Nieves Álvarez - Alicia en el país de la alegría

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Alicia en el país de la alegría: краткое содержание, описание и аннотация

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El relato de Nieves Álvarez se vertebra en torno a los recuerdos de una niña para quien la vida, a pesar de lo sórdido de la época en que transcurre su infancia, es un jardín lleno de luz y de misterios. Con una gran habilidad, la autora construye un espacio lírico en el que la memoria fluye como un caudal narrativo que arrastra anécdotas, peripecias y vivencias de unos personajes zarandeados por el destino y su inclemente ventisca. (…) Nieves Álvarez realiza un ejercicio literario de recreación histórica a partir de sus propias experiencias vitales. Llegados a este punto, sospecho que la novela es, de algún modo, una confesión. (…) Alicia en el país de la alegría es una novela con muchísimos méritos. Una novela a la altura de las que nos regalaron otras grandes escritoras sobre la misma temática: Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Almudena Grandes, Josefina Aldecoa, Carmen Laforet… Quien se asome a sus páginas no se sentirá defraudado en ningún momento. Más bien al contrario. Hallará en ellas un laberinto de emociones y de experiencias humanas que son, que fueron o que pudieron ser las nuestras, o las de nuestros compañeros de viaje en la aventura de sobrevivir al franquismo. Nadie quedará al margen de esta historia. Todos formamos parte de ella en mayor o menor grado. Y ese es, ni más ni menos, el legado que nos dejan las gran- des obras de la literatura universal. (J. R. Barat)

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—No contestas, tiemblas y estás triste. ¿Qué pasa, Alicia? A mí me puedes contar lo que quieras, sin miedo.

—Es que, desde hace casi dos meses, la maestra me envía todos los días a su casa a cuidar a su hijo. Como ha vuelto su marido ya no me necesita y...

—¿Te ha asustado el marido de la maestra? ¿Por qué no has vuelto a la escuela? ¿Por qué no te has ido a casa?

Lo del marido de la maestra no se lo puedo decir. Es muy difícil contar una sensación. Pero... tengo que decirle lo otro.

—Es que necesitaba pensar cómo decirle a la maestra que no quiero volver a su casa. Ya he aprendido a cuidar a su hijo, ahora que aprenda otra niña. Yo quiero aprender otras cosas. Por favor, señor Juez, no se lo diga a la maestra: me puede castigar.

—A ti no te va a castigar nadie, Alicia, de eso me encargo yo. Tú no tienes culpa de nada. Ahora los dos vamos a tu casa.

—¡Por favor! ¡Por favor! No se lo diga a mis padres, que se van a enfadar conmigo.

—Nadie se va a enfadar contigo. Confía en mí.

El juez de paz es un hombre mayor con cara de buena persona. Sonríe, me toma de la mano y, tranquilamente, los dos nos dirigimos a mi casa. Por el camino me habla de los árboles y plantas que encontramos. Reconozco encinas, pinos, chopos, trigo... pero hay otras plantas que he visto muchas veces y no sé cómo se llaman. Él me va diciendo los nombres científicos de cada árbol, de cada arbusto, de cada florecilla. Es un hombre listo y agradable. No me extraña que sea juez de paz. También podría haber sido maestro.

—Oiga, señor juez, ¿y usted por qué sabe todas esas cosas?

—Porque me gusta mucho leer, lo mismo que a tu padre. Leo, sobre todo, libros de botánica. Leer es una buena cosa ¿a ti te gusta leer?

—Sí, claro, me gusta mucho leer.

—Entonces, si quieres, puedo dejarte un libro en el que verás los nombres de todos los árboles y plantas que crecen en nuestro término municipal.

—Claro que quiero. Muchas gracias. Tendré mucho cuidado para que no se rompa.

Encontrarme con el juez de paz ha sido estupendo. Ahora estoy más tranquila. Mi padre está sentado en el banco de piedra de la puerta. ¡Qué estupendo! Hoy ha venido a comer. Debe de estar trabajando en la cantera del Cristo.

Al vernos llegar, mi padre se levanta y saluda al juez de paz. Luego me mira, mira el reloj, levanta la cabeza, sube las cejas y mueve los hombros pidiéndome explicaciones. Como no contesto, dice:

—¿Qué pasa, Alicia, por qué no estás en la escuela?

—No pasa nada por lo que tengas que preocuparte, Juan —dice el Juez—. Entremos en tu casa y hablamos ¿te parece bien?

A pesar de todo, noto que mi padre está preocupado. No deja de mirarme. Yo bajo la cabeza. No quiero ver nada más. Dentro, en la cocina, está mi madre. Se sorprende al vernos entrar.

—Alicia, ¿qué pasa? Has armado alguna, como si lo viera...

Mi madre me agarra del brazo y me zarandea.

—Vamos, Alicia, dime ¿qué has hecho ahora?

—Nada, María, Alicia no ha hecho nada. No sé si sabéis que desde hace dos meses va todos los días a cuidar al hijo de la maestra a su casa.

—¡Madre del amor hermoso! —dice mi madre— ¿Es eso cierto, Alicia? ¿Por qué no nos has dicho nada a tu padre o a mí?

