José Luis Domínguez - Las llaves de Lucy

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Todo comienza con la desaparición de la joven Evelyn en el campo de su familia. Sin sospecharlo, su padre descubre que su propio hogar se ha convertido en la escena de un hecho escalofriante: una terrible tragedia que no cabe en la mente de nadie, y menos en la suya.A muchos kilómetros de allí, Charly pretende burlar el inexpugnable Palacio Lecumberri, el presidio federal de máxima seguridad del estado de México, con más de mil presos como compañeros, custodiados por cámaras y francotiradores.Casi sin transición, el autor nos traslada a España donde, años más tarde, otras dos jóvenes vivirán diferentes experiencias: Lucy comienza una nueva relación con Jordi, pero los fantasmas del pasado siguen rondando a ambos; mientras que Daisy está entregada a una relación violenta que casi la lleva a la muerte.Las llaves de Lucy es una novela donde confluyen historias que se desarrollan en el pasado y en el presente y se entrecruzan en un fascinante puzle que el lector deberá ir resolviendo. Sin embargo, el identikit de un homicida que aparece en la portada de los diarios será una pieza clave que desencadenará una búsqueda desenfrenada por develar la identidad del psicópata sexual.En este libro nada es lo que parece, todos ocultan secretos, y tal vez sean necesarias las llaves de Lucy para desentrañar lo que cada uno esconde.Una novela con todos los condimentos —violencia, misterio, humor, romance, sexo…– que el lector disfrutará sin pausa, pero sin prisa.

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»Esto es peor que un tsunami. Lo que se nos avecina… es peor. Lo tenemos a solo a cien metros de nosotros y nada podremos hacer para frenarlo. ¿Saben por qué? Porque lo maneja el Gobernador a control remoto desde su despacho —siguió vociferando furioso el Capitán Arnoux—. El agua nos cubrirá a todos.

El director resistía como podía. Tal era el estado de tensión e indignación, que, literalmente, escupía las órdenes y reclamos que daba, en una de cada tres palabras.

—Todos los equipos de guardia fueron capacitados estrictamente para cumplir el reglamento —seguía machacando el embroncado Capitán— ¿Me explican el procedimiento de control de camiones al entrar y salir del Palacio?

»Hace treinta años que es el mismo. Hace treinta años que se cumple a rajatabla y nunca falló. Es muy claro. Está escrito y fue perfeccionado cientos de veces. De modo que aquí alguien hizo la vista gorda. Ese Charly tuvo que haber comprado varios cómplices. Es la única forma de escapar de este sitio. ¿Lo captan?

—Sí, señor.

—Por eso caballeros, esto ha sido un plan maestro: falla humana y cómplices —proseguía hablando el Capitán, despotricando y salivando palabra de por medio—. ¿Coincidimos?

—Sí, señor.

—Necesito conversar urgente con el jefe de guardia y que me explique si los portones principales uno y dos estaban agujereados, y le dejó vía libre a nuestro héroe Charly.

—Sí, señor.

—Vaya a buscarlo, García. Quiero hablar con él aquí afuera. No permitiré que me escuchen en la cabina de control.

—Sí, señor.

—Hola, jefe.

—Capitán Arnoux, buenas tardes.

—¿Me explica el procedimiento de control de vehículos? El que se hizo esta mañana y se hace todos los días. Y le pido que no me haga ninguna farsa. ¿Entendido?

—Por favor, señor. Todo lo que le diré incluso se encuentra filmado. Lo puede chequear usted cuando lo desee, y corroborará que coincide con lo que le explicaré a continuación.

—Lo escucho.

—Desde que ha comenzado la obra hace dos meses, han entrado y salido más de cien camiones.

—¿Tantos?

—Sí, mi Capitán. Le cuento: todos los días entran por vez seis camiones con su box vacío, o sin nada, según las necesidades. Siempre en el horario de la mañana, alrededor de la 8:00 horas. Aunque, las primeras semanas, también venían al mediodía. La cuestión es que ingresan por estos portones, continúan por esta calle y, luego de varios desvíos, estacionan en el patio trasero donde están los escombros de la obra. Pero, a veces, los boxes de desechos se llenan en dos o tres horas y entonces regresan igual cantidad de camiones con contenedores vacíos y se llevan las cajas de basura a reventar de desperdicios.

»No todas las semanas siguieron iguales, debido a que la cuantía de escombros y la basura se hallaban en un volumen mucho menor. Entonces los camiones, comenzaron su intervención en forma más espaciada, no diariamente como al comienzo de la demolición. Tenemos todo filmado y, por supuesto, registradas las matrículas de todos los camiones o camionetas que ingresaron y salieron del presidio.

—¿Y su gente cómo requisa?

—A la entrada y a la salida; tanto que los camiones estuvieran llenos o vacíos, el método era el mismo. Los camiones quedan “atrapados” entre el primer y segundo portón. Los rodados entran y salen en caravana para mantener abiertos los portones el menor tiempo posible. Además, hacemos bajar a los choferes para revisar sus cabinas.

