1 ...6 7 8 10 11 12 ...16 —Algo debe haber ocurrido.
—Vale, sigamos recogiéndolo todo o esta noche dormiremos en el suelo. Necesitamos descansar.
—Y comer —indicó Lupe—. ¿Dónde podemos comprar comida?
—Hace mucho tiempo que no vengo por aquí. Antes había una tienda de comestibles cerca, pero por esta vez, miraré por Internet algún supermercado que tenga servicio a domicilio. Así nosotras podemos poner un poco de orden en la casa. Pero antes voy a llamar a Luisa y decirle que estamos aquí.
Sara llamó a Luisa. Sonaron varios tonos, pero no contestó.
—Debe estar ocupada. Le enviaré un WhatsApp.
Encendió el portátil y buscó un híper con servicio a domicilio. Llamó por teléfono y encargó una lista. Lupe le iba indicando aquello que necesitaban, lo más imprescindible.
Después de tres horas tenían la casa casi habitable.
—Creo que ya podemos pasar la noche —dijo Sara—. Ama, deja ya la cocina, vamos a subir a arreglar los dormitorios.
Se disponía a subir las escaleras cuando sonó el timbre de la puerta. Sara la abrió. Era el repartidor del supermercado.
—¿Sara Cruz? —preguntó un joven uniformado.
—Sí, pasa.
—Tengo el encargo en la furgoneta. Un momento.
El joven fue a la furgoneta y, con una carretilla, regreso con toda la compra.
—¿Dónde lo dejo?
—Al fondo está la cocina.
El chico entró con el encargo y lo dejó todo sobre la mesa de la cocina. Sacó un dispositivo electrónico.
—Firme aquí, por favor.
Sara firmó y el joven abandonó la casa. Iba a cerrar cuando vio llegar a Luisa.
—Luisa —saludó Sara abrazándose a ella—, qué alegría verte. Estás guapísima.
Luisa sonrió agradecida.
—Que zalamera eres.
—Pasa.
Luisa entró y se paró en el centro de la estancia mirando a su alrededor.
—Veo que no pierdes el tiempo —Luisa iba a seguir hablando cuando reparó de la presencia de Lupe saliendo de la cocina.
—Esta es Lupe. Me ha acompañado desde que llegué a California.
Lupe le alargó la mano y Luisa se la estrechó.
—Encantada. Sara me ha hablado mucho de usted.
—Tutéame, por favor, me horroriza que me tomen por una señora mayor.
—Desde luego —accedió Lupe—. Sara, mientras tú hablas con tu amiga voy a ordenar las habitaciones.
—Gracias Lupe, te lo agradezco. Tengo que ponerme al día.
Lupe sonrió y se encaminó hacia las escaleras.
—Ven —propuso Sara a su amiga, sentándose en el sofá—. Cuéntame, ¿qué novedades hay?
—Fui hace dos días al hospital —empezó Luisa—, no hay nada nuevo y, sí lo hay, a mí no me lo cuentan.
—Iré mañana a verlo y hablaré con los médicos. ¿Puedes acompañarme?
—Claro. Me tomaré el día de asuntos propios.
—¿Dónde trabajas?
—En el ayuntamiento. En el departamento legal.
—Al final lo conseguiste —observó Sara mirando a su amiga con simpatía—. ¿Te licenciaste en Derecho?
—Sí y luego oposité.
—Estoy muy orgullosa de ti —Sara se abrazó a su amiga—. ¿Te has casado?
—Tengo pareja. También es abogado. Trabaja en un importante bufete de Valencia.
—¿Tienes hijos? Perdona, parece que te estoy interrogando.
—No, no —la disculpó Luisa—, de momento queremos viajar y divertirnos. No estamos preparados para una vida de responsabilidad.
—Entiendo.
—¿Y tú? —ahora era Luisa la que quería saber cosas—. ¿Algún novio, pareja?
—Nada serio. El trabajo me absorbe todo el tiempo. ¿Te quedas a cenar?
—Mejor otro día. Diego me espera en casa. Hablaré con él y podemos quedar para el viernes. Si te parece.
—Hecho. ¿Os espero el viernes?
—Está bien, se lo diré.
—¿A qué hora nos vemos mañana?
—Sobre las nueve estará bien. Nos vemos allí, ¿vale?
