Pero si le gusté y soy exitoso. No funciona tu teoría.
—Eso es lo que crees tú. ¿Te importa que la mayor parte de los lectores entiendan tus chistes o te basta con que una minoría selecta se ría?
A mí me pasa que a veces yo tengo una idea, la encuentro sumamente graciosa y cri cri cri... Entonces, o no lo entendieron o no gustó o fue muy abstracto, entonces no es que yo estoy tratando de hacer un chiste que sea críptico y me sale al revés. Gary Larson tiene un chiste fantástico donde se ve una selva y los árboles, hay una lavadora, una licuadora, en el piso hay una secadora, una cocina y abajo en el texto dice: “Niños, ¿cuántos objetos de casa ven en esta imagen?”. Es bastante obvio el tema de cuáles son objetos de casa y cuáles no, y lo gracioso está en eso, en la estupidez, y es muy loco porque yo alguna vez leí una entrevista de Larson que decía que nunca en la vida había recibido tantas cartas como por ese chiste, pidiendo que por favor explique a qué se refería, o sea cuál era la idea superior que él estaba tratando de transmitir y en realidad lo que el tipo estaba haciendo era una estupidez y él se reía de eso.
—¿Pero el resultado que tú buscas es la risa?
No, yo en ningún caso busco la risa. Yo, lo que me gustaría es que la gente cuando lea las viñetas, no todas, y además hay muchos y variados gustos, digan “qué buena idea, o qué genial”, no “qué genio que sos”, en ningún caso “qué genial el punto de vista”.
—O “¡qué cierto!”.
O “qué cierto”, o “tiene toda la razón”. Como es una opinión, busco todo ese tipo de respuestas, mas no la risa en sí. Si se ríe alguien, bueno, bien, y si no, no. Por eso a veces me da risa en el blog, ponen cosas así como “no me reí ni un poco, es el chiste más fome de la Tierra”, y es como “cambia de blog”.
—Con Condorito la gente se ríe de lo fome que es.
Hay un ilustrador que se llama Max Cachimba, argentino, que también es como un cultor de esta idea del chiste absurdo, que tiene un chiste maravilloso en que se ve un pato grande y patitos chiquitos atrás. Entonces el pato grande dice cuac, el siguiente dice cuac, cuac, cuac, y el último tiene una corneta metida en el culo y la corneta dice cuac. Es la hueá más estúpida del mundo, pero yo no pude parar de reírme dos horas. O, ponte, Gustavo Salas, quien es el que hizo el prólogo de mi último libro, tiene un chiste en que se ve que se acerca un tipo a una vaca y la vaca le dice “¿quieres un daikiri?”, y el tipo le dice “ya”, entonces la vaca saca de las ubres y le da un daikiri y el tipo le dice “guau, no sabía que las vacas podían hacer daikiris”, y la vaca se saca la cabeza y era una gallina, y dice “Es que no soy una vaca”. Entonces hay mucha gente a la que yo le enseño eso y dice “esto es una idiotez, es fome” y yo realmente lo encuentro genial. Entonces también tiene que ver con cuáles son mis gustos, cuál es mi background . Mi viñeta favorita en el mundo es una viñeta donde se ve el Polo Sur, así la vastedad de lo blanco, y a lo lejos, chiquitito, se ve un pingüino caído y justo al lado del pingüino una cáscara de plátano, entonces es tan absurdo a tantos niveles que para mí es la gloria del humor gráfico. ¿Qué hace una cáscara de plátano ahí, por qué se resbaló si tenía todo ese espacio? Entonces eso.
—¿Tú sientes que el humor tiene que ver algo con la agresión?
Como una forma de vivir cierta agresividad secreta, sí. Tiene que ver con eso sí, el blog es mi pequeño patio de juegos y al mismo tiempo un, no sé, un lugar de exorcismo de mis demonios y también es un lugar de protección en donde yo puedo hablar desde este rincón o hacer que una vaquita diga algo que probablemente Alberto Montt no diría. Entonces desde esa perspectiva es un parachoques y es un golpeador.
