—¿Como qué?
Tenía un pololo que me ponía el gorro todo el rato y me dio lo mismo. Era mucho peor lo que me pasaba en el bar. Era mucho más grave porque, más encima, era en el segundo piso del Cachafaz, el Cachafaz era un bar donde se hacían clases de tango, entonces los chistes no funcionaban y se escuchaba tango. Una cosa terrible porque bajabas al primer piso y tus papás te decían “simpático”, esos eran los comentarios…, y bajabas y había unos viejos bailando tango.
—¿Por qué lo hacías entonces?
No sé. Yo estuve estudiando el eneagrama, que no lo conocía, y descubrí que mi número es de gente que es capaz de mentir, de matar, de cualquier cosa por caerle bien a gente que ni siquiera me cae bien (risas). Y me ha pasado siempre en mi vida. Como que siento que le caí mal a alguien que igual me cae mal y soy capaz de atropellar a mi mamá para caerle bien a una persona que ni conozco.
—Ya, pero el humor que tú haces no es un humor de caer bien.
Claro, pero ponte tú te cae mal a ti, pero le cae bien a ella (apunta al público), y a ella le cargas tú… Estrategia. No, no sé, pero incluso a la gente que le caigo mal siento que igual le podría caer bien.
—Entonces, ¿hay un trabajo de conquista en el humor?
Sí, y yo creo que todos los humoristas quieren conquistar. Mucha gente piensa que el stand up es reírse de uno mismo solamente, pero yo creo que esa es la estrategia, en el fondo, para poder reírse de los demás. Si te subes al escenario y dices “estoy gorda, soy horrible, soy asquerosa” y todos como “jajajá, ¡es cierto!”, es como “ya, bueno, ya” (risas). Y después puedes decirle a él “cacha, guatón enano, ridículo, no sé qué” y así te vas.
—Ahora, ¿la técnica es empezar con uno mismo?, ¿cómo fue eso para ti?, ¿qué encontraste en ti que pudo ser un motor para la risa?
Me di cuenta de que, si contaba lo que más vergüenza me daba, siempre funcionaba. O sea, si buscaba adentro mío algo que me cuesta incluso decírmelo a mí misma, esas cosas que como que te quieres morir, si las dices en público casi siempre funcionan. Lo que menos hay que contar es lo que más hay que contar. Pero igual es difícil darse cuenta de esas cosas.
—¿Cuáles fueron las primeras confesiones?
Las primeras eran falsas, eran cuando no había descubierto que era mucho más fácil. Pero mi primer chiste, que yo quería mucho y que era una cochinada, igual, y lo voy a contar acá, o sea no lo voy a contar como lo contaba porque ya no me acuerdo tanto, era de que yo tenía un rollo con que había perdido la virginidad muy vieja, había perdido la virginidad como a los 23. ¿Es viejo igual eso, o no? Y tenía ese rollo, el de que yo era sexualmente penca, no sé. Y yo tenía 27 y contaba que todavía era virgen y que nadie hablaba de la “virginidad tardía”, como que le inventaba un nombre y que el himen seguía creciendo y que se engrosaba como una lonja de jamón de pavo. Y tenía un remate muy feminista, pre MeToo , que decía que cuando perdiera la virginidad él iba a sangrar. Y era como “¡bravo!, ¡genial!”.
—¿Y por qué dices que eso era falso?
Porque no es verdad que me pasara eso. Ahora, sería mucho más gracioso y me rendiría mucho más material contar cómo era para mí en realidad a los 23 ser virgen. Y quizá por eso se han alargado más mis historias. Antes inventaba y aparte era asqueroso, a veces no funcionaba en un lugar donde estaba ese señor que iba a ese show con toda su familia. Pero sí es más probable que todo el mundo conecte con la inseguridad de alguien que no ha culeado rodeada de gente que sí. Y, bueno, tiene mucho que ver con hacer una experiencia más universal, también.
