vvaa - La primera generación. Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968

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Alumnos jovencísimos matriculados en octubre de 1968, en una Facultad creada de la noche a la mañana. Eran los tiempos de la dictadura franquista y de enormes cambios sociales en todas partes del mundo. Desde entonces, la práctica médica ha evolucinado como de la noche al día.
Tras ciencuenta años y ante la pregunta: ¿qué fue de aquellos jóvenes, hombres y mujeres que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao?, la primera generación de estudiantes nos describe, con la visión y estilo propios de cada cual, momentos políticos señalados, anécdotas hilarantes, estructuras sanitarias caídas, por fortuna, en el olvido y su propio papel en el origen de varias innovaciones médicas que hoy son de uso común.
Por estas páginas desfila parte del profesorado, colegas, pacientes, personal sanitario, algún que otro jefe, y sus familias. Observamos momentos fugaces y sorprendentes de sus vidas: médico de una expedición a los Andes, prisionero por error en Siria, encarcelamientos franquistas, médico de la Armada en los 70, cantante en salas de fiestas, fresador en la siderurgia de Bolueta, observadora de Rusia en Soria, especialización en Cuba, pediatra en México, cooperante en Mauritania, senador en Madrid, y otros varios según quién hable.
Nada de ello, sin embargo, supera en emoción y detalle, al relato del quehacer médico de cada cuál, a lo largo de sus vidas.
La imagen global que emerge del conunto es, sin duda, más valiosa que la mera suma de sus componentes.

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LUIS LARREA BILBAO: ¡Ah!

(José no lo recuerda)

La huelga de cuarto curso, plenamente justificada, dejó secuelas:

• D. Luis Gimeno Alfós dio su asignatura en quince días y le echamos de clase. Y nos suspendieron a más de la mitad, hasta en milicias. Así que en enero del 75 fuimos a la mili.

• Soldado médico en un barracón junto al frontón de Elizondo durante un verano con doscientos voluntarios de Pamplona: mucho Harrison. Pedimos hacer la residencia en Medicina Interna y, de relleno, en “otras”.

• Soldado médico durante siete meses en la colegiata de Roncesvalles con otros doscientos. Liberado de las marchas para darle más al Harrison y al aeromodelismo (un velero de dos metros y medio con tiras de madera sacadas con una sierra de pelo, ¡de una contraventana del primer piso!).

Iba ya por la mitad del Harrison cuando llamó José Rodríguez Arzadum, vía oficial desde donde estuviese destinado:

JOSÉ RODRÍGUEZ ARZADUM: Perro Perro, aquí Lobo Lobo. Oye, que en Madrid nos han dado la residencia de Radiología en Cruces. Cambio.

LUIS LARREA BILBAO: Lobo Lobo, aquí Perro Perro. Pero, ¿no hay primero un año de internado rotatorio? Cambio.

JOSÉ RODRÍGUEZ ARZADUM: Perro Perro, aquí Lobo Lobo. Este año no. Debe de haber mucha necesidad y se lo han saltado. Cambio.

LUIS LARREA BILBAO: Lobo Lobo, aquí Perro Perro. Y, ¿qué es eso de Radiología? Cambio.

JOSÉ RODRÍGUEZ ARZADUM: Perro Perro, aquí Lobo Lobo. Pues no sé muy bien. Creo que es lo de Alfós. Cuando nos licencien vamos a Cruces a preguntar. Corto y fuera.

No sabía ni dónde estaba Cruces. Otra “vocación desde la cuna”.

Y tuvimos suerte. Nos recibió Pepe Calonge a los seis nuevos: “No volváis a Radiodiagnóstico hasta que leáis Medicina y Radiología en inglés”. Y lo hemos hecho siempre.

Y Alfós nos recibió encantado y resultó un gran facilitador.

A nuestra llegada, sólo había Radiología de Proyección (todo con radiografías simples), pero se fueron incorporando cada pocos años la Ecografía General, luego la Pediátrica y el Doppler, los TAC con sus biopsias y sus drenajes, la Resonancia Magnética (funcional incluida) y el intervencionismo vascular (¡Ah, Fernando Muñoz¡, ¡qué máquina¡, con sus embolizaciones, recanalizaciones, tratamiento de aneurismas, endoprótesis hasta que le desplumó un aguerrido gerente). Bajo el manto protector de D. Ignacio Azkuna.

Cada pocos años ha habido que entrenarse en técnicas nuevas, dotarlas, mecanizarlas, “maquinarlas”. De la Radiología de Urgencias nueva hasta digitalizar todo con el Archivo Digital masivo, y el Impax de toda la empresa. Más cincuenta radiólogos.

Y no nos aburrimos nunca.

Y se amplió el mundillo relacional, con sesiones propias siempre, y con todos los otros Servicios que quisieron. Hasta cuarenta sesiones algunos meses. Allí, aparte de la ciencia, afloraban las necesidades nuevas de cada anfitrión y se les aportaban soluciones técnicas y funcionales a cada planteamiento y de cada grupo.

