En este sentido, la exhortación apostólica post-sinodal Querida Amazonia sostiene que «la inculturación también debe desarrollarse y reflejarse en una forma encarnada de llevar adelante la organización eclesial y la ministerialidad. Si se incultura la espiritualidad, si se incultura la santidad, si se incultura el Evangelio mismo, ¿cómo evitar pensar en una inculturación del modo como se estructuran y se viven los ministerios eclesiales?» (QA 85). Esta perspectiva aporta un matiz importante. Las Iglesias locales existen en formas encarnadas, tanto respecto de su organización eclesial, como de su ministerialidad. No hay Iglesia local que no sea inculturada.
A la luz del reciente proceso sinodal, podemos sostener que los procesos de interculturalidad e inculturación del Evangelio deben superar la pretensión de la eclesiología universalista que absolutizó a la cultura occidental como única vía de expresión y transmisión de la fe. Inculturar significa rechazar aquellas formas de evangelización que derivan en procesos de colonización cultural (QA 28). Querida Amazonia presenta el proceso de inculturación en términos de superación de la cultura occidental, reconociendo que «el cristianismo no tiene un único modo cultural y no haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde» (QA 69). Es un claro llamado a cambiar el modelo teológico-cultural que ha inspirado a la eclesiología durante el segundo milenio, pero que aún debe encontrar formas de expresión que afecten la organización eclesial y la ministerialidad.
En esta dirección, un punto clave en los procesos de reforma de la Iglesia es la articulación de la tarea de dirección del ministerio ordenado (obispos, presbíteros, diáconos) con la dinámica sinodal de toda la comunidad. La autoridad pastoral no se ejerce nunca sin esa vinculación ineludible con los procesos comunitarios. Incluso, es necesario combinar la corresponsabilidad de todos/as con la ministerialidad de algunos/as, pensando no solo en el ministerio ordenado, sino en una variedad de ministerios conforme a las necesidades del lugar. Las expresiones de equipos pastorales o ministerios colaborativos ponen de relieve el hecho de que ninguna persona individual es el centro de gravedad de una comunidad. Con la figura del equipo pastoral o ministerial, por ejemplo, se puede pasar de una ayuda prestada a los sacerdotes, a una verdadera colaboración con ellos en un trabajo de equipo. De allí que la praxis de una Iglesia participativa, y en particular de una dirección compartida, induce un cambio inevitable en el ejercicio del ministerio presbiteral.
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La presente publicación pretende ofrecer algunos ejes que configuran la reforma y las reformas en la Iglesia, teniendo como punto de partida una lectura actual de los signos de nuestro tiempo. En la primera parte, destacamos la importancia de este método conciliar para abordar algunos de los temas que se presentan hoy como retos, tanto en lo intra como en lo extra eclesial. En la segunda parte, emergen dos ejes, a saber, la conversión pastoral y la sinodal. Desde ellos, reconocemos la necesidad de una conversión institucional frente al fracaso del modelo teológico-cultural reinante que no ha logrado superar una cultura eclesial clerical y piramidal. El clamor de las víctimas y las exigencias de las nuevas subjetividades nos llaman a repensar las relaciones de poder y gobernanza en la institución eclesial a la luz de una profunda conversión en su modo de proceder que lleve a una auténtica participación de todos los miembros del Pueblo de Dios.
Finalmente, en la parte tercera de este libro se ofrecen variadas y calificadas reflexiones que desean ayudar a la profundización de la temática ministerial, tan decisiva para el futuro de la Iglesia, especialmente a la luz del actual proceso post-sinodal panamazónico, que valoriza la autoridad de las Iglesias locales y los procesos de inculturación que han de traducirse en formas de organización eclesial que abran caminos a nuevos ministerios. De este modo, se encontrarán vías que respondan pastoralmente a los nuevos signos de nuestro tiempo.
REFORMAR LA IGLESIA A LA LUZ DE LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS
¿CÓMO RECONOCEMOS LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS?
