Didier Daeninckx - Missak
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Es ese pueblo que comienza
Su historia en Roncevaux
Roland el antiguo romance
Y Missak el nuevo canto
Todo otro texto se ocultaba, la frase más simple se oscurecía, desprovista de sentido, las palabras flotaban unas al lado de las otras, sin relación aparente, como si estuvieran compuestas con ayuda de un alfabeto extraño que diluía la atención. Renunció pronto, con la nariz pegada al vidrio frío, cuando a lo lejos de repente las luces de una granja iluminaban lenguas de nieve congelada. Solo las palabras faltantes, las de Manouchian, resonaban en su cabeza, acompañando la cadencia del tren, «aquel que nos traicionó», «aquellos que nos vendieron», sin que alcanzara a entender a qué hacían alusión. En Montparnasse, dudó ante una cabina telefónica. Lo que lo retenía no era la idea de molestar a la conserje cerca de las nueve de la tarde, ya le había pasado; no, era más bien el hecho de tener la obligación de mentirle a Odette, de hablarle de su visita al molino de Villeneuve y de ocultarle las razones... Esperando el metro, comió su caliente galette de jamón que había comprado en el stand de calle del Cadran breton. En el vagón se dio cuenta, mirando por sobre el hombro de un pasajero, que France-Soir tenía un titular sobre las inundaciones. La estatua del zuavo del puente de l’Alma tenía el agua hasta las rodillas. En Île Saint Denis, el barrio des Allumettes estaba sumergido, se echaba el agua con baldes en Choisy , pero nada, en negrita, en Juvisy.
A la mañana siguiente, atravesó París hacia el sur con una dirección en su bolsillo, copiada de la lista de contactos. El desfile de un circo, payasos, caballistas, malabaristas, llamas, dromedarios, fieras con el pelo cortado, precedidos por unos trompetistas y tamborileros, daba la vuelta a la plaza cuando salió del metro, en la alcaldía de Issy les Moulineaux. Se permitió admirar un momento el espectáculo de las fieras en su jaula con ruedas y luego fue en dirección al fuerte. A los edificios del centro le seguían, mientras más se acentuaba la pendiente, unas casas bajas, construidas con cualquier cosa, algunas barracas de madera, interminables zonas de construcción con la hojalata oxidada que se levantaban en medio del cemento ennegrecido. Detuvo a una peatona.
–La calle de la Défense, por favor... ¿falta mucho?
–¿A quién busca?
Extrajo el papel del bolsillo interior de la cazadora.
–Gabriel Vartarian.
–¡Ah, usted va donde los «ian-ian»! Ellos le llaman la calle de la Dé... Tiene que seguir derecho, no tiene cómo equivocarse.
Los letreros del comercio alternaban los nombres italianos y armenios: tienda de abarrotes Paolosi, Diguin Vartoujin, farmacia Aslanian, Diguin Kenar, Porsia electricidad, café Zadikian... Había solo una tienda española, los vinos Sánchez, como si estuviera perdida. Una mujer minúscula con el pelo tomado le abrió cuando golpeó la puerta del número 38. Apenas le contó la razón de su visita se dio vuelta hacia el pasillo para gritar el nombre de su marido.
–Gabriel, es para ti...
El hombre medía dos cabezas más que su compañera, y su rostro cuadrado estaba atravesado por un denso bigote entrecano.
–Me llamo Louis Dragère. Me gustaría hablar con usted de Manouchian. Me dijeron que usted lo había conocido... Soy periodista de L’Humanité ...
El rostro se le iluminó al enunciar el nombre. El hombre tendió la mano, que Dragère sostuvo con la suya, y luego se volvió para descolgar del perchero una chaqueta acolchada.
–Vamos a tomar un café, si no le molesta. Acá se está en pleno aseo...
Caminaron sin decirse nada hasta Hago , ocupados en mantener el cuello levantado para protegerse de los mordiscos de un viento de frente. Se instalaron al fondo de la sala, cerca de la estufa, a distancia de los jugadores de backgammon , entre los cuales algunos ya habían empezado a ponerle algo de agua a sus dosis de raki. El dueño se acercó con la cafetera en la mano para llenar las tazas. Gabriel Vartarian se inclinó por sobre la mesa.
