Para moverse por las ciudades y los puertos es imprescindible una bici. En la vuelta a España llevábamos una plegable. Nos hubiera gustado llevar dos, pero en aquel momento lo consideramos imposible en un barco tan pequeño. En aquella circunnavegación de la Península la estibábamos bien que mal en el cofre de la bañera y la usamos muchísimo, tanto para hacer los recados como por gusto en las pistas que corren paralelas al Canal de Midi. Dentro de los recados fue de especial utilidad para encontrar las gasolineras, pues cuando en un puerto no había una específica para los barcos debíamos buscar una de carretera, que habitualmente están en las afueras y andando significa media o una hora de paseo y cargando con los bidones. En el Canal de Midi sirvió como deporte y además para acelerar el tránsito por las esclusas (uno se adelantaba con la bici para tener la esclusa abierta) y en las ciudades que visitábamos para hacer más ágil la visita. Pero en toda la vuelta a España estuvimos lamentándonos de no tener dos, pues teníamos que repartírnosla y quedar a una hora intermedia para intercambiarla. Para la navegación a Bretaña conseguimos una bici extraordinaria, la Boomerang 3.7, de lo más pequeño del mercado, con ruedas de 14 ‘’. Solo admite pasajeros de hasta 70 Kg (yo los doy justitos) y es tan pequeña que tiene el centro de gravedad muy detrás y si arrancas con fuerza o llevas una mochila pesada la rueda de delante se levanta. Por supuesto no tiene cambios de marchas, pero es tan pequeña que plegada se guarda dentro de una maleta, y sin maleta le encontramos acomodo en el aseo, debajo de la repisa del lavabo y al lado del retrete químico. De esta manera llevábamos dos bicis, la “grande” en el pañol de la bañera como en la vuelta a España, y la “pequeña” en el baño. ¡Menudo lujo dos bicis en un barco de 6 metros! Las escalas han sido otra cosa, y hemos vuelto tan satisfechos que ahora defiendo que en la navegación de crucero vale más la pena llevar dos bicis que otro juego de velas, por ejemplo.
En nuestras navegaciones anteriores habíamos carecido de nevera a bordo y la suplíamos con una caja de porespán y frigolines o cubitos de hielo. Pensábamos que la batería no daba para tanto, pues la nevera es uno de los principales consumidores de energía de barco. Los frigolines son unos rectángulos de plástico con un gel en su interior que se introducen en el congelador de 20-25 ºC bajo cero y pueden mantener una temperatura cercana a cero grados en el interior de la caja durante dos a cuatro días. Hay que tener los medios para recongelarlos, y normalmente pedimos el favor en las marinas o en alguna tienda o bar cercanos. A falta de frigolines o cubitos de hielo, comprábamos en el supermercado alguna bolsa de productos precocinados congelados, que hasta el momento de consumirlas daban frío al interior de la caja de porespán y hacían la función de los frigolines. Para la navegación a Bretaña compramos una neverita eléctrica de camping. Se conecta a la batería y no usa gas, pero consume 40 W (3 A/hora) por lo que podía agotarnos la batería enseguida. Por eso nuestra idea era enchufarla solo cuando hubiera mucha insolación y el panel solar estuviera cargando a tope, cuando fuéramos a motor (que también carga la batería) o cuando estuviéramos en una marina conectados a la electricidad del pantalán. El resto del tiempo pensábamos usarla con frigolines como hasta ahora. La neverita es de 20 litros en vez de los 23 de la caja de porespán, pero como a ratos iba a ir enchufada necesitaría menos frigolines y por tanto habría más espacio para la comida. El resultado ha sido extraordinario. Por un lado en Francia no es habitual abarloarse a los pesqueros y hemos tenido que ir a las marinas deportivas más que nunca. Así la neverita estaba conectada a la electricidad del pantalán toda la noche y parte de la tarde. Siempre tenía dentro cuatro frigolines o más, de manera que aunque no llegasen a congelarse sí mantenían el frío dentro de la nevera durante la navegación hasta la siguiente escala. Y por otra parte siempre que arrancábamos el motor la enchufábamos a la batería, y también los ratos de mucho sol, sin que nunca pusiese en peligro su carga, que controlábamos con el voltímetro. Por otra parte nos acostumbramos a vigilar periódicamente la posición de la botavara en los fondeos y los puertos, para cambiarla según la situación del sol y que no proyectase sombra sobre el panel solar, que va en la tapa del tambucho. Ha sido una de las mejores adquisiciones para la comodidad a bordo y estamos plenamente satisfechos de su resultado. Nos ha simplificado la intendencia y casi hemos prescindido de pedir el favor de congelarnos los frigolines.
