Reforma de estructuras y conversión de mentalidades

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<<Preparándonos para el próximo sínodo de los obispos. Las reformas en la Iglesia tienen como punto de partida una lectura actual de los signos de nuestro tiempo a la luz del Evangelio. Reconocemos la necesidad de una conversión sinodal a todos los niveles de la vida de la Iglesia frente al modelo teológico-cultural reinante que no ha logrado superar una cultura clerical y piramidal. El clamor de las víctimas y las exigencias de las nuevas subjetividades emergentes nos llaman a repensar las relaciones de poder y gobernanza en la institución eclesial a la luz de una profunda conversión en su modo de proceder. Esta transformación favorecerá la renovación y el surgimiento de nuevos ministerios, servicios y carismas para el anuncio del Evangelio y el servicio a la justicia y la paz en nuestra casa común.>> Cardenal Baltazar Porras Cardozo

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Después de la Segunda Guerra Mundial, con Simone de Beauvoir y su obra Le deuxième sexe de 1949 se introdujo un nuevo giro, más radical, en el movimiento de mujeres. Su proclama era: las propias mujeres deben liderar el cambio revolucionario de su situación social y cultural. Vinculado a esta convocatoria se formuló un nuevo análisis mucho más preciso y completo que el de la primera fase del movimiento de mujeres. Este análisis está relacionado con la demanda por el derecho a la interrupción del embarazo, a una mayor liberalización de la ley de divorcio, etc. En el tiempo del Vaticano II, el análisis de Simone de Beauvoir y las demandas vinculadas a ella alcanzaron gran parte de la opinión pública mundial. Emergió así un movimiento verdaderamente internacional, mundial.

Podemos preguntarnos: ¿dónde y cómo los obispos descubren allí la obra del Espíritu? ¿Dónde advierten la presencia especial de Dios? Este movimiento está masivamente dirigido contra los tradicionales patrones sociales de comportamiento, que tienen también un anclaje firme en la vida de la Iglesia. Los padres conciliares reconocieron explícitamente en Gaudium et spes 29: «toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser vencida y eliminada por ser contraria al plan divino. En verdad, es lamentable que los derechos fundamentales de la persona no estén todavía protegidos en la forma debida por todas partes. Es lo que sucede cuando se niega a la mujer el derecho de escoger libremente esposo y de abrazar el estado de vida que prefiera o se le impide tener acceso a una educación y a una cultura iguales a las que se conceden al hombre». El criterio fundamental que los padres conciliares establecieron al juzgar y discernir este movimiento de la historia de la humanidad reza: «La igualdad fundamental entre todos los seres humanos exige un reconocimiento cada vez mayor. Porque todos ellos, dotados de alma racional y creados a imagen de Dios, tienen la misma naturaleza y el mismo origen. Y porque, redimidos por Cristo, disfrutan de la misma vocación y de idéntico destino» (GS 29).

Con este mismo criterio los obispos que tomaron parte en el Concilio también rechazaron, con espíritu crítico, en un determinado sentido, su propia tradición de fe eclesial. Existen textos en el Antiguo Testamento, comenzando por Gen 3,16 —incluso otros del Nuevo Testamento que hablan de una subordinación de las mujeres a los varones—: «Y el Señor Dios dijo a la mujer: “Multiplicaré los sufrimientos de tus embarazos; darás a luz a tus hijos con dolor. Sentirás atracción por tu marido, y él te dominará”».

El apóstol Pablo, por su parte, escribe en la primera Carta a los Corintios: «Sin embargo, quiero que sepan esto: Cristo es la cabeza del hombre; la cabeza de la mujer es el hombre y la cabeza de Cristo es Dios. En consecuencia, el hombre que ora o profetiza con la cabeza cubierta deshonra a su cabeza; y la mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta deshonra a su cabeza, exactamente como si estuviera rapada. Si una mujer no se cubre con el velo, que se corte el cabello. Pero si es deshonroso para una mujer cortarse el cabello o raparse, que se ponga el velo. El hombre, no debe cubrir su cabeza, porque él es la imagen y el reflejo de Dios, mientras que la mujer es el reflejo del hombre. En efecto, no es el hombre el que procede de la mujer, sino la mujer del hombre; ni fue creado el hombre a causa de la mujer, sino la mujer a causa del hombre. Por esta razón, la mujer debe tener sobre su cabeza un signo de sujeción, por respeto a los ángeles» (1 Cor 11,3-10). Existen varios textos semejantes en el Nuevo Testamento, como, por ejemplo, la carta a los Efesios 5, 21ss., etc.

