Denegar el ingreso o decidir limitar la escalada terapéutica, para evitar tanto la futilidad como el ensañamiento terapéutico, plantea problemas éticos de hondo calado. No siempre se puede tomar una decisión pausada y compartida que sea inequívocamente certera. Quizá sea lo más difícil de nuestra especialidad. Y después, analizar lo que se podía haber hecho mejor, interesarse por la evolución tras el alta de la Unidad, escuchar, estudiar, aprender.
Ahí fuera siguieron pasando cosas. Entrábamos en la UE y cambiábamos la peseta, un montón de pesetas, por el euro. La sociedad era cada vez más laica, aunque quizá simplemente se sustituía una religión por otra: la de lo políticamente correcto. Personas de otros países intentaban establecerse en nuestro país. Surgía lo que ningún escritor de ciencia ficción consiguió prever, ¡Internet! Cada uno con su móvil, con tecnología informática superior a la que puso al hombre en la Luna. Caía el muro de Berlín. Se desintegraba la URSS; los Castro, no. Se cuestionaba lo que parecía incuestionable, desde los Premios Nobel hasta la ONU, e incluso la misma democracia que –por no hablar de los de casa– nos daba a tipos como Trump o Putin, dejándonos a la intemperie frente a la manipulación informativa, los estudios de mercadotecnia, o la suplantación de lo que se creía que era el gobierno del pueblo por la sola posibilidad de elegir menús precocinados, si quieres lo comes o no, pero no hay otra cosa.
EPÍLOGO
La Medicina, tal como la hemos conocido, está cambiando y va a cambiar mucho más. Cada día está más orientada no solo a tratar a los enfermos sino a mejorar y prolongar la vida de los sanos. La esperanza de vida era de poco más de sesenta años cuando nacimos, ahora está alrededor de ochenta y cinco. Hemos visto cómo llevaban esposada a Jane Fonda, Barbarella, con más de ochenta años, tras manifestarse por el cambio climático. Jubilados caminan cientos de kilómetros para reclamar mejores pensiones. Ser realistas, pedir lo imposible.
Tecnológicamente hacemos lo que antiguamente estaba reservado a los dioses. Hacer que los ciegos vean, que los sordos oigan, que los cojos corran. Expulsar demonios. Echar una partida a la muerte y ganársela. Podemos volar más alto y correr más rápido que cualquier criatura. Hacer retroceder o avanzar los mares. Separar las aguas y construir carreteras y ferrocarriles en su interior. Bendecir las cosechas para que den mucho fruto. Crear animales y plantas nuevos. Contemplar en tiempo real lo que sucede en todas partes. Ver el interior del cuerpo a través de la piel. Entender y comunicarnos en todas las lenguas.
También podemos crear demonios. La ira de los viejos dioses resulta una rabieta insignificante. Se puede condenar a muerte a millones de personas porque así lo ha decidido una fuerza oscura. Arrasar con fuego ciudades y países enteros, sin que los que los habitan sepan que pecado han cometido.
Es seguro que los médicos de dentro de cincuenta años no serán como nosotros, pero quizá tampoco los humanos sean como ahora. Es muy posible que, como apunta Yuval Noah Harari, dentro de unos años, de unas décadas, muchas de las decisiones trascendentales sobre los aspectos médicos las tomen algoritmos informáticos. Quizá el Homo Sapiens, siguiendo al mismo autor, dé paso al Homo Deus.
La medicina regenerativa, la inteligencia artificial, la ingeniería genética, la infotecnología 5G, las células madre, la biotecnología, ya están aquí, y su potencialidad desborda lo imaginable. Algunos lo definen como transhumanismo: “fabricar” un cuerpo que haya superado la enfermedad, con un rendimiento físico mejorado, con memoria e inteligencia expandidas (al fin y al cabo, son solo almacenamiento y combinación de datos). El reto de retrasar aún más el envejecimiento, incluso vencer a la muerte, puede ser solo un problema técnico.
Esperemos que todo ello contribuya a que el mundo sea un lugar mejor en el que vivir.