No contesto, ya no puedo más. Me pongo a llorar con todas mis fuerzas. Mi padre me abraza, mi madre levanta la mano amenazante, el juez habla.

—La niña no tiene culpa de nada. Pero nosotros tres debemos ir a hablar con la maestra. Esta no es la primera vez que pasa algo así. La maestra no puede mandar a niñas pequeñas a cuidar de su hijo. Y menos sin que sus padres lo sepan. Alicia está preocupada, no sabe cómo decirle a la maestra que no quiere volver a ir a cuidar a su hijo, que quiere estudiar.

Ahora es mi madre la que me abraza.

—Pobrecita hija, con lo pequeña que es. ¿Y ese pobre niño? Alicia pensaría que estaba jugando a las muñecas, con lo fantasiosa que es.

Los tres se van a hablar con la maestra. Yo me quedo en casa, con mi hermana y le cuento lo que me ha pasado. A ella también le cuento que el marido de la maestra me ha levantado las faldas y me ha dado un azote en el culo.

—Mira, Alicia, si algún insensato te hace algo así, le pegas una patada con todas tus fuerzas ahí, donde más le duela.

—No le digas a nadie lo que te he contado. Sobre todo no se lo digas a nuestros padres ¿me lo prometes?

—No te preocupes, que no se lo pienso decir a nadie, ni tú tampoco.

Por la tarde no voy a la escuela. Mejor, así puedo leer y pensar.

Mañana iré a la escuela de las niñas mayores. Esa sí que es una buena noticia. El juez de paz le ha dicho a la maestra que sea la última vez que envía a niñas como yo a cuidar de su hijo, que si necesita una niñera que la pague o se arriesga a que le ponga una multa y le abra un expediente que podría costarle el trabajo. A lo mejor le quitan el título y no puede ejercer.

Por la noche, el juez de paz ha traído a mi casa el libro de botánica que me prometió. Tiene imágenes y todo. Me lo pienso leer de cabo a rabo y dibujar las que más me gusten.

El Juez enseña a mi padre una carta que le ha enviado Luisito el de Pozaldez, un pobre que viene todos los años a las fiestas del pueblo. Es bajito, alegre, regordete y bonachón. Se queda dos días y duerme en casa de alguien importante.

En su pueblo, Pozaldez, trabaja acarreando agua o ayudando a echar uva a los cestos en las vendimias. Poca cosa para vivir todo el año, por eso va de fiesta en fiesta, ofreciendo sus servicios a quien lo quiera escuchar.

Nosotros lo escuchamos y por eso conocemos mucho a ese pobre ambulante. Viene a nuestra casa-bar y mis padres le dan comida, ropa y conversación. Allí, en el canto de piedra que está a la puerta, nos sentamos a escuchar lo que pasa en los pueblos de su recorrido.

Cuando hace mal tiempo no sale de casa. Se dedica a escribir cartas a sus amigos y a las personas importantes de cada uno de los pueblos que recorrerá cuando llegue el buen tiempo. Pueblos de Valladolid, Segovia, Salamanca y Ávila. Pueblos como el mío en el que los niños lo siguen y los mayores lo ayudan como pueden.

Mi padre le dice al Juez que Luisito es un hombre bueno, que ha tenido la desgracia de quedarse solo. Sus padres murieron cuando él era pequeño. Como es bajito (bastante más que mi padre y eso que mi padre no fue a la mili por lo bajo que es) y como el maestro de su pueblo era un hombre bueno, lo dejó ir a la escuela hasta los veinte años. La gente de allí lo ayuda para que no le falte comida. Es pobre, pero buena persona. Cuando dejó la escuela, comenzó a andar por los caminos y a ir por los pueblos durante las fiestas. No pide, canta, baila y recita poemas, por la voluntad. Como canta mal y baila peor, algunas personas le dan lo que pueden para que no cante ni baile. Mi padre sí, mi padre le deja cantar y bailar y él se pone muy contento. Inventa poemas y canciones: Echo un baile a estas mozas y a los mozos del lugar y a los padres les deseo que casen bien a sus mozas con mucha felicidad . Así son sus canciones-poemas, así es Luisito el de Pozaldez: optimista, alegre y saltarín.

Lo que más nos gusta a mi padre y mí es que cuente lo que ha visto por los caminos, lo que pasa en los otros pueblos, lo que pasa en su propio pueblo. Durante el invierno no sale a los caminos, pero siempre le escribe una carta a mi padre, en ella le cuenta quién se ha casado, quién ha muerto, quién ha tenido un hijo. Mi padre le contesta y le cuenta las novedades que hay en nuestro pueblo. De esa forma, Luisito el de Pozaldez mantiene informadas a sus amistades y recibe correspondencia que le sirve de compañía.

Cada vez que viene al pueblo, duerme en una casa diferente. Solo se queda dos noches (la Guardia Civil tiene prohibido que los pobres se queden más días en el pueblo) pero nadie debe preocuparse por él. Es limpio, no se emborracha, no da problemas y pregunta por cada miembro de la familia. Y siempre, antes de marcharse a seguir el camino, nos invita: espero que vengáis a la función de mi pueblo, Pozaldez, que es el 20 de mayo, San Boal .

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