Rafael Gumucio - Risa adentro

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¿Cuáles son los limites del humor? ¿Y qué es realmente lo gracioso? Son preguntas que Rafael Gumucio, director del Instituto de Estudios Humorísticos de la Universidad Diego Portales, recibe de manera incesante. Para profundizar en ellas, en el sustrato sicológico y filosófico del humor, y para conocer diversas practicas del oficio, Gumucio entrevistó largamente —en la universidad, con público— a humoristas y otros profesionales (Stefan Kramer, Natalia Valdebenito, Paloma Salas, Mauricio Redolés, León Murillo, Edo Caroe, Jorge Alis, Delfina Guzmán, Adriano Castillo, Alberto Montt, Daniel Samper, Isabel Behncke), y el resultado es este libro lleno de anécdotas graciosas, sabiduría práctica y reflexiones impensadas. «El humor, como los faros en la costa, es lo que ilumina las fronteras del lenguaje. Es lo que señala que allá, más allá, está la alta mar del inconsciente y de la guerra, del insulto y del duelo. (…) El límite del humor es que no haya nadie para reírse con él.»

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Alto, delgado, calvo y pelirrojo, su aspecto y pasado caballeroso contrastan con su incapacidad de no intercalar entre dos frases o menos una cantidad infinita de juegos de palabras y chistes dedicados a su mujer, a su hermano (Ernesto Samper, que fue Presidente de Colombia), al embajador que lo alojaba y le pagaba el pasaje, y a él mismo. El humor es en él un instinto irrefrenable que le permite sentirse como en casa en cualquier situación.

Ese manantial imparable de chistes de todo calibre desapareció milagrosamente cuando, en la Facultad, al día siguiente de la entrevista que aquí se recoge, habló a los alumnos de las posibilidades y peligros del periodismo de investigación. No perdió su informalidad ni su simpatía ni su capacidad infinita de hacer bailar las palabras, pero el rigor de los datos, la testarudez del reportero, se manifestaron en su obsesión. El periodismo en serio, ese por el que arriesgó varias veces la vida y que lo mantuvo viviendo lejos de su país, no es broma para ese bromista impenitente que era y es Daniel Samper Pizano. Todo el resto, religión, país, fútbol, música, amor, poesía, es ocasión para más y más chistes, de los que pudimos recoger, por la tiranía del espacio, apenas una parte.

—Tú escribes para Colombia, que es un país marcado por la violencia. ¿Cómo el humor y el periodismo pueden convivir con ese estado de alarma permanente?

Nuestra historia es una historia muy larga de violencia y hemos sido fieles a ella, siempre somos violentos. En esa larga historia, lo que ha salvado al país es su humor, básicamente. De alguna manera su inteligencia, porque tener humor es tener inteligencia. El humor colombiano se mantiene, en cualquier parte donde vayas se mantiene y es distinto de, por ejemplo, el humor español, que a mí me sorprende porque vivo hace muchos años en España...

—¿Te sorprende por distinto o por inexistente?

No entraría yo en esas diferencias porque como español me molestaría mucho, pero el humor español es distinto, el humor español es a una sola banda, es decir, tá y tá y ahí te ríes o no te ríes. El humor colombiano forma parte de esa gran escuela, o sensibilidad mejor, que se llama mamagallismo, que es hablar aparentemente en serio pero estar tomándote el pelo… García Márquez hizo inmortal la expresión, aunque nace en Venezuela en el siglo diecinueve, eso está investigado. Es una manera de sobrevivir, en Colombia sinceramente hay mucho humor, el colombiano es una persona con mucho humor a pesar de toda la violencia. Eso es un poco lo que salva al país. Yo te diré que he tenido experiencias muy cercanas de humor y violencia, las dos, y voy a citar a una persona, a un político por el cual nunca he votado, que es mi hermano, que en fin, ostenta un cargo ahí importante…

—Ernesto Samper, que fue Presidente de Colombia entre 1994 a 1998. ¿Tiene sentido del humor?

Fue Presidente de Colombia, con eso te digo todo (risas). Pero, bueno, las cosas que él decía cuando estuvo enfermo, después de un atentado gravísimo que sufrió, han sido de verdad ejemplo de lo que se puede hacer para sobrevivir. Había un senador, que después murió también de muerte natural, es decir, lo mataron, que es la muerte más natural en Colombia, y este senador se llamaba Cristo, un senador liberal, muy querido. Mi hermano estuvo agonizando como dos meses, tendido en una cámara de cuidados intensivos, con oxígeno, algo muy muy sofisticado, y estaba prohibido el acceso, no podía entrar nadie, entraba mi cuñada a visitar, pero lo logró el senador, que lo quería mucho, logró colarse y entrar. Ernesto, mi hermano, muy sedado porque además tenía que estar con el abdomen abierto por una infección, escucha que lo viene a visitar el senador Cristo. Y dice “¡hijo de puta, me morí!”.

