Cristián Santibáñez - Emociones, argumentación y argumentos

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¿Por qué ha persistido está división entre razón y emociones por tanto tiempo? ¿Por qué intuimos que hay una separación? No hay respuesta a las preguntas, pero sí cómo las emociones juegan un papel clave en distintas dimensiones.
CRISTIÁN SANTIBÁÑEZ es sociólogo (1999) y máster en Lingüística (2001) por la Universidad de Concepción, Chile. Obtuvo su Ph.D. (2005) en la Universidad de Houston, EE.UU., y realizó una pasantía postdoctoral en la Universidad de Ámsterdam (2009), Países Bajos. Desarrolla su investigación en teoría de la argumentación, psicología del razonamiento, epistemología y cognición. Ha sido profesor visitante en las universidades de Buenos Aires (Argentina), del Valle (Colombia), EAFIT (Colombia), Granada (España), Lugano (Suiza), Michigan Technological (EE.UU.), San Marcos (Perú), Tucumán (Argentina), UNED (España), Windsor (Canadá).

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2. DE LA CONTRADICCIÓN SOCIAL A LA CONTRADICCIÓN INTRAPSÍQUICA: EL DESARROLLO DE LA EMOCIÓN

De la definición general que la enciclopedia entrega, partamos por considerar que la emoción se instancia en episodios. La pregunta específica en relación con lo anterior que nos interesa responder en esta sección es ¿qué gatilla esos episodios? La respuesta que se escoge proviene de una visión sociocultural y del desarrollo. Nótese que este aire explicativo encajará bien en el contexto muchas veces tenso de un intercambio argumentativo.

Siguiendo la teoría de las emociones de Vygotsky, algunos autores (Muller, 2017; Veresov, 2017) apuntan con precisión que los estados emocionales se experimentan primariamente de forma colectiva, esto es, como un desarrollo psicológico determinado por nuestros contactos con los demás. En nomenclatura algo técnica, nuestro desarrollo psicológico emocional es, en nuestros primeros años de vida, interpsíquico, y luego con el transcurso del tiempo tenemos cierta consciencia intrapsíquica de nuestras emociones o, mejor dicho, de nuestras experiencias emocionales. El énfasis en este acercamiento es que, siendo niños, el entorno se refracta en nuestra experiencia emocional. En tanto función mental, la emoción es más bien resultado de un desarrollo social.

Con cierto alcance anecdótico, pero que resulta del todo coherente en cómo de hecho escribimos nuestros avances reflexivos, Veresov (2017, p. 241) indica que Vygotski estaba influenciado por el lenguaje artístico ruso de comienzos del siglo XX, particularmente teatral, que concebía la experiencia estética como un conflicto dramático. Tomando prestado de este contexto léxico algunos conceptos, la aproximación sociocultural a las emociones enfatiza que la experiencia emocional, en las relaciones sociales, genera un acontecimiento dramático, sobre todo cuando nace de un conflicto personal. Experimentar un drama social (esto es, un conflicto importante) deja una huella que la convierte en una categoría intrapsicológica individual.

Lo más importante, para nuestros propósitos, es que bajo este paraguas teórico el conflicto (psicológico) interno pone en marcha todas las funciones mentales superiores: la memoria (“he dicho algo con demasiada pasión”), las emociones (“Estoy avergonzado de este comportamiento ofensivo”), el pensamiento (“tengo que reflexionar al respecto y no repetir este comportamiento”), y la voluntad (“no tengo que volver a actuar así”). Como se observa del recorrido por las funciones a través del ejemplo entre los paréntesis, este cuadro no es en absoluto ajeno a algunos de los tipos de diálogos (Walton y Krabbe, 1995) argumentativos, que genera, en la dimensión psicológica, un cambio de actitud o comportamiento, y en la dimensión argumentativa, un cambio de posición, creencia o punto de vista. El hecho contradictorio social se repite en el modelamiento mental del conflicto, desagregándolo analíticamente en partes (las funciones mentales superiores) para disponer de un cambio conductual, reflexivo y emocional.

Ciertamente el dominio metafórico que proyecta la entrada drama puede sonar exagerado para efectos de entender todas las experiencias emocionales, lo que obliga a pensar el término en una gradiente de intensidad, tal como el género drama en el lenguaje teatral se compone, al menos, de comedias y tragedias. No se trata de que todo conflicto, contradicción, cause una experiencia emocional negativa, sino tan solo se trata aquí de recordar que genera una experiencia emocional importante que tiende a cubrir muchas interacciones de nuestras vidas en las que se rememora, automática o reflexiva, una huella que va acomodándose.

