Nataniel había escuchado la conversación en silencio y consideró que el mortal nunca acabaría de entender el trasfondo. Así que interrumpió diciendo:
—Perdonad señor, pero es hora de comenzar a instruir a Mario en sus habilidades.
—Así es. Gracias Nataniel —hizo un ademan a Mario—. Será mejor que nos preparemos.
Los días siguientes fueron muy duros para Mario. Se levantaba, entrenaba, comía, volvía a entrenar, y así hasta que caía rendido cada noche. Vehuel era un maestro implacable, pero sus enseñanzas convirtieron a Mario en un enemigo muy poderoso para hacer frente a Amon. El último día, Vehuel le puso a Mario la mano en el hombro y le dijo:
—Estás preparado. Ahora todo depende ti.
De pronto se oyó un alboroto. Las mujeres corrían hacia una figura que se acercaba, cuando se encontraron se abrazaron.
—Ahí está Nebo, a ver qué nuevas trae.
—¿Por qué están todos tan contentos de su llegada? —preguntó Mario.
—Nebo es como un padre para las hijas de Nataniel. Las chicas lo adoran.
Mario observó cómo Nebo llegaba a donde Nataniel le esperaba y se fundían en un abrazo; luego buscó con la mirada y cuando descubrió a Vehuel se dirigió hacia ellos. Éste le recibió con un abrazo.
—Ven, entremos en la casa y me lo cuentas todo.
Entraron y la mujer de Nataniel le ofreció agua fresca que bebió sediento. Al terminar, le pidió más a Alaia y ésta vertió en el cuenco. Cuando se sació se pasó el dorso de la mano por la boca y miró a Vehuel. Se sacó de entre las ropas un trozo de piel curtida en el que había dibujado con una rama quemada una especie de mapa. Lo extendió sobre la mesa y se dirigió a Vehuel.
—Aquí —comenzó señalando con el dedo—, es donde los hombres de Marduk han llevado el oro. Es una cueva que hay en el interior de la montaña. Al principio me resultó muy difícil entrar porque la vigilancia era excesiva, pero con el tiempo se relajaron. Al norte de la montaña hay un río que desaparece bajo tierra. El día que entré en la cueva pude ver una especie de rueda moledora, el oro se molía y era arrastrado por el agua hasta llegar a una especie de pileta en el que era retenido, después pasaba a una oquedad que habían construido en la piedra. Cuando llegó Marduk a los tres días, arrojó sobre el polvo de oro, sacos de un polvo blanco que reaccionaba con el oro y lo convertía en una arenilla blanca que después se lavaba. Lo que quedaba se guardaba en cofres y se cerraba con candados.
—Dios mío —la cara de Vehuel o decía todo— Lo ha hecho. Ha conseguido el Ormus.
Vehuel se puso de pie y volvió a mirar el mapa.
—¿Solo hay esa entrada?
—Solo esa. El Ormus sigue allí dentro.
—Dime —Vehuel apartó la mirada del mapa y miró a Nebo—, ¿cómo es la cueva por dentro? Descríbeme hasta el menor detalle.
—Bueno, es bastante irregular. La altura varía entre un punto y otro. Por ejemplo, desde donde fluye el agua hasta donde ellos llevan a cabo el proceso no puedes erguirte, pero después la altura se hace mayor hasta alcanzar los cinco metros, tal vez más. El río fluye de una oquedad, después vuelve a desaparecer y aparece más abajo, junto a un oasis.
—¿Podemos desviar el río antes mucho antes de ocultarse bajo la superficie? ¿Hay en su recorrido algún estrechamiento?
—Lo hay, río arriba, incluso hay un pequeño barranco por donde podría discurrir una vez desviado.
—Haremos esto —dijo Vehuel—, desviaré el río y evitaré que siga discurriendo bajo tierra. Una vez desviado no podrán seguir procesando el oro. Mientras tanto, vosotros os enfrentaréis a Marduk y sus hombres y evitaréis que abandonen la cueva, destruyéndola si es preciso.
—Una cosa más —añadió Nebo—, el grueso de los hombres se concentra en el oasis y están preparados para incorporarse a la pelea.
Vehuel miró a Mario.
—Tú destruirás la cueva. Usa tu báculo, puedes hacerlo, pero antes provocarás que la niebla proteja a nuestros hombres para que puedan sorprender al ejército de Marduk.
—¿Y cómo voy a hacer eso?
