La motivación que subyace a tener parejas en serie es la de llenar la expectativa del preenamoramiento, enamorándose y creando una relación intensa y apasionada con otro, pero limitada en el tiempo, para después quedar en libertad y adquirir un nuevo compromiso. La tarea de la crianza se extiende más allá del tiempo que dure la relación de pareja, pero no se realiza en el triángulo familiar original.
La pareja de la monogamia en serie limita la relación al cumplimiento de una tarea. Esta relación carece del desprendimiento y la gratuidad que expresa un compromiso incondicional y sostenido en el tiempo. Disminuye la posibilidad de sentirse contenido y protegido. Tranquiliza en menor medida las “ansiedades persecutorias” 4básicas que todos los seres humanos padecemos. El hombre pierde las posibilidades de desarrollar una paternidad más profunda y cercana, ya que habitualmente es despojado de los hijos, aunque gane en libertad para incorporar a su vida a una nueva pareja. La mujer, en cambio, mantiene a los hijos a su lado y puede realizar una maternidad más comprometida, pero pierde en libertad para incorporar a una nueva pareja.
B. Monogamia única infiel
La monogamia única es una forma de apareamiento que previene tanto el abandono de los hijos genéticos como su entrega al cuidado de otro progenitor, o tener que hacerse cargo de los genes de otro padre. Y, dado que en la especie humana el período de cuidado de un hijo antes de que pueda hacerse autónomo e incorporarse a otro tipo de cuidado grupal es de cuatro años, cuando se tiene más de dos hijos predominan los factores de apego por sobre la búsqueda de diversidad. En este proceso, del enamoramiento se pasa a un estado psíquico caracterizado como de estabilidad, en el cual la producción de endorfinas —según Liebovic— aporta con las sensaciones de bienestar y paz. Su origen está en la necesidad de que macho y hembra se encariñen durante el tiempo suficiente como para permanecer juntos durante una crianza prolongada más allá de los cuatro años (46).
A lo anterior debe agregarse que, a partir del descubrimiento del arado, el hombre y la mujer dependen recíprocamente, y esto facilita la creación de un lazo permanente. Al respecto, es necesario recordar que en los vínculos adultos la relación de cuidar y ser cuidado en un solo sentido, es más débil que cuando se da en ambas direcciones. Con el aumento de la edad cronológica, conviene a la pareja hacerse cargo mutuamente uno del otro y ver crecer a los nietos como un sustituto del instinto de tener hijos.
Sin embargo, esta relación para toda la vida, sustentada en el proyecto común de criar a los hijos, de dar cumplimiento a un mandato social, de la dependencia mutua y del afecto, no exige de por sí la lealtad sexual tal como la entendemos hoy. En muchos hombres, la tendencia filogenética a la infidelidad se vive de diversas maneras según lo permitan la sociedad y la cultura, implícita o explícitamente. Dicha disposición proviene tanto del impulso primitivo promiscuo que subyace en nuestra condición animal, como de los largos períodos de evolución de la especie en que los machos vivieron en poligamia, en harenes, y las hembras sostenían relaciones paralelas para reasegurarse el apoyo, la protección y la provisión de un macho en caso de faltar o morir el padre de sus crías.
Esta forma vincular tiene exigencias, motivaciones y limitaciones parecidas a las de la monogamia única fiel que describiremos a continuación, pero con la diferencia de que el mundo afectivo-sexual se vive disociado. Ello daña la relación por el carárter de mentira que la atraviesa, por la asimetría con que se plantea y por la pérdida de toda la fuerza y atractivo que potencia a una relación de pareja con una sexualidad exclusiva. Además, no sólo se ve afectada la sexualidad; también la comunicación, la pasión y, en parte, los proyectos y compromisos acordados. El o la amante consume los recursos, la energía psíquica y la preocupación a ese miembro de la pareja, restándoselos a su cónyuge.
Por otro lado, contiene un riesgo: perder el control del aspecto sexual disociado, que el cónyuge se enamore y la pareja se haga trizas (106).
