1 ...6 7 8 10 11 12 ...15 CAPÍTULO III
Condicionantes sociales y culturales de los distintos tipos de pareja
E n el ser humano, sobre los determinantes filogenéticos que señalé actúa la sociedad, la cual regula la descarga del instinto y da origen a una determinada cultura. Esta, a su vez, modula las formas de relación política, familiar, militar y religiosa de un grupo. A continuación describiré los condicionantes sociales y culturales que han influido en las diversas modalidades de pareja en la cultura occidental, desde nuestros ancestros más primitivos. Para cada período en que hemos evolucionado, precisaré el tipo de relación de pareja, las características afectivas de la relación, el poder y el control que se ejerce en ella, la valoración de la mujer por parte del hombre y la sociedad, la posibilidad de disolución del vínculo y cómo se da esto en caso de existir.
1. Desde la era de los primates hasta el elabón perdido (20.000.000 años —> 10.000.000 años a.C.)
• El tipo de relación de pareja es la promiscuidad. La relación es movilizada exclusivamente por la descarga del instinto, motivando una sexualidad entre todos los miembros de una comunidad, sin importar lazos sanguíneos. El vínculo afectivo es reducido, aunque el primate mantiene las conductas de apego observadas en los animales.
El control de la relación se obtiene por la vía de la fuerza y del instinto. Este último coopera con todas aquellas conductas predeterminadas biológicamente, que ayudan a seducir sexualmente a la pareja y, posteriormente, a criar a los hijos. La fuerza se aplica en la competencia, en la lucha con los demás, a veces por parte del macho para imponerse a la hembra, o por parte de la hembra para rechazar al macho. La hembra es considerada como objeto del deseo sexual y como medio de esparcir los genes a través de sus descendencia.
Prácticamente no podemos afirmar que ocurra disolución del vínculo, pues este es muy rudimentario.
2. Período del eslabón perdido (10.000.000 años —> 7.000.000 años a.C.)
• El tipo de relación de pareja es el harén. Un macho tiene a su disposición a varias hembras, quienes se le entregan sexualmente y crían a sus hijos. A cambio, él otorga protección, cuidado, alimentación y un espacio de territorio.
Las variables afectivas de la relación se caracterizan por el intercambio y la conveniencia mutua: el macho “provee” un afecto predominantemente paternalista; la hembra “provee” un afecto más bien filial e idealizador.
La relación es asimétrica, con el poder y el control por parte del macho —él es el dueño de los bienes y del territorio— y tiene la potestad de decidir la pertenencia o la exclusión de sus hembras en el harén; por consiguiente, su valoración respecto del aporte individual de la mujer que vive con él es mínima: lo que ella entrega puede ser sustituido por lo que suministra otra. Además, el hombre tiene una capacidad limitada de establecer vínculos profundos y comprometidos.
3. Período de los homínidos y de los humanos gregarios (7.000.000 años —> 3.000 años a.C.)
• El tipo de relación de pareja es la monogamia en serie. Tiende a establecerse por los factores que ya mencionamos en los condicionantes filogenéticos, a los que agregamos la necesidad de formar pareja sólo durante el tiempo suficiente para que las crías superen la etapa de absoluta indefensión.
Tal como sucede en muchas especies, los vínculos humanos de pareja se desarrollaron en un principio para extenderse únicamente por el lapso que lleva criar a un hijo dependiente; es decir, por los primeros cuatro años, a menos que un segundo hijo sea concebido. Estos primeros hominoides que permanecían unidos hasta que su vástago era destetado y criado, posiblemente sobrevivieron en mayor número en relación a los otros, y prepararon el terreno para una monogamia en serie, como tendencia instintiva, con su base genética y biológica.
Hay varios elementos que confirman esta hipótesis. Según señala H. Fisher, entre los miembros de las tribus de África meridional las madres mantienen una relación muy cercana con el hijo, y para evitar quedar nuevamente embarazadas realizan gran cantidad de ejercicios físicos, consumen una dieta baja en calorías, amamantan en forma permanente a sus hijos e incluso les ofrecen el pecho a modo de chupete, interrumpiendo así la ovulación. Todo esto, más o menos por tres años. En consecuencia, los bebés kung nacen cada cuatro años, el mismo período que entre los nacimientos de los aborígenes australianos que practican el amamantamiento continuo, y entre los gainj de Nueva Guinea. También los niños son destetados al cuarto año por los yanomamos de la Amazonía, los esquimales netsilik, los lepcha de sikkim, y los dani de Nueva Guinea (46).
Todos estos antecedentes han llevado a concluir, entre otros a la antropóloga Jane Lancaster, que el patrón de cuatro años entre partos era el modelo reproductivo habitual durante nuestro largo pasado evolutivo. En esta modalidad, la pareja establece un vínculo afectivo que tiene las características de lo que describiremos más adelante como el estado de enamoramiento, un amor destinado fundamentalmente a la procreación y a la crianza de los hijos (46).
En él las relaciones son simétricas: basados en el proyecto en común de criar a la descendencia, el hombre y la mujer se reparten las tareas. Originalmente se trataba de sociedades nómadas, cuya supervivencia se sustentaba en la recolección, y donde las mujeres adquirieron mucha importancia en las labores de acopio y suministro del alimento nocturno. Ellas salían rutinariamente del campamento para trabajar y llevar a la casa bienes preciosos e información valiosa.
Los investigadores Bachofen, Morgan y Engels plantean una relativa igualdad entre los sexos como regla en muchas sociedades preagrícolas antiguas. La antropóloga Eleanor Leacook, con información proveniente de todo el mundo, demuestra que en las comunidades prehistóricas, hombres y mujeres tenían las mismas libertades, “derechos” y obligaciones (46).
De lo descrito anteriormente se desprende que la mujer cumplía una importante función dentro del grupo social y en la relación monogámica en serie. Si bien durante el período de crianza debía abocarse a la tarea de amamantamiento y cuidado de la criatura, dentro de la economía doméstica de las sociedades nómadas —donde no hay cultivos—, era de su responsabilidad el acopio de los alimentos. Por su parte, el macho se ocupaba de salir a cazar animales.
Como señalábamos previamente, en este período la mujer se mueve con mucha más independencia dentro de su clan y, al no estar comprometida en un vínculo para toda la vida, una vez cumplida la labor de crianza queda en libertad para unirse con otro hombre. La relación de pareja se sostiene mientras se cría al hijo, hasta que este alcanza la suficiente habilidad e independencia para integrarse a los grupos de niños de los cuales la comunidad se hace cargo. Tal situación cambiará con el sedentarismo y la introducción del arado.
Todo esto nos hace pensar que, durante varios millones de años, el ser humano mantuvo relaciones de pareja monogámicas, pero varias en el transcurso de su vida.
4. Desde la invención del arado hasta la consolidación social de la Iglesia Católica (3.000 a.C —> Siglo IV d.C)
• El tipo de relación de pareja en este período es la monogamia única con infidelidad principalmente masculina.
Para Helen Fisher, la antropóloga que publicó Anatomía del amor —y de quien he tomado varios aportes en este capítulo— la invención del arado marca la diferencia desde una relativa igualdad entre los sexos a una relación marcadamente desigual.
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