Charlie Jiménez
Viento y huesos
Primera edición en ebook : octubre, 2020
Título Original: Viento y huesos
© Charlie Jiménez
© Editorial Rara Avis
ISBN: 978-84-17474-90-4
Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright , en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.
Para Oscar Bouzo.
Por susurrarle al viento.
Y luchar con los huesos.
Mario lo tenía todo atado. Ni sus padres lo echarían de menos, ni su novia le podría reprochar nada. Su mejor amigo ya no era su mejor amigo. Habían discutido hacía unos años y desde entonces no se habían vuelto a ver.
Siempre había evitado pensar en escribir esa carta que ahora estaba ultimando. En ella mencionaba cosas que había hecho y de las que se arrepentía, cosas que no había hecho y otras que le quedaban por hacer. Lo que peor llevaba era pensar en todo lo que les dejaba a sus seres queridos. Aquellas tormentas interiores, que siempre hacían acto de presencia en momentos culminantes y que hoy pasaban desapercibidas. Todo estaba decidido, ya no había vuelta atrás.
Su novia, Blanca, nunca se lo perdonaría. También se trataba de una última lección que les daba a sus padres, al fin y al cabo, estaban de vacaciones en Cuba y tampoco le daban demasiada importancia a las decisiones que tomaba su hijo, así que una carga menos para ellos. Lo que de verdad le importaba es lo que pensarían sus amigos cercanos, sobre todo Álex, la persona más importante de su vida, ya que le partía el alma tener la certeza de que no lo volvería a ver. Aunque Mario sabía perfectamente que lo que estaba a punto de acontecer era un reflejo reprimido durante toda su vida. Siempre había estado dispuesto a ayudar a los demás, aun sabiendo que el esfuerzo nunca se vería recompensado. Pero así era él, fuerte en los momentos en los que los demás se sentían débiles y débil en aquellos en los que los demás eran más fuertes. El porqué es algo que siempre se había preguntado. Echando la vista atrás, a menudo había sido una persona sociable, vestía con alegría una gran sonrisa que le caracterizaba. Contagiaba e irradiaba buenas vibraciones. Era la típica persona que querrías tener a tu lado, como amigo. Siempre dispuesto a ayudar… Sin embargo, en el fondo, Mario sabía que eso era solo una fachada. Un escudo con el que se enfrentaba a sus problemas diarios. Un insulto a su propia integridad. ¿Estaba dispuesto a convivir con ello? Por supuesto que sí. Y así lo había hecho hasta sus treinta y dos años. Pero ahora todo era distinto. Ya no quería ser la persona que siempre estaba preocupándose por los demás. Ahora quería ser libre, desatarse de sus responsabilidades.
Vivir en Mallorca le supuso seguir atado a todo aquello que no le permitía abrir sus alas. La isla es un paraíso turístico a los ojos de cualquier persona que viva o no viva en ella. Pero para él, ese paraíso no existía. Su sonrisa se había ido difuminando poco a poco hasta tal punto de sentirse ahogado en ella. Tenía sus propios motivos. Mario no dejaba cabos sueltos, tenía un plan y quería dejar plasmados sus motivos en papel. Pero antes de escribir aquella carta, se mudó a Barcelona, una ciudad cultural in crescendo. Quería demostrarse a sí mismo que podía salir del bache en el que se había metido. Aunque, por desgracia, al cabo de dos años, la vida le volvió a demostrar que había tomado malas decisiones. Los problemas le perseguían, e incluso, Carmen, la única hermana que tenía, se animaba a reprocharle el abandono a su familia. ¿Qué le importaba a ella? Siempre había sido la niña mimada de papá y jamás se preocupó por lo que pensara su hermano al respecto. Su padre le había regalado un yate cuando se sacó la carrera de Derecho, mientras que a Mario no le regalaron ni la tarta en su último cumpleaños. Cuando Mario regresó a Mallorca, su hermana lo recibió con un «aquí vuelve el desheredado con el rabo entre las piernas». No es que siempre se hubieran llevado como el perro y el gato, simplemente antes vivían tiempos mejores, incluso Carmen llegó a ser el principal apoyo de Mario, pero todo cambió cuando él decidió dejar de sonreír. Mil veces le había dicho su hermana que se había vuelto un borde y un prepotente. «Desde la fiesta del yate, no has vuelto a ser el mismo», le decía.
Entonces se refugiaba en los besos y abrazos de Blanca. Aquella chica tenía algo especial. Siempre lo miraba de tal manera que a Mario le calmaba los nervios. Ella siempre estaba dispuesta a consolarlo. Blanca se había enamorado de Mario nada más verle, aunque, por desgracia, entre ellos no surgió la chispa inmediatamente, ya que ella no estaba en el mejor momento de su vida. Aquella primera vez habían coincidido en un cumpleaños de un amigo que tenían en común. Desde el primer momento entablaron una conversación sobre series de televisión que les mantuvo entretenidos durante toda la noche. Conversaban sobre los entresijos de Juego de Tronos, el final poco convincente de Perdidos, el relleno intencionado de The Walking Dead o el enrevesado argumento de Homeland. Dos años después, tras varias relaciones infructuosas y dos novios de Blanca, esta se dio cuenta de que estaban hechos el uno para el otro. Un día, en una de esas cenas que hacían mensualmente en el restaurante hindú de siempre, Mario se sinceró: «No pienso esperar a que te enrolles con un tercer tío si ese no soy yo. No es justo ni para ti ni para mí. Además, no es agradable estar observando cómo los demás te rompen el corazón. Nunca me atrevería a hacerte algo así. Creo que ya ha pasado el tiempo suficiente como para que me conozcas. ¿Capisci?». A Mario se le daba bien ligar con mujeres, no es que fuera un mujeriego, para nada, pero cuando quería a alguien, no tenía fijación para nadie más, y podía estar años esperándola hasta que esa persona se diera cuenta de que también lo deseaba. O al menos, eso pensaba él. Fue así como Blanca le respondió con un tremendo beso y continuó con el deseo liberado en el colchón. Desde entonces habían sido uña y carne, pero, aunque Mario era el típico caballero que derrochaba aires de bohemio y que contenía miradas risueñas, también cometía errores. La sólida amistad de Álex se vio truncada enfocándose en lo que siempre había necesitado: dedicarse tiempo a sí mismo. Por desgracia, se vio obligado. Se lo debía a sí mismo. Álex, su mejor amigo, se había mostrado sempiterno, es decir, le había prometido estar siempre a su lado. Ambos se necesitaban, aunque contrariamente, su comportamiento era muy distante. No obstante, el fragor de una buena amistad se puede quebrar con un simple pensamiento. ¿Entonces por qué no se habían vuelto a dirigir la palabra después de tres años? Podría tratarse de falta de confianza, pero ya había demostrado que la relación entre Álex y él, sobrepasaba cualquier otro límite. Aunque eran almas muy distintas, solían percibir las cosas con la misma intensidad.
Abandonó a Álex por falta de fe. Se apoyó fervientemente en Blanca, quien se desvivió plenamente por él.
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