863.97283
Z 21 Zak, Monica
Dogboy novela juvenil sobre los
niños de la calle / Monica Zak
-- Guatemala, Piedra Santa : Uruguay :
Nordan, 2005
224 p ; 21 cm
1. Literatura hondureña 2. Novela Hondureña
3. Niños desadaptados socialmente I. t.
Edición original: Dogboy
Publicado en sueco por Bokforlaget Opal,
Bromma, Suecia, año 2002
(Box 20113, 161 02)
Tel. 4682 82179 Fax: 4682 96623
Financiamiento de traducción:
Svenska Institutet
Primera edición en español: 2005
Décimo cuarta reimpresión: 2015
Décimo quinta reimpresión: 2015
Décimo sexta reimpresión: 2015
Décimo séptima reimpresión: 2016
Traducción: Ana Valdez
Ilustración de carátula e interiores: Jan-Åke Winqvist
Diagramación: Equipo editorial Nordan
Corrección de diagramación: Sonia Ardón
Coordinación editorial: Michelle Juárez
Corrección de texto: Erwin Soto
Gerente de fabricación: Ligia Bocaletti
Producción del ebook: booqlab
ISBN: 978-99922-1-153-3
2002 © Monica Zak
Coedición:
2005 © para la presente edición
Editorial Piedra Santa
Gare de Creación, S.A.
5.ª calle 7-55 zona 1
Guatemala, C.A.
info@piedrasanta.com
2005 © para la presente edición
Editorial Nordan
Avenida Millán 4113
Montevideo, Uruguay
Conversación con los perros Conversación con los perros El niño al que llamaban Dogboy (el niño de los perros), estaba sentado en la orilla de un río maloliente que corría por la ciudad. El pelo negro y rebelde le salía por debajo de la gorra de béisbol, los pantalones estaban sucios y el suéter le quedaba grande. Estaba descalzo ya que otro niño que también vivía en la calle le había robado los zapatos tenis durante la noche. Sobre la rodilla tenía una perra amarilla con manchas negras, le acariciaba la espalda con suavidad. Otro perro, de color marrón, más grande y peludo, estaba recostado a sus pies. El perro grande lo miraba continuamente. De vez en cuando movía la cola, con la que golpeaba rítmicamente la tierra seca. Dogboy hablaba. Hablaba en voz alta con sus perros. Acostumbraba hacerlo cuando nadie lo podía oír. Una vez más les contaba del día en que se escapó para la calle. El día en que no soportó esperar más. -”Estaba harto”, les dijo, y se inclinó hacia adelante para acariciar al perro más grande, detrás de las orejas. No podía esperar más. La tía estaba haciendo la comida y no se dio ni cuenta de que yo entré a su dormitorio y abría los cajones de la cómoda. Busqué hasta que encontré lo que buscaba. Las fotografías. Encontré las dos fotografías que había de mi madre y la única que existía de mi padre, una foto de pasaporte. Me guardé las tres fotografías debajo del suéter y me fui al patio. ¿Saben lo que hice entonces? ¿A ver si pueden adivinar? Sí, ya sé que saben porque se los he contado antes. Hice un fuego y quemé las dos fotografías de mi madre y la pequeña de mi padre. Lloré haciéndolo, pero ya estaba cansado, no aguantaba más esperarlos. A pesar de que lloraba me sentía bien quemando las fotografías. Vi sus rostros desaparecer y volverse negros y finalmente convertirse en un poco de ceniza que caía en el fuego. Ya no existen más, pensé. Soy libre ahora. Quemé también mis certificados de la escuela y mi partida de nacimiento. Cuando el fuego se apagó, me levanté y entré a la casa de la tía. Es una casita pintada de verde que está en el Pedregal, cerca del aeropuerto. Primero caminé lentamente. Luego empecé a correr. Recuerdo que de repente me sentí enormemente feliz. Ahora empezaría una nueva vida. Iba a ser un niño de la calle. Y nunca más pensaría ni en mi madre ni en mi padre.
Querida mamá
¿Dónde está papá?
¿Ha llamado alguien?
Una buena vida
La cámara frigorífica
Burger King Blues
Paraíso
Cinco niños vendidos
¿Qué hará con nosotros?
La fuga
Una niña de vestido rojo y 20 perros
Una denuncia no planeada
La caja
Dogboy
Al mar
Huracán, Alerta Roja
Y el agua y el barro subían
El muchacho en el árbol
Un frasco entero de mayonesa
Orfanato
Dos policías y una celda
Manuel Globo
La muerte de dos muchachos
Temprano en la mañana del cuarto día
Enamorado
Querida Alicia
Mucho pegamento y el encuentro con doña Leti
Un auto fantasma y un chofer de taxi que se ríe
Perseguido
La ruina
El guardaespaldas
Mamá, quiero verte la cara
La gran decisión
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Conversación con los perros |
El niño al que llamaban Dogboy (el niño de los perros), estaba sentado en la orilla de un río maloliente que corría por la ciudad. El pelo negro y rebelde le salía por debajo de la gorra de béisbol, los pantalones estaban sucios y el suéter le quedaba grande. Estaba descalzo ya que otro niño que también vivía en la calle le había robado los zapatos tenis durante la noche.
Sobre la rodilla tenía una perra amarilla con manchas negras, le acariciaba la espalda con suavidad.
Otro perro, de color marrón, más grande y peludo, estaba recostado a sus pies. El perro grande lo miraba continuamente. De vez en cuando movía la cola, con la que golpeaba rítmicamente la tierra seca.
Dogboy hablaba.
Hablaba en voz alta con sus perros.
Acostumbraba hacerlo cuando nadie lo podía oír.
Una vez más les contaba del día en que se escapó para la calle. El día en que no soportó esperar más.
-”Estaba harto”, les dijo, y se inclinó hacia adelante para acariciar al perro más grande, detrás de las orejas. No podía esperar más. La tía estaba haciendo la comida y no se dio ni cuenta de que yo entré a su dormitorio y abría los cajones de la cómoda. Busqué hasta que encontré lo que buscaba. Las fotografías. Encontré las dos fotografías que había de mi madre y la única que existía de mi padre, una foto de pasaporte.
Me guardé las tres fotografías debajo del suéter y me fui al patio. ¿Saben lo que hice entonces? ¿A ver si pueden adivinar? Sí, ya sé que saben porque se los he contado antes. Hice un fuego y quemé las dos fotografías de mi madre y la pequeña de mi padre. Lloré haciéndolo, pero ya estaba cansado, no aguantaba más esperarlos.
A pesar de que lloraba me sentía bien quemando las fotografías. Vi sus rostros desaparecer y volverse negros y finalmente convertirse en un poco de ceniza que caía en el fuego.
Ya no existen más, pensé. Soy libre ahora.
Quemé también mis certificados de la escuela y mi partida de nacimiento.
Cuando el fuego se apagó, me levanté y entré a la casa de la tía.
Es una casita pintada de verde que está en el Pedregal, cerca del aeropuerto. Primero caminé lentamente. Luego empecé a correr. Recuerdo que de repente me sentí enormemente feliz.
Ahora empezaría una nueva vida.
Iba a ser un niño de la calle.
Y nunca más pensaría ni en mi madre ni en mi padre.
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