El stand up como una disciplina zen Abril de 2019
Palomas Salas (34 años) es una de las pioneras de la stand up comedy chilena. Una de las primeras también en declararse feminista y abordar sus espectáculos desde la perspectiva de género. Muy lejos, sin embargo, de cualquier dogmatismo, su forma de abordar el humor es como ella misma, una mezcla secreta de exactitud y descuido. Ha enfrentado con el mismo desparpajo el cine ( Ella es Cristina , 2019), la televisión ( Campo minado , Vía X) y la radio. Llegó sin embargo a la comedia por un camino inesperado. Antes de subir al escenario estudió Literatura Creativa en la Universidad Diego Portales.
Lo primero que le sorprendió fue volver a hacer el camino que hacía para estudiar. De alguna forma su aspecto coquetamente descuidaba mantenía algo de estudiante eterna que quiere convencer al profesor que no le interesa nada estudiar y sacarse buenas notas pero lo sigue logrando, implacable.
—¿Por qué estudiaste Literatura?
No sé. Y tampoco se me ocurre otra cosa que podría estudiar. ¿Así como Fonoaudiología, dices tú? Igual podría haber estudiado Teatro. O sea, ahora pienso que me hubiese gustado tener sus herramientas, pero veía a los alumnos de Teatro haciendo ruidos de animales, manoseándose, y yo no estaba preparada para eso.
—¿Pero te ha ayudado la literatura de alguna forma en tu trabajo como comediante?
Yo creo que sí. Creo que si te obligan a escribir ensayos todo el rato, sin parar, y de todas las cosas, especialmente esos ramos que te hacían hacer como rápido, así como en tres días tenías que estar entregando algo de dos o tres páginas, y estar todo el día en eso, aprendes mucho de forma. Aprendes a hablar en un formato, en el fondo. No sé si me explico, es raro.
—¿Qué lugar tiene la escritura en tu trabajo actual?
Yo al principio me sentaba a escribir y escribía párrafos y párrafos de cosas y trataba de aprenderme de memoria esas cosas, y es terrible porque después las dices en otro contexto y no funcionan. Te das cuenta de que en el fondo tiene dos patas la cuestión: una es lo que escribiste en tu casa, y otra es como la ausencia total de ensayo. Como que el ensayo en el stand up no existe, entonces el show es el ensayo, y es terrible porque hay gente que se ducha para ir, y paga estacionamiento y otras cosas, para ir a ver un ensayo, básicamente.
—Entonces, ¿improvisas a partir de una pauta?
Cuento historias largas, como de quince minutos, pero no puede haber un bache muy largo sin un propósito. Generalmente, si hay un bache largo donde no pasa nada, es como que quiero que en esa parte se queden callados, que me escuchen y que haya un silencio porque viene algo más grande después. Pero si estás hablando sin parar de distintas cosas y no hay risas, estás mal.
—¿Y cómo manejas esos silencios?
Con Lexapro (risas). No, ¿cómo manejo esos silencios? Nada, se maneja, es deporte, ya te acostumbras a apestar, no más. Y muchas veces lo podrías decir: “Ah, estoy apestando” y la gente “jajajá, sí…”.
—¿Lo manejas a través de la complicidad?
Yo creo que al final lo único que importa, más que ser chistoso incluso, es que la gente vea que tú estás cómoda y que estás relajada. Porque si tú estás mal, la gente inmediatamente piensa que te va a ir mal o quiere que te vaya mal. Si tú te relajas, ellos se pueden relajar también.
—¿Cuánto lugar tiene la técnica en tu trabajo?
Yo creo que es solamente subirse al escenario sin parar. Y apestar por completo, que es lo que me pasó tres años sin parar, que es apestar profundamente, estar en las profundidades del apestamiento y pudrirte, porque te vas a tu casa y no sabes dónde meterte. Y lo peor es que, más encima, cuando uno está partiendo la gente que te va a ver son tus amigos y tu familia. Y piensan “¿Por esta tontera va a dejar la universidad?”, y apesta. Es muy heavy. La presión es demasiado alta. Incluso, en esa época y gracias a apestar tanto en el stand up pude poner en perspectiva otras cosas que apestaban de mi vida y me dejaron de importar, también.
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