Alfredo Sánchez Gutiérrez - La música de acá

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A partir de entrevistas con músicos de distintas generaciones y géneros, el autor realizó un ejercicio periodístico en el que conviven la crónica, el retrato y la historia de vida, cuyo objetivo es contribuir al registro de la historia cultural de esta región a través de testimonios, anécdotas y relatos que en conjunto muestran una panorámica local no sólo de la música y sus protagonistas, sino de los acontecimientos que han transformado Guadalajara en lo relativo a la convivencia social, al desarrollo económico y cultural.

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el abuelo era músico, un tío abuelo fue trompetista fundador de la Sinfónica Nacional en tiempos de Carlos Chávez. Otro tío, también trompetista, tocaba en la Banda de Marina. En la casa se escuchaba música todo el día. A Manuel, su padre le empezó a enseñar desde muy pequeño: a los cinco o seis años lo ponía a cantar escalas y luego lo mandó a un coro infantil. Poco después quiso aprender piano pero lo único que había a la mano era un armonio en la iglesia y ahí comenzó a tocar y a relacionarse con la música religiosa. El siguiente paso era la Escuela de Música Sacra, en Guadalajara, pero aún era muy niño para ingresar, así que primero se metió a la academia del maestro Rosalío Ramírez. Cuando cumplió quince ya lo aceptaron en dicha escuela.

El sueño de Manuel era convertirse en maestro de capilla, como lo habían sido grandes músicos en distintos lugares del mundo, pero después del Concilio Vaticano II se determinó que solamente las principales catedrales los tuvieran. Además, con esos cambios se dejaron de cantar las grandes misas en la mayoría de las iglesias, lo cual decepcionó un poco a Manuel, quien se consoló con estudiar la Licenciatura en Órgano.

En eso estaba cuando la vida lo llevó provisionalmente por otro camino: un amigo lo convenció de ir a Puerto Vallarta a aventurarse con otros tipos de música, y lo hizo. Conoció músicos, tocó en bares y hoteles, escribió arreglos para grupos y, en general, se involucró con algo que le había sido ajeno: la música popular. Aquello –que era francamente profano– le gustó, pero había dejado a medias su carrera de composición, así que en algún momento decidió regresar a lo sagrado, a su escuela, y se inscribió con Domingo Lobato, un hombre estricto, duro, pero extraordinario maestro con quien aprendió contrapunto, fuga, y abrió sus oídos a otras maneras de concebir la música. Si a Lobato no le gustaba un trabajo, decía sin remordimientos: “Eso no sirve, vete, no me hagas perder mi tiempo ni pierdas el tuyo”.

Lobato fue, a decir de Manuel Cerda, el pilar de la composición en Jalisco. Él llegó a Guadalajara muy joven, como de veinticinco años, y formó a otros maestros como Hermilio Hernández, Víctor Manuel Amaral, Javier Hernández, Ramón Orendáin, José Luis González. “Como maestro le debemos todo”, dice Cerda con convicción. Pero ¿quién era Domingo Lobato?

“Yo había terminado mi magisterio, tanto en composición como en canto gregoriano en Morelia, y en el año del 46 vine a Guadalajara”, me contaba Domingo Lobato en una entrevista de 2011, menos de dos años antes de su muerte. Lobato había estudiado en Morelia con maestros como Ignacio Mier, Miguel Bernal Jiménez y el sacerdote José María Villaseñor. Luego llegó a la capital de Jalisco y se hizo cargo de la cátedra de composición en la Escuela Superior Diocesana de Música Sagrada (la Sacra, como se le conoce). En 1952 se abrió la Escuela de Música de la Universidad de Guadalajara en donde desde entonces, y hasta su jubilación, trabajó impartiendo las clases de armonía, composición y análisis musical. Incluso fue director de la escuela durante dieciocho años:

En la primera etapa de lo que fue la escuela de música me tocó elaborar los planes de estudio y los programas de trabajo, asesorado por las relaciones que tenía yo en México con Blas Galindo, con el maestro Rodolfo Halffter, inclusive con Silvestre Revueltas –a quien conocí–, el maestro Ponce –que también conocí–, es decir los maestros de México más destacados. También el maestro Carlos Chávez que varias veces vino a Guadalajara y visitó la Escuela de Música de la Universidad, el maestro Julián Carrillo, que en el periodo de la gubernatura de Agustín Yáñez adelantó muchas de las relaciones de la escuela con el medio musical tanto de México como del extranjero.

