—Híjole, la suerte que ha tenido ese Charly. ¿Y qué atestiguaron los 29 compañeros del GOB-30? ¿Qué vieron, qué escucharon, qué saben?
—Nadie se dio cuenta de sus movimientos, Capitán. Cada uno asumía a su cargo una tarea asignada en ese momento y estaban en diferentes lugares de la obra. No saben nada. Nadie se enteró del incidente.
—Vamos, García, no me joda. ¿O me ve cara de estúpido? Si ellos siempre andan todos juntos como conejitos y se cuidan unos a otros. Cuénteme hechos que no sé. Seguro que todos estaban al tanto y se confabularon para cubrirlo. De eso no me cabe duda. ¿O me toman por pendejo?
—Por favor, Capitán.
—Entonces dígame qué farsa le contaron.
—Pudimos averiguar que dos reos apodados “Jalisco” y “Popeye” son sus mejores camaradas, al menos los más cercanos. Los dos, junto a Charly, fueron seleccionados y se hallaban trabajando en la remodelación. Los tres provienen del mismo bloque, pero confesaron que desconocían los hechos. Ninguno sabía nada, ni siquiera estaban al tanto de lo que había sucedido esta mañana.
—Aquí tengo una copia del careo que le hizo uno de los guardias —continuó García—. Jalisco le confesó: «Esta mañana el Jefe de Obra nos llevó al patio de atrás, porque iba a necesitar más gente en la sala de restauración. Nos quedamos charlando en pequeños grupos, antes de separarnos según los equipos de trabajo que armó el contratista».
—Lo que nos contó Jalisco fue verificado en las filmaciones de la unidad 70 y coincide con sus declaraciones.
—Analizamos días anteriores la asignación matinal de cada grupo y, por lo general, se los distribuía en equipos diferentes. Y ahí nosotros no tuvimos ni teníamos ninguna injerencia. Tampoco interferimos en los nombramientos que hacía el arquitecto Pucci o si los armaba de tal o cual manera. Era una decisión que no nos interesaba y tampoco nos metíamos. Nuestra misión era de custodia —aseguró García—. Tanto Popeye como Jalisco se enteraron de que Charly se había esfumado cuando todos se reunieron pasadas las 12:00 horas, en el patio once, para el control diario de esa hora. Y nosotros de una confesión muy íntima.
—¿De qué se trata, García? Cuente de una puñetera vez. ¿O por casualidad usted no será primo lejano de Sir Alfred Hitchcock?
—Ni un cromosoma, Capitán.
—Bueno, entonces prosiga y vaya al grano.
—Jalisco, que era inseparable con Charly, le reveló esta mañana a la Comisión: «Charly me dijo hace tiempo que cuando intentara concretar su plan, yo no lo iba a saber. No quería perjudicarme. Cumplí 62 años y más de treinta encerrado aquí. Me quedan aún dos insufribles años por mi sentencia. Él pretendía que yo no tuviera ningún conocimiento o participación en cualquier cosa que me ocasionara una pena adicional y terminara mi vida muriendo entre las rejas de esta perversa cárcel. De modo que, caballeros, lamento no poder ayudarlos en esta oportunidad. Además, no soy un soplón. Busquen por otro lado». Y esa fue la declaración de Jalisco. La de Popeye fue similar; desconocía las intenciones de Charly —aclaró García—. Igualmente, todos los guardias fueron careados y nadie vio ni escuchó nada. De la misma manera opinó la gente de la empresa constructora. Nadie se dio cuenta que alguien faltaba en el lugar.
»Capitán, hemos estado haciendo los primeros contactos con el Juez de Turno y lo ve muy difícil lo de los 300 choferes. ¿Cómo conseguimos la dirección, datos personales, documentos y demás temas? Cuando se obtengan, habrá que redactar una nota, persona por persona y despacharla por correo a su domicilio, hasta reunirlos a todos. ¡Es una tarea imposible! El Juez nos explicó que esa faena puede demandar varias semanas. O meses.
