Charlie Jiménez - De viento y huesos

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De viento y huesos: краткое содержание, описание и аннотация

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Mario es un joven de 34 años que proviene de una familia adinerada. Aparentemente, nunca le ha faltado de nada. Sus padres regentan uno de los más prestigiosos bufetes de abogados de toda Cataluña, su hermana y amigos han sabido mantenerse cerca de él cuando lo necesitaban. Sin embargo, siempre ha descuidado el amor. Un día, Mario toma una trágica decisión que cambia por completo la vida de sus seres queridos. Viento y huesos no solo es un viaje a los paisajes más impresionantes y recónditos de Mallorca, si no a una mente quebrada por las fuertes pasiones, y el desconcierto que supone la falta de cariño. Charlie Jiménez, en su segunda novela, arriesga y sorprende por narrar de cerca los problemas con los que convive el ser humano.

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Era una noche despejada de otoño, cuando ya empezaban a soplar vientos fríos. Lo justo para llevar manga larga. Dentro estaba Álex a las cuerdas de la guitarra de su grupo «Black Petals», y esa noche tocaban en directo.

El barullo de la gente les llegó bajando las escaleras que les conducía al interior. Kovak comenzó a quejarse del pestazo proveniente de los baños y Mario no tardó en recriminarle que dejara de quejarse, ya que estaba cansado de escuchar siempre la misma retahíla. Es como si fuera tradición hablar sobre el tema cada vez que pasaban por delante, destinado a repetirse una y otra vez como en la película Atrapado en el tiempo con el Día de la Marmota. Fueron sorteando algunos metaleros hasta llegar a la barra donde les esperaba Icíar, la primera novia formal de Álex. Black Petals ya había comenzado su repertorio. La chica alzó la mano para que a los dos amigos les fuera más fácil localizar su posición. Icíar, una chica de mente abierta, ágil, de espíritu hippie y ataviada con pulseras, collares y piercings en ombligo, labio y orejas. Poseía un carácter maduro, como si llevara años recorriéndose el mundo, pero se presentía algo alocada o extravagante. Portaba algunas rastas en su larga cabellera castaña y eso le confería cierta personalidad pizpireta. Sobre todo, destacaba como pieza original en una noche donde predominaba el gris y el negro.

—¡Llegáis tarde! —gritó Icíar dibujando una sonrisa.

—Lo sentimos, no encontrábamos aparcamiento —se disculpó Kovak.

—Esta zona es un desastre para aparcar, por eso hay que salir antes, Kovak. —Icíar agitó un dedo.

—En eso no te quito razón. Y mira que Mario ha pasado a recogerme puntual, pero bueno, ya me conoces, soy un desastre con la puntualidad.

—¿Él es Mario? —preguntó observando a su acompañante.

Kovak los presentó sin muchas formalidades. En definidas cuentas, era una noche de concierto, y allí todo el mundo se saludaba. Muchos otros se tomaban ciertas confianzas.

—Encantado —dijo Mario.

—Lo mismo digo. Vaya, eres más guapo de lo que imaginaba —se sinceró Icíar. No era coqueteo. Era su opinión—. ¿Sabes que Kovak no para de hablar de ti?

—Gracias por el cumplido —no era habitual en él, pero Mario se puso algo rojo. Por suerte, la luz del garito lo disimuló bastante bien—, y sí, Kovak puede llegar a ser tremendamente pesado. Es lo que tiene haber crecido con una persona, que lo llegas a conocer tan bien que ya no te sorprende.

Estuvieron hablando brevemente sobre los talentos ocultos de Kovak para luego acercarse al escenario. Mario y Kovak se pidieron un Pitufo , una bebida azulada a base de licor de manzana y vodka. Tuvieron que abrirse camino entre saltos, empujones y derrames de cerveza para colarse en primera fila, pero al final mereció la pena. Kovak gesticuló con la cabeza, indicándole a su amigo quién era Álex. Lo primero que le llamó la atención a Mario fue su particular vestimenta. Como no podía ser de otra manera, llevaba un atuendo negro como el resto de los componentes del grupo. Una gorra gris hacia atrás y una cadena que le colgaba desde la parte delantera del bolsillo hasta la trasera. Mario observó detenidamente su rostro y detectó cierta familiaridad en él. Pómulos firmes, facciones marcadas, pelo largo oscuro, ojos claros y una perfilada perilla que le hizo recordar a uno de los grandes novelistas y poetas de la geografía hispana: Miguel de Cervantes.

