—Claro, porque, por lo demás, la gente va a reírse a un espectáculo de humor.
Igual hay gente que va a enojarse.
—¿Sí? ¿Y cómo se gestiona la gente que va a enojarse?
No sé. Vienen solos, son hombres sobre los cuarenta y se sientan así (gesto encorvado y con brazos cruzados), y pasa seguido. Una botella de vino tinto, solo, chorrillanas para uno, solo. Una persona miserable, yo creo, pero lo he visto.
—O sea, ¿tú ves a la gente mientras haces tu show?
Sí. También descubrí que el stand up —y acá viene la autoayuda fuerte— es una disciplina superzen, igual. Porque tienes que tener claro lo que estás diciendo, pero al mismo tiempo tienes que estar superpresente. Si alguien se tira un peo en la segunda fila, es primordial y tienes que estar atento a eso y poder reaccionar. Tener espacio mental para esas dos cosas: para honrar tu texto y hacerlo bien, cuando lo tienes, y para estar presente y hacer contacto visual y tener onda con la gente.
—¿Tienes que escuchar?
Sí, un montón. Y estar presente. Lo que yo he descubierto, y que es la base de todo, es que todos preferimos una talla interna que un chiste, con eso todos nos reímos más. ¿O no? A todos nos da risa cuando una amiga te dice algo que es el origen de la talla interna y es ¡muy aburrida!, mala, pero se actualiza cada vez que vuelve a pasar. Y en la talla interna hay hermandad, hay complicidad, estamos los dos presenciando un momento gracioso que está afuera de los dos. Entonces el texto que llevas preparado siempre va a ser más aburrido que algo que pase en el escenario ese día.
—O sea, tú dices que la gente, en el fondo, está tratando de crear comunidad.
Totalmente, y esperando un milagro.
—Empezaste en el humor antes del #MeToo y el auge del movimiento feminista. Llegó esta oleada y tú justo estabas en el escenario en ese momento. ¿Cómo fue para ti eso?
No sé, hay muchas aristas distintas. Por un lado, los comediantes hombres empezaron como a pedir permiso para contar chistes, que es súper ridículo. Como que tenían miedo de que los funaran por un chiste. Sucedió igual, pero fue como: “Oye, tengo este chiste nuevo, ¿qué opinas? ¿Puedo contarlo?”. Como que solo porque eras mujer te pedían una especie de visa. Y, bueno, yo también soy problemática para otras mujeres.
—¿En qué sentido?
Hace una semana me pasó: estaba en un show hablando de la menstruación y dije “me enfermé” como catorce veces, y después del show me dijeron “na’ que ver que digas que te enfermaste, se dice me llegó el período”; porque genuinamente mi cerebro se apaga o no sé, no tengo integradas un montón de cosas que quizá debería. Ayer también, ¿qué dije? Ah, que una mina se chifló, y “no, no se chifló, hizo catarsis”. Entonces yo misma estoy viendo cómo lo hago. Creo que muchas veces se ha dicho de mí o de la Jani que somos “las comediantes feministas”, que es cierto porque somos feministas, pero no es mi pie forzado para escribir mi material de ninguna forma.
—¿Eres comediante y feminista y no una comediante feminista?
Claro, y lo que digo suena feminista porque lo que digo es lo que pienso y trato de decir las cosas lo más parecido a lo que pienso. Muchas veces no podemos porque nos equivocamos, pero cuando se me acercan hombres o incluso otras mujeres y me dicen “¿Qué opinas de…?”. Yo no soy de la idea de censurar y decir estos comediantes no pueden existir más, o qué sé yo, soy de la idea de que si tu chiste es machista, y a ti te gusta y te hace reír tu chiste machista, y a tu público le gusta tu chiste machista, forro de mierda, quizá eres un comediante machista no más. ¿Y qué importa? Lo que pasa es que no puedes ser un comediante machista y esperar que te encontremos bacán todos al mismo tiempo. A mí no me encuentran bacán todos al mismo tiempo. ¿Por qué a ti sí?