HISTORIETAS DE LA PROFESIÓN
Luis Larrea Bilbao
Siendo monaguillo y con dos hermanos frailes, no sorprendió en casa que un día soltase lo de “Quiero irme de cura”. Y me desembarcaron, con diez años, en el seminario menor de Laguardia.
Allí, en el “collao” en lo alto de la colina, estaba muchos días de invierno a pleno sol, con el cielo azul, frente a la brillante sierra de Cantabria, con el valle de niebla tan blanco que no se veían ni las torres de Páganos. El pueblo recogido, las murallas, las calles apretadas, las lagunas, las viñas y el racimar. Jugar a las canicas (no a chapas). Nada que ver con el sirimiri nuboso del valle del Nervión. Salir por primera vez de casa y encontrarme con eso me pareció brillante, otro mundo.
Tres años más en el seminario serio de Vitoria me cansaron y me marché. Y no se me ocurrió otra cosa que bajar a Bilbao (que de Llodio a Bilbao no se va, “se baja”), al bachiller superior por la rama de ciencias. Ya entonces me ganaba el jornal tratando de rescatar chavales caídos en el foso del latín de 4.º y reválida, en una academia de Llodio.
Y sabía tanto latín y griego..., que hice preu por la rama de letras.
Bajaba, pues, en el tren con mi dinerito a matricularme de algo en la Universidad, con tres ideas-seta en la cabeza:
• De Ingeniero, Perito, Economista, Abogado o, peor, Abogado Economista, que era lo que había en el pueblo, no me veía.
• Filosofía y Letras, para acabar dando clases cada año a cincuenta alumnos nuevos que invariablemente incluiría a quince o veinte refractarios, no.
• Periodismo: patear la calle todo el día buscando noticias para venderlas a un periódico (que es como lo imaginaba yo entonces) no molaba.
Y hete aquí que en Basauri se montó un coleguilla de preu, Albo, del que no he vuelto a tener noticia. Comentó de pasada: “pues creo que abren Medicina en Bilbao este año”. Ni se me había ocurrido, porque había que irse fuera, pero me matriculé esa misma mañana: “vocación desde la cuna”.
La Academia, el Seguro de estudiantes del INP por orfandad y los descuentos de la librería Arrilucea, descubiertos ambos por Chili Santa Eufemia, y un crédito de la Caja Laboral (que luego regalaron, trasformado en beca de estudios) me llevaron hasta junio del 74.
Unos pocos recuerdos concretos:
De primero, la chicharrona en julio al pasar a las tres de la tarde el puente de Deusto. Las juntas metálicas aserradas del cierre del puente se montaban veinte cm por la dilatación, pasó un camión amarillo de 25 Tm., reventó en ellas una rueda y la onda de presión me pegó de lleno: tres días en clase sin oír nada.
Y el interés del profesor Dorda en que el grupo de letras (Obregón, Larrea, Lertxundi…), aprobásemos Matemáticas.
De cuarto, cuarenta pardillos bajando de un encierro en fila india por la escalera y la poterna, a la calle Gurtubay, custodiados por sesenta cascos grises y porras negras. Alguien se apiadó de nosotros, ¿el decano? ¿el rector?, y no se arrancaron.
…Y la formidable acústica de la cassette de coche comparada con la auscultación cardíaca de Patología General. O el catedrático de Valladolid, invitado de Anatomía, que, con su defecto, bien podía haber hablado de “la columna”. Pero no cedió y dijo “Gaquis” cuarenta veces en una hora.
Y aprendimos a convivir, que éramos los primeros, estábamos solos, no había apuntes y asistimos a clase hasta la saciedad.
A primeros de los 70, en lo alto del chiringuito del Dr. Bustamante en Basurto, en un receso, ampliando conocimientos:
JOSÉ RODRÍGUEZ ARZADUM: Se ha inaugurado un primer tramo de autopista hasta Amorebieta.
LUIS LARREA BILBAO: Y, ¿qué viene a ser una autopista?
JOSÉ RODRÍGUEZ ARZADUM: No sé muy bien. Creo que se adelanta distinto.
Читать дальше