—Usa tu báculo para bajar la temperatura en el entorno del oasis y…
—El agua que se evapora se condensará provocando la niebla —adivinó Mario.
—Exacto —contestó Vehuel sonriendo.
—¿Puedo hacer eso?
—Puedes hacer lo que te propongas —contestó Vehuel mirándolo fijamente.
Vehuel caminó unos pasos y se volvió mirando a todos. Sus caras reflejaban preocupación.
—Bueno —dijo Vehuel mirándolos—, ese es el plan. A ver si sale como queremos. Nebo reúne a los hombres y ponlos al corriente de todo. Partimos esta noche.
Las luces del alba despuntaban cuando llegaron a una distancia prudencial del lugar. A los lejos, entre las palmeras que dibujaban el oasis, se podían apreciar las hogueras. Desde su posición elevada, Vehuel observaba todos los detalles gracias al poder de su visión.
—Hay algo que no encaja —dijo pensativo.
—¿Qué te preocupa? —quiso saber Mario.
—Fíjate en la cueva, debería estar iluminada por las antorchas, sin embargo, no se observa actividad.
Mario miró con detenimiento la cueva.
—Puede que estén más adentro. Mira —Mario señaló la entrada de la cueva—, parecen cofres apilados.
—Hemos de darnos prisa —Vehuel miró a Mario—. Recuerda, tienes que destruir a Amon. Espera mi señal.
Mario asintió. Vehuel hizo una señal a Nebo e inicio el ascenso hasta que se perdieron en la oscuridad. Se volvió y miró a los hombres que le acompañaban.
—Vosotros conmigo —dijo a los que tenía más cerca—, el resto ya sabéis lo que tenéis que hacer. Tomad posiciones y ceñiros al plan.
Mario descendió de la colina por el lado norte y el resto se dirigieron hacia el oeste para tomar posiciones. Uno de los hombres que acompañaba a Mario le agarró del hombro y lo empujó tras una roca. Mario le miró preguntándole con la mirada. Mardoqueo, que así se llamaba, se llevó un dedo a los labios y señaló hacía arriba. Mario sacó la cabeza con cuidado y observó que había un vigilante. Mardoqueo desenfundó su cuchillo e hizo señas para que no se moviera. Con sigilo rodeo al guardia por detrás, se irguió, le atrapó la cabeza y le cortó el cuello con el cuchillo, después se agachó y limpió el cuchillo con las ropas del muerto, hizo una señal a Mario para que le siguiera. Cuando Mario pasó junto al muerto no pudo evitar mirarlo. Mardoqueo se dio cuenta y le dijo:
—Vamos señor, no pierdas el tiempo, pronto amanecerá.
Mario se hizo invisible y salió al descubierto. Utilizó el báculo y bajó la temperatura. Vio como los hombres de Marduk se abrigaban como podían. Después regresó junto a Mardoqueo y se hizo visible. Cuando llegaron a las inmediaciones de la cueva se protegieron detrás de unos arbustos. La claridad se abría paso. De repente, un fuerte estruendo sacudió la tierra, la montaña tembló y comenzaron a caer rocas desde la cima. Alguien dio la voz de alarma. Mario se levantó diciendo:
—Nos toca a nosotros. ¡Vamos!
Corrieron hacia la entrada de la cueva; varios hombres salían de ella cargados con cofres. Mario levantó su báculo y dijo las palabras que Vehuel le había enseñado, apuntó con el hacia el techo de la cueva y un rayo salió del báculo provocando un gran estruendo cuando impactó contra la cúpula de la cueva. Grandes rocas cayeron sobre los que huían, aunque algunos pudieron escapar. Mardoqueo y su compañero se enfrentaron a ellos y, con gran destreza, los mataron con sus rudimentarias armas. La cueva se había venido abajo, pero no del todo, había quedado un espacio entre las rocas caídas. Mario apuntó de nuevo hacia la parte superior de la cueva, justo encima del espacio que había quedado, pero en ese momento una fuerte luz, venida del interior, hizo saltar las rocas y proyectarlas justo donde se encontraban. Una de las rocas iba a caerle al compañero de Mardoqueo. Mario se tiró sobre él y lo tiró al suelo al tiempo que con su báculo dibujaba un círculo que materializó un escudo que protegía a ambos. Cuando dejaron de caer rocas sobre ellos, miraron hacia la cueva. Marduk avanzaba entre el polvo y portaba una vara negra brillante. Se detuvo a unos pasos de Mario.
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