Les explicó cómo esa fortificación, construida por los Rum —antiguos cristianos descendientes de los romanos—, tenía como principal finalidad defenderse de los piratas y las razzias de la Alta Edad Media y cómo resistieron ocho años y seis meses bajo asedio musulmán en la plaza. También les narró lo ligados que estuvieron Cabrit y Bassa, dos mártires a medio camino entre la historia y la leyenda que defendieron el castillo cuando las tropas catalanas del rey Alfonso III de Aragón ocupó la isla de Mallorca, mientras ondeaban la señera de Jaume II de Mallorca. Esa era la parte histórica. De la mística se decía que el mismo rey Alfonso dirigió el asedio personalmente y ordenó la entrega del castillo a Guillem Capello (llamado posteriormente Cabrit) y a Guillem Bassa, en calidad de defensores. Más tarde, en un diciembre de 1285, el rey Alfonso III de Aragón (coronado recientemente por la muerte de su padre), ordenó quemar vivos a los defensores como si fueran cabritos. De ahí que el seudónimo de Guillem Capello pasara a ser «Cabrit». Mas tarde se produciría la excomunión del rey. A Mario le gustaban las metáforas. Cómo la historia cambia drásticamente en cuestión de años. Quería contar aquella historia, porque a estos dos defensores que dieron su vida por Mallorca, les venerarían como santos siglos después. Sant Cabrit y Sant Bassa.
Esa historia no dejaba indiferente a nadie. No era la primera vez que Mario visitaba el castillo y tal y como él pensaba, era todo un privilegio poder contar parte de la historia a sus amigos. Siempre le habían apasionado las ruinas. Tenía una especial fascinación por cualquier habitáculo derruido. Le encandilaba pensar en toda la historia contenida que pudiera tener cada piedra. Por eso investigaba en su tiempo libre, que no era precisamente mucho. Ser camarero tenía sus contras, era un trabajo muy sacrificado, y eso Mario lo sabía. Las horas libres las aprovechaba yendo a correr, estudiar, o leer cualquier artículo sobre civilizaciones perdidas e incluso traducir textos que encontraba por Internet para saber más sobre ellas. Una de tantas pasiones que le gustaba compartir con los suyos.
Para Kovak ya era habitual escuchar aquellos pequeños relatos. No le sorprendían, pero admiraba la forma en la que Mario se explayaba. Las historias de su amigo siempre habían sido de su agrado. Es más, aprendía mucho con él. A veces envidiaba su intelecto. Mario lo tenía todo: atractivo, carismático, simpático, inteligente, esbelto, con presencia, buena forma física, exitoso entre las mujeres… Esos pensamientos confundían mucho a Kovak. En ocasiones, no se trataba solo de envidia, sino más bien, de fascinación. Quería a su mejor amigo con todo el corazón.
Aprovechó un descuido de Catalina para acercarse hasta Mario que estaba contemplando el mar a solas mientras comía unas Quelitas , galletas tradicionales de la isla.
—Mario, no sé lo que le habrás contado a Catalina, pero no para de hablar conmigo —le confesó a su amigo.
Mario le hizo una señal para que se sentara a su lado.
—Decir, lo que se dice decir, no le he dicho mucho. Solo le he contado cómo eres, porque si tiene que esperar a que se te pase el tembleque del labio cada vez que lo intentas, puede morirse sentada.
—Tío, no te pases. —Kovak le pegó un empujón—. Sabes mi problema con las chicas.
—Solo tienes que creer en ti —dijo Mario mirándole directamente a los ojos—. Vamos, Kovak. Eres un buen tipo, solo tienes que hacer que la gente se lo crea. No tienes ni que convencerlos, solo mostrarte tal y como eres. A esa chica le gustas.
—¿Sí? —preguntó Kovak con los ojos bien abiertos. Mario asintió.
—Confía en mí. Sé cuándo una persona mira a otra de manera diferente.