Analizando todo lo que acababa de escuchar, la conclusión del Capitán Arnoux fue que con los resultados que iban saltando a la luz, la investigación avanzaba de mal en peor. Sin embargo, dos horas después, mientras se encontraba en su bunker maldiciendo la desgracia que había caído sobre él, sonó su radio VHF. Un mensaje aparentó devolverle su alma al cuerpo.
—Capitán, Capitán, aquí el guardia García. ¿Me escucha?, cambio.
—Lo escucho, García. ¿Qué pasa que está tan alterado?
—¡Tengo una noticia sorprendente, Capitán! ¡No lo va a creer!
CAPÍTULO 6
“BOMBUCHA” Y EL “CHANFLE”
“Palacio Negro” de Lecumberri, ciudad de México.
Jueves 19 de mayo de 2011, por la tarde…
—Capitán, no lo va a creer. ¡Tengo una noticia sorprendente!
—Cuente, señor García, y no me tenga en ascuas.
—Desde el mediodía estamos haciendo un rastrillaje intensivo en todo el Palacio, buscando algún dato relacionado con la huida de Charly.
—¿Y? —le preguntó inquieto el Capitán.
—Un reo dice que tiene una primicia para darnos.
—Largue el rollo, entonces. ¡¿Qué espera, García?!
—Mi asistente, “el gordo bombucha“, digo el cabo Fernández, me avisó que en el Pabellón tres entrevistaron a un reo que dice tener datos precisos de cómo se escapó Charly.
—¿No me diga? —le respondió entusiasmado el Capitán.
—Sí, señor.
—¿Y qué espera que no lo trae de las pestañas al reo?
—No sabía, Capitán. Pensé que usted tenía intenciones de entrevistarlo en otro momento.
—Seguro, García, tranquilo, tranquilo, no se apure. Vamos a esperar hasta navidad para platicar con el reo, le consultamos lo que sabe y, de paso, le contamos cuáles serán nuestros planes para pasar las fiestas.
»¡Garcíaaaa, tráigame ahora mismo a ese cabrón! ¿O me está jodiendo?
Minutos después, el “gordo bombucha” y otro agente trajeron al reo para tomarle declaración. Lo llevaron a un cuarto de seguridad ubicado en el edificio del bunker del Capitán. Lo sentaron en una silla al costado de una mesa y lo rodearon otros agentes. Hasta el mismísimo Capitán se encontraba presente en el careo que lo podría sacar del abismo en que se encontraba en ese momento y salvar su cabeza como máximo responsable del presidio de Lecumberri.
—Caballero, le anticipamos que todo lo que conversemos en esta sala está siendo grabado y filmado por nuestro sistema de seguridad —le aclaró García.
—Sí, señor —respondió el reo.
—Vayamos al grano que no podemos perder más tiempo. Díganos cómo se llama.
—Nacho Zapata, pero todos me apodan “Chanfle”.
—¿Dónde convive todos los días?
—En el Pabellón tres.
—¿Sabe el nombre de quien se escapó?
—Sí, Capitán. Me enteré que se escapó un tal Charly.
—¿Lo conocía?
—No.
—¿Y cómo se enteró?
—No soy un soplón. Digamos que fueron otros compas que me pasaron el dato.
—¿Y sabe cómo lo hizo?
—Pues claro.
—Desembuche entonces.
—Si hablo… quiero algo a cambio.
—¿Y qué pretende?
—Cumplir un deseo especial. Un sueño personal e íntimo.
—Me parece que se puede analizar. Dependiendo de lo que traiga en mente.
—Ir a saludar a mi “viejo” el día de su cumpleaños.
—Ah… veo que es algo sencillo y humano. No sería molestia señor Zapata —le respondió el Capitán—. En principio, delo por hecho. ¿Y dónde sería eso?
—En Tamaulipas, en el cementerio municipal de Matamoros.
—Oh caramba. Cuánto lo siento. No lo sabía. Pensé que… ¡Deseo concedido, Zapata! Anote, García, para que el caballero cumpla su sueño, como Dios manda.
—Sí, Capitán. Queda registrado el pedido.
—Volvamos a lo nuestro, caballero. Cuente lo que sabe.
—Me enteré por unos cuates que Charly desapareció de Lecumberri.
—¿No me diga? ¿Usted me está tomando el pelo?
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