Aquella misma entrevista se realizó en su casa, un día antes de un concierto de homenaje que con su música le habían organizado algunos maestros de la propia Universidad de Guadalajara, encabezados por su amiga y discípula Leonor Montijo. Yo le preguntaba: “¿Cómo se siente de que le hagan este reconocimiento?”, y el maestro respondía: “Siempre un reconocimiento es algo que lo enorgullece a uno. He conocido a casi todo el ambiente musical de Guadalajara, casi todos los profesores jóvenes y algunos ya mayores pasaron por mi cátedra”.

—¿Y qué siente de que toquen su música?

En realidad nunca pensé que se pudieran hacer conciertos con mi música. Mi composición era en mis ratos de descanso de la docencia y de la organización de la institución. Toda mi música ha sido muy accidentada, tanto dentro del terreno profano como en el religioso.

El maestro Arturo dirigiendo Le habría gustado componer más durante su vida - фото 17

El maestro Arturo dirigiendo.

—¿Le habría gustado componer más durante su vida?

Yo creo que sí, y yo creo que mientras no me muera voy a componer alguna otra cosa. Siempre tiene uno un proyecto a pesar de los problemas visuales que padezco, pero de alguna manera tiene uno que salir adelante, no puedo estar solamente viendo el sol.

—¿Qué tipo de obra está componiendo?

Pues hay varias cosas porque algunas se quedaron pendientes. He corregido algunas otras que para muchos van a ser novedad porque fueron escritas hace veinte o treinta años.

—Pues ojalá que viva muchos años más.

Ahora está más de moda la gente muy longeva, pero quién sabe si nos toque o no...

Eso lo decía a sus 91 años, longevo ya era. Domingo Lobato murió el 5 de noviembre de 2012 a los 92 años.

Regresemos a Manuel, en quien el gusanito de lo popular, de lo profano, ya se había instalado. Al mismo tiempo que estudiaba con el maestro Lobato en la Sacra, entró a trabajar como pianista a la orquesta de Arturo Xavier González. La fecha la tiene muy presente: el 18 de noviembre de 1970. Durante once años estuvo ahí, primero nada más como pianista y luego también como arreglista.

Le pedí al maestro una oportunidad para escribir y me dijo: Ahí está la orquesta... y empecé a escribir arreglos para esas canciones, no sé si recuerdas por ejemplo aquella de Yellow River –original del grupo inglés Christie–. Puras cosas de esas, las que estaban de moda. Empecé a hacer algunos experimentos y Arturo me dio la oportunidad, aunque él era también muy exigente a pesar de que tocábamos música popular. Había otros arreglistas como Pepe Hernández o el mismo Arturo que a veces los escribía. Pero después me dejó a mí toda la responsabilidad de eso. Toda la música disco de aquellos años me tocó a mí. Y tanta confianza me tuvo que me invitó también a la Banda del Estado, que igualmente dirigía. Y me quedé diecisiete años como arreglista ahí también.

Manuel Cerda cuarto de izquierda a derecha en la ultima fila y cómplices - фото 18

Manuel Cerda (cuarto de izquierda a derecha en la ultima fila) y cómplices musicales.

Pero el maestro González era consciente de las capacidades de Manuel Cerda también para la música más seria. Por ello le insistió en que continuara sus estudios de piano y le recomendó a la maestra Montijo, con quien efectivamente Manuel estudió. Ella lo puso a tocar cosas que no se veían en la Sacra: Hindemith, Bartok, Liszt, Chopin, así que, además de todo el aprendizaje con la música popular, Manuel también le debe a Arturo Xavier González un caudal de conocimientos en el terreno clásico, del cual sabía muchísimo. Dice Manuel con reverencia:

Nosotros le teníamos mucho respeto y admiración al maestro. Era muy amigable y siempre estaba dispuesto a ayudarte. Yo puedo considerarme afortunado de haber platicado muchísimo sobre orquestación con él. Me llevó a analizar a Sibelius, Tchaikovsky, Brahms, cosas así. Él sabía mucho porque había estudiado dirección con Celibidache, un gran director. Sabía, además, muchos trucos. Un día me dijo: Haz la Tocata y fuga en Re menor para la banda del Estado. Le dije, maestro, yo la toco en el órgano pero, cómo le voy a hacer con aquello de la sol la fa la mi la re.. . Y me dice, ¡Ay Manuel, por atriles! Mira: la sol la fa la mi la re , ti ri ti ri ti ri . ¡Pero no van a poder respirar, maestro! Y me dice: Un atril, otro atril, un atril, otro atril, alternándose las notas. Un colmillazo tremendo del maestro.

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