Kovak no tardó en darle un abrazo. Poco después se levantó y regresó junto a Catalina. Mario se quedó oteando el horizonte mientras se perdía en sus propios pensamientos. ¿Cuál sería su próximo movimiento? Seguir trabajando de camarero, ahorrar, aguantar a sus padres el tiempo suficiente para que se pudiera independizar, soportar y ayudar a su hermana Carmen, conocer una buena chica con la que compartir momentos, viajar… Aspirar a ser traductor, aunque fuera de novelas… ¿Quién sabe? La vida le deparaba grandes acontecimientos. Aunque muchas veces, la vida te depara cosas que no entra en tus planes. Algo que llama a la puerta de tu casa, y como visitante desconocido suscita con la mirada afabilidad y desconfianza. Dos factores contradictorios, pero fundamentales para entender de qué trata esto de seguir vivo. Te trastoca por dentro y cuando te has dado cuenta, ya es algo tarde.
Mario todavía no era consciente de que muy pronto, su vida iba a cambiar por completo.
Kovak continuó quedando con Catalina. Poco tiempo después, perdieron la virginidad juntos y, aunque la relación duraría tan solo seis meses, aprendió una gran lección en su vida. Tener a Catalina cerca le reportó una gran confianza sobre sí mismo de la que tiempo más tarde sacaría provecho. Siguieron siendo compañeros de clase de interpretación, y años más tarde seguirían quedando de vez en cuando para «recordar» viejos momentos. Pero lo que estaba claro es que Kovak creció. A nivel personal y a nivel emocional. Se podría decir que, gracias al pequeño empujón de Mario, Kovak aprendió a confiar más en sí mismo. Eso ya era algo que jamás hubiera aprendido solo.
Después de que Catalina y Kovak hicieran el amor por primera vez, esta le susurró al oído: «Me gusta mucho tu nuevo corte de pelo».
Había un reloj enorme colgado en una de las paredes de la cafetería de la clínica de Palma. Álex y Carmen llevaban un par de minutos observándolo en silencio. Ese reloj marcaba las 23:38 horas y tan solo se oía un leve tintineo cuando el segundero repasaba las demás agujas. Había cuatro o cinco personas que intentaban llenar sus estómagos con algo que no fuera angustias. Algunos se llevaban el tenedor o cuchara a la boca, intentando abrir el apetito, otros simplemente fingían que comían y tragaban mientras el alimento se les hacía un nudo en la garganta. Los restaurantes de hospital nunca habían sido el sitio más animado de la ciudad, pero reconfortaba tener un sitio donde charlar que no estuviera rodeado de enfermos. Carmen ya tenía otro vaso de café entre las manos. Álex le acompañó con una tila, nunca había sido muy dado al café. Se pasó una mano por la perilla que se había arreglado dos días antes para, acto seguido, reposarla sobre la mano de Carmen.
—Lo siento tanto… —dijo apenado—. Si hubiera estado a su lado…
—Álex, no es culpa tuya —animó Carmen acariciándole los dedos—. Mario tenía problemas incluso antes de que tú y él discutierais.
—Lo sé, pero lo abandoné cuando más me necesitaba. —La tristeza asomaba en cada parpadeo—. Nunca me lo perdonaré.
—No te martirices así, por favor —suplicó su amiga—. No es culpa tuya. No es culpa de nadie. Mario estaba pasando por una crisis severa de la que nadie era consciente. La única que lo ha vivido de cerca es Blanca, y así y todo nunca se imaginó que Mario fuera capaz de hacer algo así.
—Tengo que hablar con Blanca…
—Lo harás, pero no hoy. Déjala que descanse. Está siendo muy duro también para ella.
—¿Crees que querrá hablar conmigo? —preguntó Álex. Blanca y él, apenas habían mantenido el contacto. Intercambiaron unas cuantas llamadas y se habían visto un par de veces por Palma desde que ella y Mario se mudaran desde Barcelona a la capital de Mallorca.
—Fue ella la que me propuso avisarte —confirmó Carmen.
—No sé qué decir, creo que a mí no me lo hubiera dicho directamente —contestó algo disgustado.
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