—Muy bien, jefe. Eso me gustó. ¿Y qué más?

—Luego, dos guardias de mi equipo se ponen uno a cada lado de un camión. Cada guardia utiliza un espejo cóncavo de treinta centímetros de diámetro con un mango de dos metros en el extremo. Lo mueven entre el piso y la parte de abajo del camión, revisando la zona inferior del vehículo, de punta a punta. Esto incluye las ruedas, guardabarros y el chasis completo, por si alguien hubiera tenido la intensión de ocultarse debajo del vehículo. Con ese espejo, lo detectamos inmediatamente —explicó el Jefe de Custodia.

—¿Y arriba?

—Por arriba del camión y los vertederos, tenemos una batería de cámaras que están filmando en todos los ángulos y además el ojo humano, a través de los francotiradores que están apostados en sus cabinas elevadas y pueden observar cualquier movimiento. Imposible no ver o detectar un movimiento anormal. ¡Imposible!

—¡Imposible un carajo! —gritó enfurecido el Capitán—. Fue posible. ¡Recontra posible! Porque el famoso Charly les pasó a todos por delante, por delante de sus chingadas narices, y nadie pudo ver nada. ¡La madre que me parió! ¿Cómo putas hizo para escaparse sin que ustedes vieran o detectaran nada? Con toda la parafernalia tecnológica que tenemos y personal entrenado. ¿Me lo puede explicar, jefe...? ¿Sabe por qué le pregunto, jefe?

—No, Capitán.

—Porque cuando le explique al Gobernador lo que usted me acaba de decir, rodará mi cabeza por el piso y atrás mío vienen la suya y las del resto. ¿Lo entiende ahora?

—Lo siento, Capitán. Veo la gravedad de la situación.

—¿Gravedad...? ¡Esto es catastrófico!

—Sí, Capitán. Asimilo la crisis que se nos viene.

—La cuestión es que el famoso Charly ya no está con nosotros. Y por culpa de eso, el Gobernador pide que me aten en la plaza de la ciudad y me prendan fuego. Y mientras, ustedes irán haciendo cola detrás de mí para que siga la fogata… de uno en uno. ¿Lo capta, jefe?—Así que manga de imbéciles, no me vengan con “imposible”. Intuyo que recibió ayuda de Tom Cruise y se escaparon juntos. Entonces, la fuga se convirtió en “posible”.

Al promediar la tarde, la comisión de crisis de investigación, comandada por el Capitán, iba procesando exiguos hallazgos y las primeras conclusiones.

—García, hágame un resumen. ¿Qué tenemos investigado hasta esta hora?

—Sí, Capitán. Hemos analizado que, en la última semana, el control de ingreso de camiones siempre fue ejecutado con los métodos precisos habituales. En ningún momento se vio una escena anormal. Eso lo chequeamos verificando, tanto las cámaras de ingreso, como las del fondo de la calle interna. —Sin embargo, detectamos una cuestión sorprendente.

—¿De qué se trata, García? ¿Es una buena o mala noticia? —entusiasmado, al Capitán le surgió una leve sonrisa en su cara de bulldog—. No se ande con vueltas y dígalo ya.

—Pues hemos chequeado las tres cámaras del patio del fondo donde se ubican los volquetes y lo que aconteció resultó increíble, pero sucedió.

—Vaya al grano, García.

—Las cámaras 68 y 69 están por encima de la hilera de las seis cajas aliviadoras de escombro que allí depositan cada día. Las filmaciones que verificamos no ofrecen nitidez, apenas se ven, están borrosas, por lo tanto, todas esas filmaciones aéreas están inservibles. No nos permiten ver o detectar una imagen nítida. Bah, en realidad, como si les hubieran “tapado” la lente.

—¿Qué dice, García? No logro entenderlo bien —sarcástico, el Capitán reinició la metamorfosis de escupir en todas las palabras que emitía por sus labios—.¡Quiero saber quién saboteó las cámaras! ¡Son todos unos chingones come mierda! Quiero a los culpables aquí. Ya mismo. ¡Ahora!

—Con todo respeto, Capitán, nada de eso ocurrió. Cruzamos la filmación con la unidad número 70, que es la otra cámara que existe en el patio, y allí la filmación es nítida. Además, con esa cámara vimos el enfoque desde otro ángulo y detectamos el motivo de porqué las unidades 68 y 69 están borrosas.

—Dígalo de una cojonuda vez, García, que me va a dar un infarto.

—Las cámaras ostentan una lente auto limpiante, pero en la madrugada baja la temperatura. A la mañana, con los primeros rayos de sol, la lente, todavía fría, se condensa y, cuando los obreros tiran los escombros a través de las mangas de descarga, el material cae al basurero y levanta polvo, una pequeña nube de polvo. Ese polvillo se pega al lente como una manada de pulgas a un perro. Y eso es lo que ocurrió. Ningún sabotaje. Fue un hecho fortuito. Igual que la cámara 70 que también filmó borroso, pero en menor medida. Aparentemente, esta mañana hubo menos polvillo en suspensión contiguo a ésta última cámara —concluyó García.

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