Peter HÜNERMANN
El Concilio Vaticano II, la invitación de Juan XXIII y la recepción conciliar de estas décadas han ubicado a la cuestión de los signos de los tiempos, su comprensión y su significado para la reflexión de la fe y para la vida de la Iglesia, en el foco de la teología. La Conferencia de Medellín de 1968 giró en torno a la cuestión de los signos de los tiempos y su importancia para la orientación de la vida creyente en América Latina y más allá. Durante el Concilio, en la Comisión que trabajaba en los textos de la futura Gaudium et spes, se conformó una subcomisión en orden a clarificar teológicamente la cuestión de los signos de los tiempos. Marcos McGrath, obispo panameño en el tiempo del Vaticano II, fue presidente de esa subcomisión. La respuesta de la subcomisión no fue lo suficientemente clara como para convencer a un teólogo de mente tan abierta como Karl Rahner. Hasta el día de hoy, no existe un consenso acerca de lo irreemplazable de esta pregunta por los signos de los tiempos y por el papel esencial de ellos para la teología y el gobierno de la Iglesia actuales.
En el Lexikon für Theologie und Kirche se lee: «En el uso frecuente de la expresión (signos de los tiempos, P.H.), en el período posterior al Concilio, a veces no queda claro si ella refiere a la realidad social como tal, a los avances esperanzadores en ella o a un método de interpretación y compromiso específico… El contexto metodológico exacto aún no se ha aclarado completamente»4. De allí, la primera pregunta:
I. ¿QUÉ SON LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS?
La respuesta de Gaudium et spes, número 11, reza así: «El Pueblo de Dios, movido por la fe, que le impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios. La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del ser humano. Por ello orienta la menta hacia soluciones plenamente humanas».
Los signos de los tiempos no son simplemente sucesos históricos, tendencias e ideales sociales. Más bien, es la perspectiva de los signos en los cuales se anuncia y atestigua la presencia y la acción del Espíritu Santo en nuestra historia presente. La comunidad de creyentes participa en todos estos movimientos históricos. La pregunta es ¿cómo se orientan los creyentes con esos signos? No es suficiente recordar los testimonios de la fe y la enseñanza de la Iglesia en el pasado, o hacer memoria de cómo dichos testimonios y orientaciones se encuentran en las formas de vida eclesial tradicional, o cómo dichos testimonios se han configurado en concilios o en momentos de reformas en el pasado. En el mundo de hoy, con una opinión pública global, se trata de realizar un discernimiento, un examen, dirigido por el Espíritu, de las grandes aspiraciones humanas en la historia y la cuestión acerca de cómo esas aspiraciones han sido guiadas por el Espíritu, en el pasado y, sobre todo, en el presente. En síntesis, el descubrimiento de los signos de los tiempos es un acontecimiento creyente de tipo hermenéutico, una interpretación de los acontecimientos históricos, tendencias y deseos de la humanidad a la luz del Evangelio y a la luz de la razón5.
II. UN EJEMPLO TOMADO DEL CONTEXTO DEL CONCILIO VATICANO II: LA POSICIÓN DE LAS MUJERES EN LA SOCIEDAD Y EN LA IGLESIA
Como ejemplo tomado del contexto del Vaticano II nos referimos a la problemática de las mujeres en la Iglesia y la sociedad como un signo de los tiempos. Para los padres conciliares en esta cuestión se hace visible la obra del Espíritu Santo en la historia. ¿En qué sentido se visibiliza esa obra del Espíritu? Desde la Revolución francesa, en Francia y también en Inglaterra, las mujeres iniciaron un movimiento de lucha por el reconocimiento y la realización de la igualdad de derechos con el fin de abolir las diferencias educativas que las perjudicaban. El movimiento comenzó en Alemania en 1848. Estos movimientos llevaron, en Alemania, en 1908, finalmente a la admisión de las mujeres a los estudios universitarios. En los tiempos modernos han posibilitado, gradualmente, la concreción del sufragio activo y pasivo. En Suiza este proceso duró un tiempo considerablemente más largo que en Alemania.
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