—¿Qué pasó? A mí puede contármelo, no lo voy a contar por ahí.
—Entonces cierra la puerta, para que no nos escuche nadie y presta mucha atención.
Me contó algo terrible, tan terrible que solo de escucharlo me entraban ganas de llorar y devolver. Se me revolvieron las tripas.
—En Cuba murieron más de cincuenta mil españoles, pero no murieron en la guerra, no, los mató el clima y la falta de ropa adecuada para ese clima; los mataron las enfermedades: paludismo, fiebre amarilla, disentería. Yo mismo estuve muy enfermo, me iba por la pata abajo, no podía comer ni beber porque todo lo que comía o bebía lo expulsaba por arriba y por abajo. Tenía fiebre y deliraba. Estuve tan enfermo que si no llega a ser por mi novia cubana, que me llevó a su casa, me cuidó con medicinas de allí, me dio de comer y de beber, no estaríamos aquí: ni yo, ni mi hija, ni mi nieta.
—No hace falta que me cuente más —dije yo, que me estaba poniendo enferma solo de escucharlo—. Ya me lo seguirá contando otro día.
Pero él no me escuchaba, era como si ya no estuviese a mi lado, como si estuviese allí, en Cuba otra vez, como si viese lo que vio y sufriese lo mismo que sufrió. Siguió hablando y hablando y hablando, con lágrimas en los ojos.
—Las enfermedades mataron al noventa por ciento de los soldados; más, mucho más, que las armas del enemigo.
—¿Se casó usted con esa novia? —dije yo, queriendo cambiar de tema— ¿Cómo se llamaba? La debió de querer mucho ¿no?
—No, hija, no, qué va. Prometí que me casaría con ella si me curaba, es verdad. Pero no pude. Mientras me curaba a mí, enfermó ella. Murió el día que yo estaba totalmente curado. Lloré mucho, hasta que no me quedaron lágrimas en los ojos. Luego tuve que enterrarla y seguir adelante. Ese mismo día vinieron a por mí, me metieron en un barco y volví a entrar en la maldita guerra . Teníamos pocos barcos. El almirante Castro Méndez Núñez dijo: más vale honra sin barcos, que barcos sin honra . Allí perdimos barcos, soldados y honra. Eso no lo dicen en los libros.
El abuelo de Mari Tere sigue hablando, susurrando, llorando y repitiendo: maldita guerra, maldita guerra . Hasta que se queda profundamente dormido. A mí se me escapan las lágrimas. Acabo de comprender por qué su hija no quiere que el abuelo hable de la maldita Guerra de Cuba .
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