Didier Daeninckx - Missak

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La resistencia francesa contra la ocupación nazi convocó a partisanos de diversos grupos, predominando socialistas, comunistas, judíos e inmigrantes antifascistas de distintas nacionalidades. Esta novela relata la historia de uno de ellos: Missak Manouchian y la red de resistentes que dirigía.

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Ella notó el fruncimiento del ceño de Dragère.

–El 6 de enero. Es la verdadera fecha del nacimiento de Jesús, y por eso los reyes magos vinieron a traerle regalos ese mismo día. El papa Gregorio cambió toda la cosa... Nuestro último encuentro tiene gusto a börek , a dolma , a baklava ...

Dragère la escuchó mientras vaciaba sus recuerdos hasta que la costurera tocó la puerta para darle retoques a la falda tradicional que llevaba Gumilia Aradian. Se despidió y atravesó el precario barrio, por la paja esponjosa, hasta el puente por el que no había pasado en la mañana. Delante de un café, un caballo de tiro sujeto a una carreta llena de sacos de carbón comía el heno que desbordaba del saco que tenía en su hocico. El periodista entró, se instaló cerca de una ventana empañada que aclaró con el revés de su manga. La sala estaba llena de marineros cuyas barcazas, amarradas a los duques de Alba a lo largo de la costa, estaban bloqueadas por la subida de la marea, que les impedía pasar bajo los puentes. También estaban los estibadores de los puertos de carbón y de madera, que se habían vuelto inaccesibles. Cada uno contaba lo que recordaba. Los más viejos contaban por centésima vez la gran subida de las aguas de 1910, cuando los cadáveres de animales ahogados, perros, gatos, caballos, flotaban por decenas en las calles, que había que entrar por el segundo piso a las casas de Issy les Moulineaux, y que algunas, por consiguiente, se habían derrumbado, dañadas en sus débiles cimientos. Pidió el plato del día, un poco de cerdo salado con lentejas acompañado de una jarra de Côtes du Rhône . Habiendo limpiado el plato con pan fresco, sacó su libreta para anotar lo que había investigado en la mañana con Gabriel Vartarian y la señora Aradian. Las masacres, la deportación, los niños vendidos, la resistencia del padre, los kurdos, la recuperación de los niños por asociaciones religiosas y los desertores, la instalación en el Líbano, las construcciones en Beirut... Luego resumió las últimas confidencias de Gumilia Aradian, escribiendo en letras mayúsculas el nombre del transatlántico de Messageries maritimes , el Mariette-Pacha , en el que Manouchian había probablemente trabajado en La Seyne sur Mer o en La Ciotat, un navío destinado a la línea del Levante, Marsella-Alejandría-Beirut. Subrayó todas estas palabras desconocidas que se prometía buscar en los diccionarios: Diyarbakir, Jounieh, Alauitas, Nansen, Achrafieh , dolma , baklava ... Cerró la libreta. Ahora se sentía listo para encontrarse con Mélinée.

Capítulo 6

Antes de tomar el bus a París, había intentado comunicarse con Odette en Juvisy y dejó sonar el tono unas veinte veces en la conserjería vacía. La conserje no aguantaba más de quince cuando andaba haciendo aseo, acompañada por su mal humor. La última edición del France-Soir , comprada en el quiosco de la estación de metro de Issy , dedicaba su titular al asesinato, en Mans, de un soldado profesional que había vuelto de Indochina y de Corea. La asesina había sido su esposa, una enfermera militar que había conocido, cinco años antes, en un hospital de Saigón. Leyó igualmente el relato de otro drama ocurrido dos días antes en Mazenay, en Saona y Loira. Ahí se trataba de un plomero que trabajaba con zinc que, exasperado por la lentitud con la que su mujer preparaba la cena, la había asesinado a golpes de sartén. Una vez satisfecha su curiosidad, miró el artículo que detallaba las reformas que el ministro del Interior François Mitterrand proponía para retomar el control de Argelia, entre ellas el derecho a voto para las mujeres musulmanas. Bajó a Châtelet. Los pasillos, las escaleras, la plaza, estaban invadidos por grupos de comerciantes, artesanos que agitaban pancartas con reivindicaciones y entonaban eslóganes que exigían la disminución de los impuestos y las cargas. La dirección de «Mélinée Assadourian, esposa de Manouchian», el 19 de la calle Au Maire, a la altura de la calle Beaubourg, cerca de Arts et Métiers, correspondía a una pequeña vía estrecha, con edificios de unos cinco o seis pisos que acogían en el primer piso a los inevitables talleres. Subió por las escaleras después de haber verificado la presencia del primer apellido en un buzón. Golpeó varias veces la puerta sin que nadie apareciera. Iba a irse cuando de repente otra puerta del piso se abrió. Una anciana con la espalda encorvada, enteramente cubierta por un chal negro, se acercó deslizándose lentamente, incapaz de levantar sus pies.