Kovak intentaba bailar al son de la música, pero no era muy ducho en ese arte. Una de las razones por las que prefería estar detrás de las cámaras. Las clases de interpretación eran provisionales, pero nadie nace director si no conoce el talento de un actor. Además, intentar bailar heavy metal es como intentar pintar con el codo, se puede intentar, pero el resultado sería espantoso. No obstante, Icíar lo estaba dando todo. Tenía un salto tan ligero como su peso, y por lo visto, no padecía problemas de garganta, ya que gritaba a su novio a pleno pulmón. Álex desde el escenario se dio por aludido y le guiñó un ojo, después secundó un saludo a Kovak y le dedicó una mirada singular a su acompañante. Mario no tuvo más que reconocer lo obvio: era encantador. ¿Se trataría de una seria competencia a la hora de ligar? Mario no solía tener problemas, pero el nuevo candidato había entrado en filas y su atractivo se lo pondría difícil.

Segunda copa en mano, y ya finalizado el concierto, Kovak y Mario se retiraron a comentar el concierto. Mario le dio una palmada en el hombro y se pidieron otra copa para compartir. Al rato aparecieron Icíar y Álex, pero esta vez sin gorra y sin guitarra. Álex observó a Mario antes de saludar a Kovak.

—Tú debes de ser el famoso Mario —comentó Álex. Kovak le había estado hablando continuamente de él.

—¿Famoso? —Rio—. Pero ¿qué te ha estado contando Kovak? —Todos rieron—. Por cierto, muy buen concierto.

—No te creas —contestó Álex—. El grupo ha perdido mucho desde que hemos cambiado al batería.

—Esto… —dijo Kovak para llamar la atención—. Álex, yo también me alegro de verte, majo.

—Perdona, Kovak —se disculpó, luego le dio un abrazo—. Uno no se topa todos los días con una leyenda.

—Tampoco nos pasemos —se quejó Kovak con cierta desazón.

Los cuatro empezaron a beber y conocerse. Justo en ese orden. Todos rondaban los veintitrés años. Kovak aprovechaba cualquier excusa para contarle a sus amigos las experiencias que habían vivido Mario y él cuando eran pequeños. A medida que entraba el alcohol salían las historias. Icíar participaba en todas las conversaciones con efusión. Álex se mostraba distraído, pero pendiente de su novia. Mario detectó que era un tipo celoso, pero no había nada que reprocharle, ya que él también lo era, o por lo menos, eso creía él. Mientras discutían acaloradamente sobre si un tipo con greñas se le había acercado a Icíar para coquetear con ella o no, sonó una de las canciones más sonadas en cualquier garito heavy . Se trataba de Wellcome to the Jungle de «Guns N´ Roses». En ese instante todo el mundo se puso como loco y empezaron a ovacionar al DJ. Olvidaron por un momento sus asuntos y se unieron a la moción. Compartieron saltos, pisotones, empujones y vodka. Esa canción sirvió para unir al grupo mientras el alcohol fluía por sus venas y comenzaba a producir su efecto.

Al cabo de un buen rato, y tras escuchar canción tras canción, Icíar y Álex comenzaron a discutir por una estupidez. Estaba claro que parte de la culpa la tenía el alcohol que ambos habían ingerido, pero el detonante final fue el abordaje de un chico con melena y vestimenta gótica hacia Icíar —el mismo que momentos antes le había estado rondando—. Esta, al principio pareció darle coba, cosa que a Álex no le hizo ninguna gracia. Tardó una fracción de segundo en acercarse al metalero y pegarle un empujón. La cosa no se complicó demasiado, pero Icíar se sometió a un profundo ofuscamiento del que no quería salir. Álex no lo llegaba a entender, ¿por qué se molestaba con él y no con el baboso que le había estado acosando? ¿Qué pretendía Icíar? La cogió del brazo y se la llevó fuera del local para hablar de ello. Mario y Kovak contemplaron atónitos la escena.

—¿Esto es normal? —preguntó Mario un tanto preocupado.

—Demasiado —contestó Kovak quitándole importancia al asunto—. Están todo el día igual.

—Y si están siempre igual, ¿por qué no le ponen remedio?

—Porque Álex está completamente enamorado de Icíar.

—¿Y ella de él? —le preguntó Mario directamente, sin titubeos.

—Sabes que nunca se me han dado muy bien este tipo de respuestas, así que me abstengo de contestar.

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