—Vale —Sara se levantó y se abrazó a Luisa—. Te estoy muy agradecida Luisa. Has estado ahí cuando nadie podía estar. Eres una gran amiga.
—Serás tonta. ¿Para qué están las amigas? —se dirigió a la puerta y, antes de abrirla, se volvió—. Bienvenida, hasta mañana.
—Hasta mañana —contestó Sara levantando una mano.
A la mañana siguiente, Sara llegó con Lupe y esperó a Luisa en la entrada. No tardó en llegar. Se dieron sendos besos y Luisa saludó a Lupe con simpatía.
—Tenemos que ir a la Unidad Asistencial de Pacientes Críticos —cogió a Sara del brazo—. Solo el nombre da miedo, ¿verdad?
—En efecto —a Sara le cambió la cara.
Cuando llegaron a la Unidad caminaron hasta el mostrador.
—Hola, buenos días —saludó Luisa—. Hemos venido a ver a Mario Cruz. Ella es su hermana.
—Ya era hora que viniera algún familiar —la enfermera lo dijo sin levantar la vista del ordenador.
A Sara le invadió la cólera y no pudo contenerse.
—Escúcheme, “señora”. Usted no está aquí para expresar su opinión. Y menos sin conocerme. Así que le agradecería que se guardara sus comentarios y me dijese dónde está mi hermano.
La enfermera levantó entonces la visa del ordenador y miró a Sara. La enfermera iba a contestar cuando una voz se oyó desde una habitación que había detrás.
—Discúlpese inmediatamente con la señorita —un hombre apareció por la puerta—. O tendré que tomar medidas contra usted.
El hombre miró a Sara.
—Hola, Sara.
—Le pido disculpas —terció la enfermera sofocada.
—Disculpada queda. Luis…, pero, ¿qué haces tú aquí? —miró a Luisa—. No me habían dicho nada.
—No sabía nada. Te lo juro —observó Luisa con cara de sorpresa.
Luis salió y dio dos besos a Sara. Se volvió a Luisa e hizo lo mismo.
—Acompañadme, vamos a mi despacho.
Caminaron tras él hasta llegar a una puerta con un cristal opaco.
—Sentaos, por favor —Luis reparó entonces con Lupe.
—Esta es Lupe —la presentó Sara al darse cuenta—. Ha venido conmigo desde California.
Lupe le tendió la mano y Luis se la estrechó.
—Así que estás en Silicon Valley —dijo Luis—. No me sorprende, en el instituto ya apuntabas maneras.
—Pues anda que tú —Sara estaba sorprendida—. Debes ser muy importante aquí.
—Solo soy un jefe de equipo —sonrió halagado—. El lumbreras, es el jefe de la Unidad. Escúchame Sara, tu hermano no ha estado desatendido en ningún momento, me he encargado personalmente. Su estado es muy complicado. Si fuera religioso diría que está en manos de Dios.
—Y…, ¿si no lo fueras? —preguntó Luisa.
—Si no lo fuera, que no lo soy, diría que no está aquí; no sé dónde estará, pero aquí no.
El silencio se hizo el dueño del tiempo.
—¿Podemos verlo?
Luis miró el reloj.
—Os acompaño a su habitación y os dejo a solas un momento con él. Yo tengo que pasar unas visitas. Cuando acabe vuelvo.
Entraron a una sala previa a la habitación.
—La habitación está bajo el protocolo de aislamiento —Luis señaló unas estanterías— Tendréis que colocaros esta protección encima de la ropa. La cabeza y los pies también. Y poneos las mascarillas. No le toquéis ¿de acuerdo?
—De acuerdo —contestó Sara.
Luis salió y las tres mujeres se pusieron las protecciones. Cuando estuvieron listas, Sara cogió el pomo de la puerta. Se volvió mirándolas buscando su aprobación.
—¿Listas? Vamos allá.
Sara abrió la puerta. La habitación estaba en penumbra. Cuando vio a su hermano se cubrió la cara con las manos. Estaba sobre la cama rodeado de vías y tubos, extremadamente delgado. No pudo evitar un gemido. Luisa que había entrado tras ella soltó un grito de sorpresa y se llevó las manos al pecho. Le faltaba el aire. Lupe entró y se quedó parada. Un escalofrío le atravesó el cuerpo. Se quedó mirando el rincón y se llevó la mano a la boca.
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