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Diez años después del asentamiento isabelino, la Iglesia de Inglaterra se encontraba en mal estado. En primer lugar, por causa de la falta de dinero. Las depredaciones reales y aristocráticas en la época de la Reforma habían hecho que los fondos para sostener a la Iglesia fueran tan bajos que era imposible darle sustento económico a un pastor titular. Además de eso, había falta de hombres. Las persecuciones de la reina María habían acabado con los protestantes convencidos; el Juramento de Lealtad impuesto por la reina Isabel había arrasado con los papistas convencidos; y la mayoría de los clérigos que quedaban eran hombres con capacidades muy pobres y sin convicciones claras. Se sabía que muchos de ellos llevaban una vida inmoral. Las necesidades económicas de la iglesia eran solventadas por una pluralidad de extranjeros, y los artesanos sin ninguna preparación ministerial eran ordenados al ministerio, a falta de alguien mejor, de manera que ellos únicamente leían los servicios del domingo, y durante la semana continuaban con sus oficios y sus negocios. Por esa razón, muchas iglesias permanecieron muchos años sin que se predicara un solo sermón. Ni siquiera los obispos isabelinos podían atraer al ministerio a suficientes jóvenes universitarios que ayudaran a solucionar esta podredumbre.
La ignorancia del clero rural de mediados del siglo XVI se puede juzgar a partir de los registros de la investigación del obispo Hooper sobre las condiciones en su diócesis en 1551. A esos ministros se les hicieron las siguientes preguntas:
1. ¿Cuántos mandamientos hay?
2. ¿En dónde se encuentran?
3. Repítelos.
4. ¿Cuáles son los artículos de la fe cristiana?
5. Compruébalos a través de las Escrituras.
6. Repite la oración del Padre nuestro.
7. ¿Quién nos enseñó esa oración y cómo lo sabemos?
8. ¿En dónde se encuentra esa oración?
De 311 ministros examinados, sólo 50 pudieron responder a todas las preguntas, 19 de ellos respondieron de una manera mediocre, 10 de ellos no se sabían el Padre nuestro, y 8 personas no respondieron a ninguna de las preguntas. 70
Entre los años 1551 y 1570 no ocurrió nada que mejorara esa situación; sino todo lo contrario, porque como ya hemos visto, los hombres más capacitados, tanto del lado de los protestantes como del lado de los papistas, habían sido erradicados. Los únicos protagonistas competentes de la religión reformada en Inglaterra fueron los exiliados del reinado de María que regresaron, los cuales no se habían convertido en obispos ni decanos, y prácticamente todos se habían establecido en las universidades (Oxford y Cambridge) o en Londres. Y muy pocos regresaron para irse al campo. De manera que, debido a todos los cambios que ocurrieron en la religión de Inglaterra durante 20 años, era posible que la reforma doctrinal de la iglesia inglesa nunca hubiera ocurrido. En el tiempo de Eduardo VI, y también después del reinado de María, hubo algunos movimientos superficiales en dirección hacia el protestantismo en grandes sectores de la comunidad; pero para el año 1570 era evidente que esos cambios no eran nada menos que un movimiento antipapista violento. La religión de la justificación por la fe era prácticamente desconocida, y la superstición estaba extendida y arraigada entre las personas, tal como había sido en el siglo anterior. Aunque Inglaterra profesaba la religión protestante reformada y todas las personas asistían obedientemente a la iglesia los domingos (ya que era ilegal faltar a la iglesia), era una realidad que Inglaterra todavía no se había convertido.
En febrero de 1570, Edward Dering, un célebre líder puritano que predicaba ante Isabel, le habló claramente sobre este asunto.
