Yo creo que es la audiencia la que te da la medida del límite y la pertinencia del humor. Hay humor que puede ser impertinente y hay humor que es pertinente, entonces eso te lo da la audiencia. Los judíos, por ejemplo; no hay un grupo étnico más autocrítico con el humor que los judíos, es extraordinario; además, es un humor muy gracioso, muy gracioso, pero contado por judíos. Yo no puedo, porque mis papás son judíos, mi papá es como rabino. Me han pasado cosas horribles porque, por ejemplo, yo cuando iba a fiestas de disfraces, o no fiestas de disfraces sino que decían “ponte alguna cosa divertida para ir esta noche a la casa”, yo me ponía un sombrero que era de mi abuelo y un vestido negro sin corbata, entonces parecía un rabino, y dejé de hacerlo porque ya a cierta hora empezaban a pedir circuncisiones.
Pero es eso, digo, los judíos tienen muy claro que ellos son de una crueldad pavorosa, es una marca de identidad de ellos, el humor, pero hecho por judíos, es decir, los chistes que se echan sobre las madres judías son muy graciosos si los cuenta un judío, si los cuenta un cristiano son menos graciosos. Lo mismo pasa con las nacionalidades, en todo país hay una región o una ciudad o un pueblo que lo toman como estereotipo de los tontos y se hacen chistes, no sé si en Chile.
—Nosotros hacemos chistes de gallegos.
Ah, sí, y en Argentina también de gallegos.
—Lo hacemos por imitación, porque no hay una fuerte población gallega en Chile. Y hacemos esos chistes del tipo “había un chileno, un peruano, un argentino”…
Y gana el chileno. Eso lo hemos inventado los colombianos, pero lo han probado los chilenos. Nosotros nos reímos de la población del sur del país, los pastusos, que son una gente adorable y además tienen mucho sentido del humor, pero siempre en los chistes aparece el pastuso. Yo he estado y tengo muchos amigos pastusos, y con quien era mi abogado —porque me defendía cuando me demandaban y cosas y siempre ganaba, aunque nunca teníamos la razón— hacíamos esos chistes, que son chistosísimos cuando estás entre pastusos o amigos de pastusos, pero cuando alguien que no procede de allí cuenta un chiste de pastusos es terrible. Me acuerdo de que una vez en El Espectador que María Teresa Herrán, una columnista de espectáculos, contó un chiste de pastusos y se pusieron bravísimos y fueron y quemaron las oficinas de El Tiempo, porque la otra estaba muy lejos (risas).
Los mejores chistes eran de los pastusos pero contados por pastusos. Todo depende de la audiencia.
—Estamos en momentos de creciente sensibilidad ante los chistes. ¿Cómo lidias con la corrección política?
La corrección política es una enfermedad atroz y mortal, que consiste en nunca faltarle el respeto a nadie, y es atroz y mortal pues acabaríamos con el humor tranquilamente. Pero yo sí creo que en algunos momentos es impertinente un chiste. Los negros tienen todo el derecho a llamarse negros entre ellos, yo veo las series norteamericanas y siempre dicen “había un nigga y no sé qué”, pero un blanco no le puede decir a un negro nigga . En una serie ni siquiera, tampoco en la realidad; hay limitaciones. Yo creo que es válido el humor en todas las circunstancias, quiero decir, en cualquier tema, no en todas las circunstancias, en cualquier tema, pero su ejercicio depende un poco de la audiencia a la que vayas.
Dibujar el chiste
Abril de 2011
Alberto Montt (Quito, 1972) es dibujante, ilustrador y comediante. Ha ilustrado libros infantiles, libros de recetas de cocina, manuales de sexología. Ha trabajado en diarios y revistas dentro y fuera de Chile. En 2011, el servicio de radiodifusión alemán Deutsche Welle le otorgó el galardón The BOBs al Mejor Weblog en Español por Dosis diarias , un sitio en que comparte semanalmente sus dibujos cáusticos, de apariencia inocente, pero llenos de veneno. Se especializa en burlarse de Dios, Batman y Robin, la tecnología y cualquier mito o leyenda que se le cruza. Junto con el dibujante argentino Liniers inauguró un nuevo género de comedia, la stand up comedy Los Ilustrados, mezcla de dibujos y comedia en vivo de gran éxito.