–No hay nadie.

–Voy a esperar...

Se dio cuenta de que estaba contando las perlas de un rosario entre sus dedos.

–No le va a servir de nada. Se fueron hace ocho días a visitar a su familia en Marsella. No volverán antes de mañana en la noche... ¿A quién quiere ver?

–A Mélinée Manouchian... ¿Ella vive aquí?

–No, ella venía, hace tiempo, pero ahora ahí están su hermana y sus pequeños... Sigo diciendo «pequeños» aunque me sobrepasen por una cabeza los dos...

Asintió con la cabeza.

–¿Y usted sabe dónde puedo encontrarla? Tengo que hablarle a propósito de su marido...

–Va a tener que darse muchas molestias... Ella tomó un barco para irse a Armenia, hace ocho años, junto con una docena de sobrevivientes que se había instalado en el barrio.

–No es mi día de suerte...

Ella se llevó el rosario a los labios para marcar una estación, murmurando las palabras de una oración.

–El hermano de Hampartsoumian, el mayorista de tejidos de la calle des Gravilliers, era parte de ellos. A él lo contactan de vez en cuando... Cartas, tarjetas postales. Él envía encomiendas. Sin embargo, parece que todo va bien... Podría quizá darle informaciones, mientras espera a Armène. Es muy cerca de aquí, una calle más arriba...

Dragère agradeció a la anciana antes de volver a bajar las escaleras. El interior de la tienda de Stepan Hampartsoumian (una razón social resumida en StepHam en su letrero) parecía una bombonera afelpada. Después de años de colores oscuros, la moda se inclinaba definitivamente por el rosa. En todas sus variantes. Desde el rosa persa hasta el rosa viejo, pasando por los matices del rosa desteñido, pálido, suave, claro, salmón o malva. Las obreras abrían los sacos a punto de reventar, llenos de suéteres, chalecos, polerones tejidos en los talleres, las bodegas de Alfortville, Décines, Valence o Issy les Moulineaux. Ellas verificaban la calidad del trabajo, la regularidad del punto jersey, arroz, elástico, jacquard, y luego los separaban por modelos en unos cajones de madera que otras empleadas llevaban a un taller donde se cosía a máquina la marca del mayorista. Stepan Hampartsoumian, un hombre regordete de unos sesenta años, estaba ocupado cargando unos lotes de ropa en una camioneta estacionada detrás de la tienda. Transpiraba a pesar del intenso frío y se secó el rostro con su pañuelo antes de estrechar la mano de Dragère. Después de que el periodista le explicara el objeto de su visita, sin darle el título de la publicación para la cual trabajaba, Stepan le pidió que lo siguiera a una oficina del segundo piso que podría haber sido la de un redactor jefe en una noche de elecciones, tomando en cuenta solo la cantidad de papel tirado en los muebles, el piso y los estantes.

–Entonces, ¡usted está interesado en la Armenia soviética!

–No, en realidad, no es lo que dije... Estoy interesado sobre todo en Missak Manouchian, cuya mujer, Mélinée, se fue a la Armenia soviética...

Apartó varios portafirmas, y puso sobre el espacio liberado una botella de raki, dos vasos y una jarra de agua.

–Una bella estupidez, pero ella no es la única... Son cinco mil allá los arrepentidos, desde hace ocho años... ¿Qué quiere de ella, Mélinée?

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