—¿De veras creías que te ibas a salir con la tuya? —observó Marduk presuntuoso.
Mario no respondió. Con su báculo golpeó la tierra con todas sus fuerzas, el suelo pareció abrirse bajo sus pies. Marduk perdió el equilibrio y soltó su báculo. Mario apuntó con el suyo a la cabeza de Marduk y dijo:
—Vuelve al infierno.
Un rayo salió del báculo e impactó sobre Marduk. Su piel se fue oscureciendo y secando hasta convertirse en polvo negro que fue empujado por el viento. Vehuel llegó en aquel momento. Mario tenía el rostro desencajado. Vehuel le pasó la mano por la nuca y le obligó a mirarle.
—Bien —le dijo—, pero esto no ha acabado. Mira.
Mario se dio la vuelta y observó que se abría un portal sobre el oasis, de su interior la abominable figura de Amon apareció, parecía sentado sobre su gran cola, miraba furioso, pero inmediatamente miró hacia abajo y se posó sobre el suelo. Su ejército había formado dos círculos concéntricos con el intento de evitar que Amon pudiera ser obstaculizado.
Amon se posó sobre el suelo mientras Vehuel y Mario corrían hacia él. Amon se acercó a una especie de altar formado por los troncos de dos palmeras cortadas y sobre ellos, el tronco de otra palmera cortada longitudinalmente. Era un improvisado altar que Amon pensaba utilizar para hacer su conjuro. Dos hombres depositaron sobre él un cofre del que sacaron unas vasijas, cuando acabaron pusieron otro que contenía el polvo de oro. Amon cogió el polvo de oro y lo introdujo en las vasijas, añadió agua y sacó unas piedras negras, introdujo las piedras en la solución de las vasijas y empezó a salir una especie de humo azulado. Mientras, Vehuel y Mario, junto a sus hombres, pugnaban por abrirse paso.
Fue una lucha encarnizada. No querían usar sus báculos por temor a provocar una reacción negativa, ya que Amon estaba realizando un conjuro alquímico, y desconocían su impacto. Cuando consiguieron abrirse paso, Amon los miraba sonriente con la vasija en la mano, vacía. Una luz de un azul oscuro parecía salir del cuerpo de Amon. Aquella luz se concentró sobre la cabeza de Amon y empezó balancearse de derecha a izquierda. Amon se irguió entonces y su figura alcanzó varios metros. La luz fue bajando entonces envolviendo toda su imponente figura y, conforme iba bajando, su aspecto iba cambiando. Envuelto entre una nube oscura, pareció desatarse una tormenta en el interior que obligó a todos a dar varios pasos atrás. La nube comenzó a disiparse y ante ellos apareció una figura humana.
Vehuel miró a Mario y dijo:
—Hemos fracasado.
—No solo habéis fracasado —dijo Amon—. Miradme, ahora mi poder no tiene límites.
Mario, llevado por la desesperación, le lanzó un rayo desde su báculo, pero no consiguió alcanzar a Amon, que respondió lanzándole otro que Vehuel neutralizó con el suyo.
—Observa mortal —dijo Amon soltando una carcajada—, observa mi ascensión.
Amon comenzó a elevarse hasta desaparecer.
Hacía dos días de la ascensión de Amon y ni rastro de él. Habían vuelto a la casa de Nebo y la sensación era de abatimiento ante el fracaso. Esperaban impacientes el regreso de Amon y su salto a otro universo. Mario paseaba por la estancia como una fiera enjaulada. Vehuel le dijo:
—¿Por qué no te tranquilizas? Ve a dar un paseo.
—¿Quieres que lo vigile? —preguntó Nebo a Vehuel mientras Mario salía.
—No, iré yo.
Mario se dirigió a las afueras del pueblo, camino sin rumbo fijo hasta que se sentó a la sombra de un árbol. Se quedó pensando en la gran oportunidad que habían dejado escapar. Hundió su cara entre sus manos y se restregó los ojos. Una voz le hizo reaccionar.