Montt, moreno, barbado y bien parecido, llegó a la Clínica de Humor singularmente preparado. Su presentación venía respaldada con un powerpoint muy ilustrado e ilustrativo sobre las distintas escuelas de humor gráfico de entonces. No era aún la estrella internacional en la que se convertiría al aliar su talento al del dibujante argentino Liniers, pero sus Dosis diarias daban que hablar. Los restos de un acento ecuatoriano, difícil de clasificar para oídos chilenos, de alguna forma adelantaban su destino internacional. Aunque quizás era el empeño de su powerpoint, la seguridad con que hablaba de su trabajo, la certeza de amarlo sin resquemor lo que hacía vislumbrar en él un destino particular. No estaba jugando, aunque terminada su exposición se dejó interrogar con la soltura y la ironía que esta entrevista intenta reproducir.
—Viviste los primeros años de tu vida en la selva ecuatoriana. ¿Tú crees que eso influye en tu aproximación al humor?
No sé si eso influye en mi forma directamente, en el humor, pero yo creo que lo que almuerce hoy día influye en lo que yo hago, si en el fondo esto tiene que ver con una expresión personal y desde esa perspectiva todo, todo, todo me ha influenciado. Ahora, lo que sí definitivamente me sirvió fue que, al estar aislado y solamente con esos cuadernos, de una u otra forma ellos marcaron mi camino, me nutrieron, me amamantaron, me cuidaron mientras mis padres trabajaban.
—¿Qué estaban haciendo en la selva tus padres?
Es que, bueno, es el bosque, uno tropical húmedo, bueno... sí es selva, sí es selva. Mi viejo es agrónomo, entonces creo que administraba un campo pequeño en la selva y estábamos ahí metidos.
—¿Haber pasado tu juventud en Ecuador te da una perspectiva distinta para mirar la chilenidad?
Sí, me pasa que se me ocurren chistes locales, se me ocurren chistes chilenos, chistes argentinos, se me ocurren chistes ecuatorianos que sé que no los entendería ningún chileno, o pocos chilenos. Ponte tú hacer una imagen gráfica que diga “El trío Los Panchos” y sean tres hotdogs, tres completos con guitarra, eso en Argentina puede ser gracioso, pero en Ecuador no tiene ningún sentido, y en Chile tampoco. Entonces me pasa, me pasa, pero lo que trato de hacer en el blog es también como parte de mi ejercicio, hacer cosas que sean más globales. Hay pocos chistes chilenos en mis libros. En general, mis dibujos se pueden entender en cualquier parte de Latinoamérica.
—Quizás por eso no hay personajes de la televisión o la farándula en tus dibujos.
No me tienta ese tipo de humor. Quizás porque viví en la selva, como dices tú.
—¿O sea no tienes tele, por culpa de la selva?
No, no, tengo tele.
—Pero no la prendes...
No, sí la prendo, pero no la miro.
—Ah, tú te ríes de los geeks y de la tecnología que usas.
Pero me río de mí. Porque yo soy muy ñoño, entonces en general yo me estoy riendo de mí, no estoy burlándome del gordito que pasa todo el día frente al computador porque yo soy el gordito que pasa frente al computador todo el día.
—¿La política te convoca como dibujante?
Me convoca enormemente, pero cuando trato temas políticos trato de no hablar de las personas sino de un hecho más general. O sea, ponte, si Piñera anda con el papelito de los mineros en el bolsillo y yo lo dibujo, va a tener sentido hoy, los próximos cuatro años y en treinta años alguien lo va a ver y no va a entender nada, pero si hablo de la estupidez estoy abarcando ese acto, o sea la estupidez de la política, ponte tú, tiene una relación con un político ecuatoriano y con uno argentino. Trato de ser un poco más general, no en la temática, pero sí en cómo abordar las temáticas.
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