—Me encanta la frase de Carlos Caszely: “No tengo por qué estar de acuerdo conmigo mismo”. Es como la esencia del humor.
Oh, qué difícil la coherencia… Yo creo que sí, que la coherencia no siempre está en el discurso ni está necesariamente en lo que estás diciendo, hoy día hay doscientas maneras más de mostrarte coherente: qué sé yo, no vender Clorox en tu Instagram, para empezar, por ejemplo. Creo que ese es un plus: no estar vendiendo Clorox en tu Instagram o elegir tus lugares, no sé. Para mí la coherencia no va tanto en lo que dices en los escenarios, especialmente en los bares, de noche, donde está todo el mundo curado…, ahí estás probando, seguramente vas a decir cosas con las que no estás de acuerdo, o cosas que no van a quedar en tu rutina para siempre. Pero si estás diciendo algo terrible en el Teatro Nescafé, en un show que ya está pulido, es diferente, creo yo.
—¿Tú crees que el humor une?
Totalmente. Algunos, pero sí, de todas maneras. Hablar mal de alguien… Ese pequeño shot adrenalínico cuando decís “¿Y qué me dices de tal persona?” y no sabes cómo va a reaccionar la persona a la que le dijiste, porque puede que te diga “¡Es mi primo!”.
—¿Tú crees que en el fondo la labor del stand up es que la gente se sienta más unida?
Sí, totalmente. Yo creo que el stand up gringo, como ya es una industria tan grande, ya es como una especie de idioma. Es casi rítmico, lo puedes escuchar en la TV de la pieza de al lado y se oyen unos sonidos y unos jajajá y ya sabís que es stand up . Como que suenan, como que hay un ritmo de primicia y remate, entonces la libertad, la espontaneidad de ese modelo tan Comedy Central es poca porque ya es un formato. Pero tú vas a los bares en Estados Unidos y no es así, es mucho más libre.
—Sí, también pasa en Chile con todos estos humoristas de la televisión o del Festival de Viña. Uno los ve en sus shows en vivo y son otra cosa.
Creo que el stand up es en vivo, no es grabado. Lo que uno ve, o sea cuando decís “qué bueno el especial de John Mulaney”, es un Frankenstein lo que estás viendo. Mulaney grabó cuatro veces, editó todas las partes buenas, le suben las risas, es un producto hermoso de mirar y muy perfecto, pero está editadísimo. La vida real es más aburrida, pero en vivo es mucho más chistoso porque está ahí el señor y no sabes lo que va a decir.
—¿Pero qué pasa cuando el escenario es grande, como el Nescafé o el Festival de Viña?
No, ahí ya es otra cosa, lo que tienes que hacer es una secta, ya. Yo estoy hablando de un carrete chico en que salimos todos amigos. Eso es ya religión organizada (risas). Pero pasa un poco igual, pasa un poco. Siento que con los comediantes de acá ha pasado un poco: Avello, Edo Caroe, la Nata Valdebenito, tengo la impresión de que los tres convocan a más gente. Son cada uno una religión distinta, igual. Son gente que amo, gente que de verdad quiero mucho, gente que admiro, que respeto y que, o sea, les robaría todos los chistes a los tres. Son todos como un pedazo de Chile, siento. ¿O no? La Nata también, incluso sus shows con ese traje de dos piezas, siento que es como todas las mujeres que veo en la calle. Es muy loco eso, de verdad reflejan algo tan grande. Yo no tengo eso, ni una posibilidad.
—¿Crees que es más importante para la gente ver a alguien que ver un material o no?
Sí, yo creo eso. Más que decir cosas originales, ser original. Quizá son un poco lo mismo, pero, no sé, tiene que ver con conocerse a uno mismo, y no hay talleres de stand up para eso.
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