En la vuelta a España subíamos nuestra posición al blog para tranquilidad de nuestras familias cada pocas horas. Lo hacíamos mediante el programa Localizatodo que exige una conexión permanente a Internet del teléfono móvil. En las costas españolas no había problema pues teníamos una tarifa plana de Internet, pero esa no servía en Portugal ni en Francia, países en los que no subíamos la posición. Como la navegación a Bretaña iba a ser mayoritariamente en tierras francesas no nos serviría. Por eso compramos una baliza de localización SPOT GEN3. Es un aparatito del tamaño de una cajetilla de cigarrillos, con cobertura mundial, que emite tu posición GPS cada 10 minutos a través de la red de telefonía satelital Globalstar (un operador de telefonía creado en 1994 que explota una red de 48 satélites). Esa señal puedes volcarla a una página web (nosotros lo hicimos a la del blog) donde pueden seguirte tus conocidos. Además tiene una función SOS que desencadena tu búsqueda y rescate por las autoridades marítimas, y algunas funciones de mensajes personalizados para enviar a personas seleccionadas (son mensajes escritos previamente de tranquilización, o de llegada a puerto, o lo que tú quieras, pero que funcionan desde todo el mundo, no como los mensajes de móvil que pierden la cobertura al alejarte unas millas de la costa). El aparatito es estanco al agua y tiene una tarifa desde mi punto de vista muy razonable para la tranquilidad y seguridad que aporta a la navegación (190 € el aparato y 135 €/año el servicio). Sobre las radiobalizas clásicas tiene la ventaja de la función de seguimiento, que aquellas no tienen. Y el inconveniente de que la señal que emite es telefónica y la función SOS dirigida a un único destinatario (la empresa que la comercializa, que es norteamericana) la cual avisa a las autoridades competentes en el rescate del país en el que navegues. Es decir, que puede haber un barco poco más allá de tu horizonte que no se entere directamente de tu situación de alerta, aunque sí cuando las autoridades contacten con los barcos presentes en la zona. Para nuestro tipo de navegación, que es costera y siempre a menos de 12 millas de la orilla, es decir, al alcance de los barcos y helicópteros de rescate, nos ha parecido suficiente. Por otra parte puedes utilizarla igualmente para las excursiones por el monte, o para cualquier otra actividad en tierra.
La baliza de localización ha funcionado a la perfección. En teoría debe situarse en una superficie horizontal con la tapa con el logotipo mirando hacia el cielo, pues la antena que detecta los satélites está bajo el logo. Pero en el barco la baliza hay que llevarla siempre encima por si te caes al agua. La llevé siempre yo encima, y en las guardias nocturnas el que se quedaba al timón, y teníamos la consigna de que si el otro se caía al agua engancharíamos la baliza al aro salvavidas antes de lanzarlo, de manera que si no se conseguía volver a por él al menos tendría en su poder la baliza para activarla y mandar su situación en el mar. Lo que no es coherente es llevarla dentro del barco, porque allí no ayuda al que se cae al agua, y menos en las navegaciones en solitario. Funcionó perfectamente llevándola en el bolsillo, que en navegación es más cómodo porque ya se llevan bastantes cosas colgadas del cuello (las gafas, el anemómetro, los prismáticos, el compás de marcaciones, el móvil en su funda estanca, el Mp3, el sombrero, etc.) no todas a la vez, claro. Aunque en teoría la baliza es resistente al agua según IPX7 (sumergible a 1 metro de profundidad por 30 segundos) durante toda la navegación la llevamos dentro de una funda estanca. Y aunque en teoría las pilas deberían durar de siete a diez días, a nosotros nos duraron más de dos meses hasta el primer cambio, aunque eso sí, no la teníamos encendida las 24 horas sino solo las horas de navegación.
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