En ese mismo atentado a mi hermano se le desapareció el ombligo, uno no sabe cuándo está de frente y cuándo de espaldas, y ha tenido problemas de espalda justamente, porque no hay ombligo. Bueno, a partir digamos de aquí en la cintura después sí, pero no mucho tampoco, pero entonces tú no sabes bien si está mirándote o no, porque no hay ombligo.

—Pero eso para la política es perfecto.

No creas, el ombligo hace mucha falta, uno nunca se da cuenta de lo del ombligo si no en dos circunstancias: cuando quieres saber si alguien está de frente o de perfil, y es muy útil; también lo recomiendo mucho a los aficionados a la televisión, yo soy muy aficionado al fútbol, como verán, a ver fútbol por televisión, es muy bueno llevar apio a la cama, y echas la sal en el ombligo, entonces estás comiendo. El ombligo parece feo pero es muy muy práctico, de modo que yo lo recomiendo mucho. Ernesto no ve televisión porque no puede, porque le falta el ombligo para la sal y el apio.

—Siendo periodista tener un hermano Presidente debe ser muy difícil, muy complicado, ¿te ayudó el humor en ese sentido?

Si Dios quiere castigar a un periodista, hace a su hermano político, y ahora eso le pasa a Enrique, el hermano del Presidente Santos, que ha sido mi compañero entrañable durante cincuenta años de periodismo; hemos llevado unas vidas paralelas, solo que él se consigue las chicas atractivas y a mí me toca mi mujer, y Enrique ya está viviendo eso, y yo me comunico mucho con él y me dice “ahora entiendo lo que usted me decía, ser hermano de Presidente es una tragedia para un periodista”. Yo dejé de serlo en Colombia, seguí siéndolo en España, que es donde vivo hace muchos años, cuando fue elegido como candidato del Partido Liberal; dije “un país que elige a mi hermano candidato del Partido Liberal, no, no puede ser”.

—¿Te autoexiliaste o ya vivías en España antes?

No, ya vivía en España, me habría exiliado en ese momento, pero ya vivía antes en España. Pero entonces ahí ya resolví que no volvía a Colombia por un tiempo, y durante dos años de la campaña y cuatro del gobierno y dos más dejé de escr ibir, durante ocho años no escribí columnas, no opiné, no dije nada, porque creo que el lector tiene todo el derecho a desconfiar de lo que uno le diga, porque teniendo una cercanía con un tipo muy poderoso no se puede ser independiente, no puede ser.

—¿Cómo se combina el humor con el periodismo de investigación que tú has ejercido en Colombia?

En el ejercicio periodístico he tenido ocasión de escribir columnas de humor; tengo una columna de humor desde hace no sé cuánto, veinticinco años, en una revista de El Tiempo que se llama Carrusel, y he hecho periodismo de investigación. Uno puede hacer todo eso, pero tiene que saber cuándo no se mezcla. Para hacer el trabajo periodístico de investigación éramos profundamente rigurosos, ahí no había las libertades que uno se puede conceder como humorista, era de un rigor absoluto. Pensando que hay un juez chiquito sentado encima de tu escritorio, entonces tú dices una palabra y él te dice “¿dónde está la prueba?”, aquí está la prueba. Ese es el espíritu con el que hay que trabajar en el periodismo de investigación, y la redacción del trabajo investigativo es con ese espíritu. De ahí en adelante si tú puedes probar cada palabra que hay allí, le puedes poner o le debes poner un poquito de agilidad y un poquito de amenidad hasta donde se pueda, pero no es una columna de humor. Una columna de humor se puede hacer mucho más libre, se pueden decir muchas barbaridades.

—O sea el humor te permite decir cosas que el periodismo serio no te deja decir del todo.

Yo creo firmemente también, hablando siempre del humor, en lo que decía el gran Millôr Fernandes, el gran humorista y filósofo brasilero, que decía “la mordaza aumenta la mordacidad”. Eso es verdad, eso lo demostró, por ejemplo, Brasil. En Brasil, en la época de los militares, de la dictadura militar, ¿quiénes sacaron la cara por la gente, por pedir derechos, por exigir un cambio? Cantantes y humoristas. A los otros, los políticos, los perseguían, los mataban, los metían a la cárcel. Cantantes y humoristas. O Pasquim fue la gran publicación satírica de Brasil en esa época, era demoledor incluso con sus silencios, y las canciones de Chico Buarque y de otros de los grandes cantantes. La dictadura llegó a prohibir las letras de varias de esas canciones, y ¿qué hacían los cantantes brasileños? Salían al escenario, como estaba prohibida la letra pero no la música, porque ya hay que ser una dictadura muy jodida para prohibir la música, entonces ponían la música y la gente cantaba, es decir, quince mil personas cantando las canciones de Chico Buarque. Entonces Chico Buarque simplemente callaba y arribaba el micrófono y quince mil voces cantaban la canción. ¿Cómo metes tú presos a quince mil muchachos que están cantando?

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