Francisco insiste en que las reformas profundas nacen de los corazones y arraigan en las actitudes. Un proceso de reforma implica dar pasos en el camino de la conversión personal y comunitaria hacia la santidad, que es la plena comunión con Cristo en el amor. Para Bergoglio, «en la historia de la Iglesia católica los verdaderos renovadores son los santos. Ellos son los verdaderos reformadores, los que cambian, transforman, llevan adelante y resucitan el camino espiritual»79. La santidad de vida es el corazón de una Ecclesia reformata et semper reformanda.
4. Se articulan la revolución del cristianismo y la reforma de la Iglesia, más allá del debate acerca del sentido y la pertinencia de las palabras. Ya en Buenos Aires Bergoglio afirmaba que la fe es revolucionaria y que Jesucristo inició la revolución de la ternura80. Esta última frase tiene un sentido similar a la expresión empleada en Alemania por Benedicto XVI: la revolución del amor81. No hay temor para que aquella sostenga una hermenéutica de la reforma en fidelidad creativa82.
5. La doble dimensión mística e histórica de esta realidad, superior a su idea, requiere una teología que piense el primado de la ternura de Dios en la renovación de la Iglesia y la transformación de la sociedad. En 2015 celebramos el centenario de la Facultad de Teología de Buenos Aires. En ese jubileo el Papa, Gran Canciller de la Facultad de 1998 a 2013, envió una carta a su sucesor por la cual invitó a la comunidad académica a buscar «una unión entre la teología, la espiritualidad y la pastoral a la luz de la misericordia y en la senda del Vaticano II»83. Esta tarea está siendo realizada por muchos pensadores cristianos en distintos idiomas y continentes. En esa línea hay una rica refexión teológica —dogmática, moral y pastoral— y filosófica acerca de la misericodia84.
6. La fe reconoce una misteriosa continuidad entre la experiencia mariana y la experiencia maternal de la Iglesia85. La maternidad pastoral expresa que toda la Iglesia es mariana y María es icono de su misterio. La misericordia de Dios nos llega a través de la ternura maternal de María y de la Iglesia. Nuestros pueblos «encuentran la ternura y el amor de Dios en el rostro de María» (A 265).
7. En 2016, en el discurso a los obispos de México, Francisco se refirió al intercambio de miradas entre La Virgen de Guadalupe y el pueblo. Confesó que había reflexionado sobre el misterio de esa mirada y que deseaba mirar a María y ser alcanzado por la ternura de sus ojos.
Como hizo San Juan Diego y lo hicieron las sucesivas generaciones de los hijos de la Guadalupana, también el Papa cultivaba desde hace tiempo el deseo de mirarla. Más aún, quería yo mismo ser alcanzado por su mirada materna. He reflexionado mucho sobre el misterio de esta mirada y les ruego que acojan o que brota de mi corazón de Pastor en este momento. Ante todo, la «Virgen Morenita» nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Aquello que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia86.
8. María, «vida, dulzura y esperanza nuestra», es el signo transparente de la revolución de la ternura de Dios y la renovación misionera de la Iglesia. Ella muestra que la ternura es revolucionaria.
Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño… Esta dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización (EG 288).
REFORMA INCLUSIVA DE LA IGLESIA CATÓLICA. SIGNIFICADO Y PROFECÍA DE UNA RECEPCIÓN INACABADA
Virginia R. AZCUY
La perspectiva de este texto podría resumirse con el título que la teóloga italiana Marinella Perroni da al prólogo de una obra publicada hace unos años: Assumere una storia, preparare il futuro. El propósito indicado por la editora en ese libro era releer el Concilio Vaticano II desde la perspectiva de género, con ocasión de un congreso realizado en 2012:
Mirar la historia, también aquella del Vaticano II, desde el punto de vista de la mujer no significa escoger una prospectiva parcial ni mucho menos de gueto. Significa, en cambio, mirar la historia de todos y de todas: el punto de vista de la mujer es forzosamente poco usual, pero se refiere a la sociedad entera y a toda la Iglesia. Con su propio análisis y valoración de la realidad, las mujeres ofrecen una contribución no solo para las mujeres, sino a la política de sus países, a la cultura de su sociedad y al conjunto de sus iglesias. Cuando un país o una iglesia incluye o excluye a las mujeres, lo hace de la cultura política de ese país o de la visión comunitaria de su Iglesia87.
En este sentido, la responsabilidad hermenéutica que tenemos los teólogos y las teólogas en la tarea creativa de recepción del Concilio Vaticano II desde esta óptica resulta ineludible, aun teniendo en cuenta la «inadvertencia, reticencia o silencio elocuente» sobre esta temática en la constitución dogmática Lumen gentium, según el análisis de algunos estudiosos88. En esta constitución sobre la Iglesia, los padres conciliares no han propuesto un tratamiento específico sobre la mujer, sino solo algunas breves alusiones al tema, cuyo valor pudo considerarse —por uno muy destacado entre ellos— como prácticamente insignificante por «no presentar tal precisión [laicis, viris et mulieribus] ningún interés teológico»89. Sin embargo, más allá de la extensión, lo expuesto en este y otros documentos merece ser retomado, considerado en su significado, interpretado a la luz de las líneas directrices conciliares y conectado con la recepción teológica y los desafíos de hoy, para aportar a una visión eclesiológica profética.
La presentación se organiza en tres momentos que siguen este movimiento de ideas: la presencia de mujeres auditoras en la asamblea conciliar; la novedad y la exigencia de una reforma inclusiva vista desde los documentos; las eclesiologías feministas como fruto conciliar y, a modo de conclusión, algunas reflexiones para seguir alentando una recepción siempre inacabada90.
I. PRESENCIA DE LAS MUJERES EN LA ASAMBLEA CONCILIAR
Recordar que, en el acontecimiento del Vaticano II, las mujeres no callaron en la asamblea puede resultar una «memoria peligrosa» si comprendemos lo inaudito y pneumático de esta irrupción. Es por ello que, en los últimos años, se han multiplicado las obras que tratan del tema.
1. La propuesta de las auditoras y su significado
En el año 1963, al final de la tercera sesión conciliar, el cardenal León J. Suenens propuso la incorporación de mujeres como auditoras en el Concilio: «un hecho absolutamente insólito en la historia de los concilios de la Iglesia y que representó en aquel momento uno de los mayores impactos en la imagen tradicional de la Iglesia»91. Pablo VI anunció su decisión de invitar a un grupo de religiosas el 8 de septiembre de 1964; dos meses más tarde, el 11 de noviembre, anunciaba las invitaciones a mujeres laicas. Los antecedentes se encuentran, ante todo, en la labor desarrollada por la Acción Católica a favor de la maduración del compromiso laical, en la significativa renovación que comenzó a darse en la vida religiosa, en los diversos movimientos católicos y agrupaciones en los cuales las voces de las mujeres fueron tomando cuerpo92. Fue de estos grupos, en particular de la Alianza Juana de Arco93. Donde surgió la inquietud de la participación de mujeres en el Concilio; una de las peticiones con propuestas de nombres para auditoras vino de esta Alianza y llegó hasta el arzobispo de Westminster, John Carmel Heenan, quien la impulsó con una carta dirigida a Suenens94.
Читать дальше