El criterio ya citado que formularon los padres conciliares —toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona debe ser eliminada por ser contraria al plan divino— implicaba, al mismo tiempo, que ellos debían juzgar críticamente su propia tradición y debían introducir distinciones que afectan profundamente a la vida de la Iglesia. Esto sucedió, en el caso del texto de Génesis 3,16, porque los exegetas precisaron que dicho texto caracterizaba la situación después de la caída por el pecado. Juan Pablo II, en su Carta apostólica Mulieris dignitatem, acerca de la dignidad de la mujer, un texto de 1988, señala expresamente que la afirmación acerca de la subordinación de la mujer al varón es expresión del pecado contra Dios. Los textos del Nuevo Testamento, como el de Pablo en 1 Corintios, conforme a los análisis exegéticos existentes acerca de la actitud de Jesús hacia las mujeres, son valorados como condicionamientos culturales, que no pertenecen al núcleo del Evangelio.

En este punto, entra en juego el segundo momento constitutivo, que es un criterio fundamental para el reconocimiento de la presencia de Dios en los signos de los tiempos: con la importante contribución de los aportes psicológicos, médicos, sociológicos y fenomenológicos el desvelamiento de la situación de las mujeres en la era moderna, la profunda discriminación o desigualdad a la que, de hecho, ellas están siendo expuestas. Se manifiesta aquí el desarrollo histórico de un estándar de valor ético, que posee un carácter esencial, no condicionado. Si la dignidad del ser humano debe ser garantizada para la mujer, las discriminaciones referidas a ellas deben ser necesariamente eliminadas, absolutamente. Aquí queda claro que la dignidad humana, la libertad humana en el curso de la historia, no sin la mediación de las relaciones sociales co-constituidas por la tecnología y la economía, llevan a estándares valóricos históricamente cambiantes. La nueva forma de libertad humana y de posibilidades de la libertad en la sociedad moderna conduce a la conformación de un ethos nuevo y diferenciado. Aquí es precisamente donde brilla la obra del Espíritu de Dios, porque queda claro cómo el ser humano, al moldear sus relaciones sociales, recibe la posibilidad de desarrollar ulteriormente su propia identidad en los cambios históricos como una identidad dada por Dios.

En un siguiente paso, abordamos la cuestión de si existe hoy un signo de los tiempos, una acción del Espíritu en la historia, en la que el Espíritu está presente y actúa de una manera especial.

III. UN EJEMPLO DEL PRESENTE: LA CUESTIÓN DE LOS CASOS DE ABUSO EN LA IGLESIA

A continuación, referimos a una cuestión que hoy representa un signo de los tiempos, una acción del Espíritu en la historia, que afecta a la Iglesia de manera masiva. Me refiero al mal uso del poder y de la autoridad en la Iglesia, que se produce en tres variantes: se trata de un privilegio sociocultural desarrollado históricamente que se asume de forma completamente natural. A él se suman los escándalos financieros y los escándalos de abuso sexual. El resultado es una tremenda pérdida de confianza y credibilidad de los obispos, los sucesores de los apóstoles encargados de la misión pública de proclamar, con el poder del Espíritu, el Evangelio y la Buena Nueva de la salvación en Jesucristo a todos los seres humanos. La misión se resume en Mt 28,18-20: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo os he mandado. Y yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo». La misión de los obispos se deriva de estas palabras divinas.

¿Qué se muestra en estos tres tipos de abuso? ¿Cómo se produce el abuso de poder y de autoridad en estos casos de abuso? El ministerio o servicio cristiano de obispos y sacerdotes, de hecho, se ha desarrollado históricamente de tal manera que ha tenido como resultado la existencia de una situación de privilegio sociocultural y de acumulación de poder. Se presenta de este modo en un contraste perturbador con el tipo de ministerio y misión como lo ha querido Jesús según el testimonio del Evangelio. El evangelio de Mateo dice: «el que quiera ser grande, que se haga vuestro servidor; y el que quiera ser el primero que se haga vuestro esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mt 20,26-28).

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