Y acabamos siendo un verdadero Servicio Central. Y su organización interna variaba con cada objetivo. Se tardaron más de cuatro años en reorganizarlo con Secciones “por órganos” en vez de por máquinas. Recuerdo al núcleo central del Servicio, empeñados siempre en mil mejoras, felicitándonos por alcanzar alguna.

Y cogimos la docencia por los cuernos (un año entero preparando una auditoría de Docencia de Madrid, ¡lo que aprendimos de nosotros mismos!).

Y acabamos todos marcados con el hierro de la mejora continua.

Y formamos a muchos y muy buenos.

Y se puso empeño en que la mayoría de los radiólogos acabara haciendo lo que más les atraía. Y ya no se escaqueaba nadie. Se integró el resto del área sanitaria y se centralizó algún intervencionismo de altura para medio Euskadi.

Y se alinearon los Objetivos del Servicio con los del Hospital y la Organización Central de Osakidetza, en beneficio de los pacientes. ¡Se hizo Gestión!

Siempre, siempre, maquinando en beneficio de los clientes. Un poco mejor a los enviados por gente del primer curso de la Facultad.

Y muchos colegas y otras gentes nos querían bien y no tuve que bregar por sostener mi posición.

Y disfruté siempre del oficio de radiólogo. Y me exasperé muy poco (la maltraída Gestión por Objetivos).

Y se vio que muchas cosas habían mejorado.

Y a los cuarenta años se descansó.

¿Os recuerda algo este lenguaje? ¿Sí?

Bueno. Tanto no fue. Pero algo de eso sentí cuando me jubilé.

POR LOS CAMINOS DE CASTILLA

Ofelia Villate Pérez

Cuando decidí estudiar Medicina no tenía ni idea de los problemas que iba a tener que superar, pero seguí hacia adelante.

Con preu ya aprobado y las maletas casi preparadas para ir a Valladolid, donde iba a empezar 1.º de carrera, nos despertamos un buen día con la noticia de que se hacía viable la apertura de una Facultad de Medicina en Bilbao. No tenía claro yo, en ese momento, si aquello era para alegrarse o no.

Era bueno, porque mis padres, de recursos justos, evitaban un desembolso durante seis años fuera de casa para la primera hija, con la segunda, que venía cinco años por detrás. Era, por otra parte, un poco preocupante, porque como todos sabéis, en aquellos años, el bachiller se diversificaba en dos ramas, ciencias y letras, sin mezcla de materias.

Yo era “de letras” y mi último y más básico recuerdo de ciencias era lo dado en 4.º de bachiller. Estudiar en Bilbao suponía que iba a empezar todo de nuevo, con un curso selectivo totalmente de ciencias, previo al inicio de la carrera.

“Bueno”, me dije, “pues habrá que intentarlo”. Estudiar en Bilbao suponía un gran ahorro de dinero, así que no quedaba otra.

Si alguien tuvo que aprender derivadas, integrales, formulas físicas y químicas de memoria, esa fui yo. No tenía tiempo para deducir y tampoco daba para más. Entonces me di cuenta (lo mismo que mis padres) del lío en el que me había metido.

No es extraño que, cuando me pongo a recordar aquellos años, tenga más zozobras que diversiones, que las hubo, pero no en aquella Escuela de Náutica donde empecé el Selectivo, sino durante los años siguientes, cuando aquel desbarajuste mental se acabó. Y lo hizo cuando en sexta convocatoria, la última para poder continuar, aprobé las Matemáticas. En este momento, tengo que recordar al Dr. Lara, porque yo me examiné por libre de Anatomía I, consciente de que, si los “números” no iban bien, un aprobado en Anatomía no valía para nada y claro, yo saldría de la Facultad. Él, a pesar de lo intransigente que parecía encima de su bigote, fue el primer (y último) profesor que, en un momento de apuro, me dio un poco de fuerza, con aquella frase de:

–Usted, señorita, apruebe las Matemáticas, que yo le guardo la Matrícula de Honor que tiene en Anatomía hasta febrero.

Lo conseguí, y fui a Lejona como si hubiera sobrevivido a la batalla de las Termópilas.

Inquietos momentos políticos, mucho movimiento en todas las Facultades, la de Económicas echaba humo, pero Medicina no le andaba lejos: los grises entraban por una puerta del anfiteatro en medio de una clase, buscando a alguien y salían por la otra sin encontrarlo. Podía parecer emocionante para aquellos chicos de diecinueve años, y no sé si nos dábamos perfecta cuenta de lo que en realidad todo ello significaba. Ya iríamos viéndolo.

Fue en 3.º cuando bajé a Basurto, esa Facultad arrinconada en el extremo del hospital, tan prefabricada como permanente. No he vuelto a entrar, pero cuando desde fuera la veo, me parece sufrir un deja vu. Creo que, para ser una Facultad novata, nos daban buena caña; parecía como si se tuviera que decir: “Medicina, en Bilbao, es dura.” Para mí lo fue, quizás el resto de mis compañeros no estén de acuerdo, pero yo al menos, cuando hablaba con gente de Valladolid, Salamanca o Zaragoza, tenía la certeza de que allí, “lo vivían mejor”.

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