C. Monogamia única fiel
La lealtad a la relación monogámica es un agregado cultural que exige la renuncia de la pulsión, el sacrificio de la tendencia natural a la infidelidad. Esta exigencia de fidelidad es de tal monta, que la sociedad se la plantea como posible de cumplir sólo recién a partir de fines del siglo XX. Antes no era sino una intención loable, coherente con la doctrina planteada por la religión católica, pero únicamente exigida a la mujer.
De todas las formas evolutivas de hacer pareja, ha predominado la monogamia. La sociedad y la cultura occidental han privilegiado la monogamia única; sin embargo, por la carga filogenética que portamos en nuestros instintos, el abanico de posibilidades las congrega a todas. Hay personas promiscuas y otras que aún mantienen harenes (o a varias concubinas o amantes simultáneas). La monogamia en serie múltiple es casi la regla entre los famosos del espectáculo. La monogamia en serie doble es opción de casi el 40 a 50% de la población mundial, y las ocurrencias de monogamia única leales y desleales son entre el 30 y 40% respectivamente (95).
Hemos descrito los determinantes filogenéticos, la herencia de nuestros antepasados, quienes, por la forma en que fueron resolviendo el dilema de hacer pareja y familia, tuvieron mayor capacidad de sobrevivir y nos legaron sus genes con dichas tendencias instintivas grabadas. Pero la cultura sacrifica el placer de gratificar el instinto, en pro de obtener formas de vida más “refinadas” o más sublimadas o, tal vez, podríamos decir con un mayor grado de “realización”.
Estar casado con la misma persona toda la vida y mantener la fidelidad afectivo-sexual, exige ser capaz de sostener la investidura libidinal y el atractivo del vínculo a través del tiempo sin que este se agote. Para que ello ocurra, es necesario elaborar la ambivalencia extrema de amor-odio que se activa en toda relación cercana, resolver el agobio que se despierta en la relación íntima, y tener la creatividad suficiente para superar el tedio que emerge inevitablemente en la rutina.
La motivación que subyace al compromiso leal con otro para toda la vida, es la posibilidad de resolver las ansiedades de separarse mediante la creación de un vínculo, no circunscrito a un tiempo limitado y que tiene carácter de incondicional, con la confianza, desprendimiento y gratuidad que ello implica. Se busca en este encuentro permanente un camino de realización personal, con la idea de que sólo se accederá a él en una relación con otro para toda la vida, como veremos a continuación en este mismo capítulo. Los riesgos de este ambicioso compromiso son equivocarse en la elección de la pareja, o vivir circunstancias que lleven a que la relación se transforme en una experiencia insoportable y, a pesar del fracaso, se siga insistiendo en el cumplimiento de aquel compromiso inicial, con consecuencias negativas tanto para los miembros de la pareja como para sus hijos.
Este tipo de relación vincular se da entre las partes con mayor simetría que las descritas antes, lo que a veces implica mayor grado de confusión en cuanto a los roles, los deberes y derechos de los cónyuges. Por tal razón, esta forma de hacer pareja requiere de una elaboración mutua permanente. Como veremos, es la alternativa escogida por el mayor número de parejas a partir del siglo XXI, aunque por ahora este exigente proyecto sólo es logrado, en su propósito, por un porcentaje relativamente bajo.
Las parejas que eligen constituirse como monogamias únicas leales pueden formar parte del grupo de parejas modernas que Philippe Turchet, en su libro Pourquoi les hommes marchent-ils à la gauche des femmes? Le sindrome d´amour (¿Por qué los hombres caminan a la izquierda de las mujeres? El síndrome del amor), ha denominado como “des couples rares” (las parejas diferentes), que corresponderían a un 14,2% de todas las parejas en la cultura occidental. O sea, una de cada siete. El autor plantea que las seis restantes sostienen el vínculo por necesidades infantiles de dependencia no resueltas, o por cumplimientos obsesivos-narcisistas de la norma y de la apariencia social correcta. Infiere estas conclusiones de un estudio empírico en un grupo de tres mil parejas, las cuales fueron observadas en un área de su comportamiento vincular (115).
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