—¿Se encuentra bien, señor?
—Sí, gracias —Mario miró con curiosidad al niño que tenía enfrente—. ¿Quién eres?
—Le he estado observando. Parece triste.
—¿Por qué crees eso?
—Le he visto llorar.
—Es que… No lo entenderías.
—Tal vez no —dijo el niño—, o tal vez sí.
Mario lo miró con interés, en la segunda frase le había cambiado la voz. Volvió la cabeza al oír unos pasos. Era Vehuel.
—Mario, aléjate de él.
Mario miró otra vez al niño. Seguía siendo un niño, pero esta vez sus ojos eran diferentes, eran rojos como el fuego y sus pupilas eran reptilianas, profundamente negras. Se levantó como movido por un resorte y dio varios pasos atrás. El niño miró a Vehuel y dijo:
—Aquí llega el perdedor.
—Me preguntaba cuándo aparecerías —dijo Vehuel—, ¿ahora apareces como un niño inocente?
—Como un niño sí, inocente no —Amon cambió de aspecto, esta vez adoptó la figura de un hombre normal pero sus ojos eran los de un demonio.
—Esto no ha terminado —anunció Vehuel apuntando con su báculo a Amon—. Prepárate Mario.
—¿En serio esperáis vencerme?
—Pronto lo sabremos. Ahora Mario —gritó.
De los dos báculos salieron sendos rayos que se concentraron en Amon, pero éste reaccionó creando un escudo defensivo. Sin embargo, la fuerza del ataque de Vehuel y Mario era superior y estaba debilitando el escudo de Amon que perdía terreno. Amon supo que no podría vencerlos y con una mano dibujó un círculo abriendo un portal.
—Seguidme si podéis, hasta el próximo encuentro.
Amón penetró en el portal y desapareció. Los rayos cesaron y Mario cayo rendido al suelo. Vehuel le dio la mano para que se levantará y cuando se puso en pie le dijo:
—Ahora sí que hemos perdido. Volvamos a la casa y preparémonos para saltar al siguiente universo.
—¿Tienes idea de a dónde puede haber ido?
—No, pero pronto lo sabremos. Regresemos.
Volvieron, y se despidieron de Nebo con un abrazo.
—Despídenos de Nataniel.
Ya en la calle Vehuel miró al cielo. El calor era insoportable y una luz muy brillante se mostraba amenazante.
—Será mejor que cojas a tu familia y busques a Nataniel, él sabrá a dónde ir. Esconderos en una zona alta donde haya cuevas y esperad a que todo pase. Proveeros de comida y llevad animales que os den leche. Tal vez no sobreviváis. Os dejo en manos del Infinito.
—Así lo haremos. Suerte.
Mario se abrazó a Nebo.
—Ten mucho cuidado.
—Y vosotros.
Estaba anocheciendo. Se dirigieron al lugar donde se habían enfrentado a Amon. Cuando llegaron. Vehuel le dijo:
—Sea donde sea donde saltemos, búscame. Juntos encontraremos a Anael.
—¿Anael?
—Es el ángel que nos espera al final del salto. Recuerda, no hables con nadie hasta que nos encontremos.
Mario asintió con la cabeza.
—Escucha Vehuel, tengo una necesidad imperiosa, como si algo me estuviese llamando con mucha fuerza, tal vez sea mi hermana, no sé. Pero tengo que ir —imploró Mario— ¿Lo entiendes?
—Desde aquí es imposible —dijo Vehuel acariciando su barba pensativo—, Tendríamos que dar el salto desde aquí para no perder el rastro de Amon, una vez en el universo al que saltemos, hablaremos con Anael y trazaremos un plan. Sígueme.
Vehuel abrió su portal y Mario hizo lo mismo. Ambos penetraron y desaparecieron.
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