Primero quisiera centrar su atención en sus prebendas, observe que algunas de ellas son profanadas con negociaciones, otras con reparticiones, otras son acumuladas como pensiones, otras son privadas de sus comodidades (…) Observe (…) a sus patrocinadores. Y he ahí, muchos están vendiendo sus prebendas, otros las están subcontratando, algunos las guardan para sus hijos, otros se las dan a los niños, unos las utilizan para el servicio de los hombres, y muy pocos las aprovechan para buscar pastores preparados (…) Observe a sus ministros, hay algunos de una ocupación, algunos de otra, algunos bravucones, algunos rufianes, algunos vendedores ambulantes, algunos cazadores, algunos jugadores y apostadores, algunos guías ciegos que no pueden ver, algunos perros mudos que no ladrarán…
Y, sin embargo, mientras se cometen todas estas prostituciones, usted, a quien Dios le pedirá cuentas de esto, permanece tranquila y despreocupada; dejando que los hombres hagan como mejor les parece. Debido a que todas esas cosas no afectan su propia comodidad, usted está contenta dejándolos hacer lo que quieren. 71
Lo que Dering lamentó no fue la falta de ecos de Ginebra en la Iglesia de Inglaterra, sino la situación pastoral terriblemente estéril junto con el hecho de que Isabel se negara a hacer algo al respecto. En 1571, Cox escribió el siguiente testimonio de ella: «Tiene la costumbre de escuchar con la mayor paciencia los discursos amargos e hirientes;» 72y ella ciertamente se negó a dejar que las denuncias de Dering sacudieran su pasividad. La única reacción que el sermón logró en ella fue que a él se le suspendiera el permiso para predicar.
No es fácil visualizar lo que Isabel pudo haber hecho para mejorar esa situación, incluso si hubiera tenido la disposición de hacer algo; pero la realidad es que ella no quería hacer nada. Por razones políticas, ella deseaba que el clero estuviera constituido por hombres poco distinguidos, sin iniciativa, que se limitaran a seguir la corriente. Sin embargo, aquellos que estaban en busca de la conversión de Inglaterra y de la gloria de Dios en la Iglesia inglesa, no pudieron quedarse quietos igual que ella. Pero, ¿qué se requería de ellos para que alcanzaran ese avivamiento espiritual que estaban buscando? ¿Qué era lo que tenían que hacer? ¿Cuál debía ser su estrategia? Ante esas preguntas podríamos dar diferentes respuestas.
Algunos de ellos, guiados por los veteranos que habían sido exiliados por María, ya estaban haciendo campañas para remover cuatro ceremonias del Libro de oración : el sobrepelliz de los clérigos, el anillo de bodas, la práctica de marcar una cruz en la frente antes del bautismo, y la obligación de arrodillarse en la santa comunión. La objeción que ellos presentaron era que, además de la falta de aprobación de las Escrituras, esas prácticas parecían apoyar las supersticiones medievales que afirmaban que los clérigos eran sacerdotes mediadores, que el matrimonio era un sacramento, que el bautismo era mágico, y que la transubstanciación era real. Se pensaba que, si estas cosas eran quitadas, Dios sería honrado y el cristianismo básico sería apreciado mucho más.
Más adelante, en 1570, tras la destitución de Thomas Cartwright, quien tenía el título «Lady Margaret Professor of Divinity» por parte de Cambridge University, el cual fue destituido por abogar a favor del presbiterianismo en sus enseñanzas acerca del libro de los Hechos, se despertó una inquietud por «presbiterianizar» radicalmente a toda la Iglesia isabelina de Inglaterra por medio de las promulgaciones parlamentarias. Entonces, los hombres jóvenes comenzaron a liderar, y se hicieron muy evidentes la rigidez teórica y la arrogancia argumentativa, que generalmente aparecen cuando los revolucionarios juveniles están determinados a realizar algo. La famosa «Admonición al Parlamento» de John Field y Thomas Wilcocks, (que hizo que sus autores se ganaran un año en prisión) era el manifiesto de este movimiento. Ya que, también en ese escrito se insinuaba la idea de que, a través de algunos cambios, el honor de Dios y la piedad de los ingleses serían favorecidos. Edwin Sandys, arzobispo de York, había sido uno de los exiliados del reinado de María, y siempre fue un protestante valeroso, sin embargo, él veía a los agitadores presbiterianos con cierto escepticismo. En 1573, le escribió a Bullinger en Zúrich:
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