—¿Tú dices que la experiencia propia es más universal que la imaginaria?
Sí. Y tampoco queda mucho otra en el stand up , siento yo. Como que el stand up observacional de Seinfeld ya está un poco muerto. Como que en internet hay demasiado más chistes mejores que los de Seinfeld ahora y cada dos segundos. Entonces la única manera de competir con eso es hacer comedia más subjetiva, más de cosas que le pasan a uno.
—Ahora, esas cosas que son secretas, que son vergonzosas, que son íntimas, ¿al contarlas dejan de ser vergonzosas, íntimas? ¿Se arregla el problema? O sea, ¿tiene una función terapéutica el humor?
Sí, en cierta medida sí. Yo creo que cuando te estás riendo de algo ya pasaste por lo menos algunas etapas de crecimiento. Creo. Como, no sé, financieramente soy terrible y vivo endeudada, y la primera etapa es como agobiante. Y después te das cuenta de que tienes el problema y seguramente pasaron un par de cosas antes de que te puedas reír. Si ya te estás riendo, estás mejor, creo.
—Pero, cuando uno ya arregló algo, tiene que inventarse nuevos desastres para seguir haciendo humor…
Bueno, y por eso yo creo que los comediantes cuando se hacen muy famosos y ganan mucha plata se ponen más fomes igual. Pasa eso, siento yo, y es la misma razón por la que la comedia en los países tropicales es supermala. Es porque lo pasan la raja, no necesitan reírse, siento. Están todo el día en pelotas comiendo mangos, ¿y más encima quieren tener estas ideas intrincadas sobre la sociedad y reírte? No es necesario.
—¿Es importante conocer al público antes del show?
No. Creo que es importante tratar de actuar con la mayor cantidad de gente diferente. Igual, también creo que no tiene que ser tu ambición, no es necesario ser totalmente transversal. Está bien eso, pero, ponte tú, yo tengo un show todos los lunes en el Comedy, que es una miseria. O sea en el verano, en enero, está lleno siempre, pero en agosto es terrible, yo hago unos shows para cinco personas, que me encantan igual.
—Público familiar.
Pero yo partí haciendo ese show con Felipe Avello hace tres años. Y esa época para mí fue ¡uf! Porque yo venía de Hardcore , donde hacía stand up con la Natalia Valdebenito, con Villouta, la Jani Dueñas y yo; entonces el público eran puras tortas, colas y feministas y pololos enojados. Ese era nuestro público, entonces era superseguro y cómodo, y todo lo que dijera tenía cierta recepción entre gente que al final era la misma gente con la que carreteo. Pero cuando volví a hacer stand up fue terrible, volví a apestar. Volví a cero porque el público de Avello eran unas familias: mamá, papá de Llay Llay (risas). Entonces yo ahí con lo de “el himen crece” y me gritaban “¡qué asco, señora, váyase!”.
—¿Y qué hiciste?
Apesté después de cinco años. Volví a apestar todos los lunes. Apestar, apestar, hasta que de a poco dejas de apestar.
—¿Y cómo se hace?
Con muchas ganas de caerle bien a las familias de Llay Llay (risas). Llegaba a mi casa y no sabía por qué la gente de Llay Llay me odiaba tanto. Yo creo que ahí, en la miniepifanía que tuve, entendí que podía ser más amorosa. Yo antes no era tan amorosa y me fui ablandando un poco y esto que están viendo es lo más amoroso que hay, no queda más. Tuve que encontrar una suavidad y encontrarle la razón a la gente, porque igual tienen razón. Si eres aburrido no es culpa de ellos, es culpa tuya. O que caímos en el mismo lugar equivocadamente y hay que tratar de evidenciar eso: que no es culpa de ninguno de los dos, pero que tratemos de hacer lo mejor posible.
—Es como una terapia de pareja.
Un poco sí. Es como: “Rodolfo, sé que te cayó mal lo que te dije. Tratemos de encontrar algo entremedio, juntémonos en la mitad”.
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