–Usted tuvo suerte de encontrarme en casa. Normalmente comienzo a trabajar en Ripolin desde las siete. Pero la fábrica cerró desde ayer: la ribera de Issy está inundada, entra en los talleres... ¡Y Ripolin no tiene pintura a prueba de agua! ¿Qué quiere saber exactamente sobre Manouchian? Porque yo no sé mucho más que los periódicos sobre la época de la Resistencia. Somos de la misma región, es todo... ¿Qué está pasando que se habla de él?
–La Alcaldía de París va a inaugurar una calle con su nombre, a principios de marzo... ¿Dónde está esta región?
–Al sudeste de Turquía, a cien kilómetros más o menos de la frontera con Siria. Es la parte baja de Anatolia. Las montañas están más al norte. Allá el clima es verdaderamente agradable, el paisaje también. Colinas con bosques, pastizales, lagos azules. Un paraíso para los peces. En la provincia había alrededor de cinco mil armenios antes de la Gran Guerra. Algunos artesanos y comerciantes en las ciudades, pero una gran mayoría de campesinos. Se cultivaba todo lo que crecía; los más ricos tenían animales. Vivíamos ahí desde hace siglos, al punto de que algunos de entre nosotros se habían vuelto musulmanes incluso. Eso no impidió nada. Vivíamos al borde de un río que salía al Éufrates, pero nadie llegó más lejos que el agua. Yo soy de 1895, debo tener unos buenos diez años más que Missak. Su madre, Vardouï, era una Kassian, una prima lejana de mi propia madre, y su padre, si me acuerdo bien, se llamaba Gevorka.
Palpó su chaqueta en búsqueda de un paquete arrugado de Gauloises , sacó uno antes de ofrecerle a Dragère, que rechazó la oferta con un «gracias».
–En Adiyaman estábamos un poco apartados del mundo, las noticias de masacres nos llegaban, pero éramos incapaces de imaginar que nos alcanzaría... El infierno se abrió a nuestros pies el 14 de mayo de 1915, cuando las tropas de Haci Mehmed Ali Bey arrasaron los barrios armenios de nuestra ciudad, llegando por la ruta de Behesni, donde habían hecho lo mismo. Centenares de hombres fueron asesinados con arma blanca, golpes de bastón, ahogados en el río con las manos atadas en la espalda con un alambre de fierro... Los kurdos, los zirafkan ... Los Zeynel de Kölük sobre todo, con los que creíamos vivir en buenos términos, aprovecharon para saquear nuestras pobres casas, llevarse a las mujeres más jóvenes y degollar a las madres... Toda mi familia desapareció en esta primera tormenta... Soy el único sobreviviente. Cuando los tiros empezaron a sonar, como yo era muy deportista, mi padre me pidió que me subiera a un gran roble en el borde del bosque, para ver lo que pasaba. Ya era muy tarde, los jinetes atravesaban los campos como flechas afiladas; los campos estaban incendiándose... Me escondí en medio del follaje, estirado sobre una rama central. Mordía la madera, la rasguñaba para no gritar... Todos murieron ante mis ojos. Me quedé tres días y tres noches enteras con sus cadáveres, abajo, despedazados por los pájaros y los perros errantes... Aun hoy no entiendo, por qué me salvé yo...
Un cliente frecuente que acababa de terminar su servicio en La Gadoue, la industria de tratamiento de desechos, vino a saludarlo. Volvió enseguida a la barra a tomar una caja de backgammon , mientras le pedía al dueño que llenara las tazas de Gabriel y Louis.
–¿Y qué les pasó a los Manouchian?
Con una sola mano, bajo la presión de su pulgar, deshizo un cubo de azúcar, haciendo que la mitad se deshiciera en su cuchara.
–En un primer momento, por más curioso que pueda parecer, los turcos no tocaron a los niños menores de diez años, y era el caso de los niños Manouchian... se alejaron del pueblo con su madre mientras varias columnas de deportados hambrientos atravesaban la región, por decenas de miles, para ser conducidos a los campos de concentración de los desiertos de Arabia, en torno a Dyar az Zawr. La gente moría por centenares, las mujeres embarazadas daban a luz al borde de la ruta. Los soldados las obligaban a retomar su lugar en la fila apenas cortaban el cordón...
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