sí. Mario tomó la iniciativa.
—¿Cómo te llamas?
El vaso comenzó a moverse claramente entre las letras buscando una palabra.
—Ángela —Mario se dirigió a ella—. ¿Puedes ir anotando lo que te digamos?
Ángela abrió la libreta y se dispuso a escribir.
—S —dictaba Mario—, a, t, a, n. Satán.
Todos quedaron en silencio.
—Mientes. No eres Satán —se atrevió a decir Mario—. Dinos quién eres en realidad.
El vaso empezó a moverse con rapidez, apenas podían apoyar el dedo en él. Mario iba diciendo las letras y Ángela las anotaba. Cuando el vaso se detuvo, preguntó Mario:
—¿Qué ha dicho? —Ángela estaba petrificada—. ¡Ángela!... ¿Qué ha dicho?
Ángela pareció salir de su estupor. Miró la libreta.
—Dice… —apenas le salía la voz—. Dice que hoy poseerá a uno de vosotros.
Todos se miraron con los ojos muy abiertos.
—Y una mierda… —Alfonso golpeó la mesa con fuerza. Curiosamente, nada de lo que había encima se movió. Solamente, las velas se apagaron.
—Vamos a calmarnos —dijo Mario—. Vamos a preguntarle más cosas a ver si averiguamos algo más.
—Yo paso —se negó Elisa—. Esto se nos ha ido de las manos.
—No podemos romper el círculo —intentó convencerla Mario—. Por favor, Elisa. No podemos dejarlo así, es peligroso.
—Es cierto Elisa —añadió Diego—, lo he leído en una revista, decía que no se puede dejar a medias.
—De acuerdo —Elisa intentó recomponerse—. Vamos a acabar con esto.
Mario puso el dedo encima del vaso y esperó a que los otros hicieran lo mismo.
—¿Por qué quieres hacer eso? —retomó Mario las preguntas—. No hemos hecho nada malo.
El vaso pareció moverse en círculos con rapidez para después volver a ir marcando letras. Iba de un lado para otro sin apenas poder componer una frase. Cuando acabó volvió al centro.
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