3. ¿Y QUÉ NOS DICE LA TEORÍA DE LA ARGUMENTACIÓN?

Lo recién discutido nos ayuda en dos sentidos: primero sitúa el cambio de las funciones mentales superiores en clave sociocultural, vale decir, determinadas por el colectivo; y, en segundo lugar, que ellas, o al menos las emociones y la capacidad reflexiva, requieren el conflicto para un cambio, una revisión. ¿No suena familiar esta explicación a los cultores de la teoría de la argumentación? Esta pregunta retórica solo es un indicio que muestra que entre la práctica argumentativa y el componente emocional hay una continuidad, digámoslo con cierto riesgo, genética, esto es, de origen. Esto último, sin duda, abona a la aproximación que Gilbert tiene de la argumentación. Para hacer justicia a, no obstante, parte de lo que se ha pensado en la teoría de la argumentación sobre las emociones, en esta subsección 2 se resumen solo algunos tratamientos de lo emocional en lo argumentativo.

3.1. Panorama habitual2

Entre los investigadores de la argumentación siempre ha habido consciencia de la importancia de la emoción cuando se argumenta. Cuando se revisan los índices analíticos de los libros, la entrada emoción muchas veces aparece. Pero, en general, esta consciencia de su importancia no ha traspasado algo que cabría de catalogar simplemente como un gesto de buenas maneras académica. No ha habido un tratamiento detallado, actualizado ni transdisciplinario para beneficio de la teoría de la argumentación. Descontadas ciertas excepciones, que a continuación discutimos, la dimensión está aún abierta a la suma de datos e ideas.

Comenzando por el peso de la tradición, discutiendo, o más bien aconsejando, sobre las causas respecto de las que un orador es digno de crédito, y por tanto muy susceptible de influenciar las decisiones de otros, Aristóteles en su Retórica (1378a) dedica una sugestiva mirada sobre las emociones: “Y es que los sentimientos de los que se derivan dolor y placer, como la ira, la piedad y otros por el estilo, así como sus contrarios, los que, con sus cambios, afectan las decisiones. Y es necesario distinguir en cada uno tres condiciones: en la ira, por ejemplo, en qué situación se encuentran los airados, contra quiénes acostumbran a encolerizarse y por qué motivos, pues si se diera una o dos de ellas, pero no todas, sería imposible provocar la ira. De modo similar ocurre con los demás sentimientos.”3 Un primer comentario, casi obligado, y en el que toda la literatura estándar de la argumentación repara, es que Aristóteles ve que las emociones son algo que está al servicio de la tarea del convencer, que un orador —hábil— puede hacer uso de ellas en su discurso, que las emociones vienen en grados, determinadas por el contexto, por las características y motivos de quienes las padecen y por quienes la usan. Como Walton (1997, p. 48) apuntó muy bien, Aristóteles no vio el uso de las emociones como un comportamiento necesariamente falaz que limitara el pensamiento crítico.

La discusión en torno al tratamiento de las emociones y/o pasiones (sentimientos, afectos) en Aristóteles es muy vasta y con las complicaciones de interpretaciones que los eruditos avanzan. Un estudio acabado y muy claro es el realizado por Luz Cárdenas (2011), quien trata precisamente el vínculo entre la dimensión retórica, las pasiones y la persuasión en Aristóteles. Por ejemplo, la autora, que dedica todo el capítulo 4 a las emociones, en relación con el vínculo entre opinión y emociones en Aristóteles, indica:

La indicación inicial de Aristóteles…, al comienzo del libro II sobre el efecto que producen las emociones sobre los juicios, no es suficiente para reconocer en la emoción un elemento cognoscitivo, esto solo aparece con el análisis que se hace de cada una de ellas, cuando se afirma que tienen objetos y motivos. Aristóteles no concibe las emociones como simples impulsos que empujan a un hombre a llevar a cabo una acción, por ejemplo, a un hombre cualquiera que está airado siempre se le puede preguntar si su ira es razonable. La idea de la cognición vinculada con la emoción ya estaba presente en los debates de la Academia de Platón, pero fue Aristóteles quien determinó que la cognición es causa eficiente y esencial de la emoción; esto se comprueba cuando se observa la manera en que define cada emoción individual. Esto constituye un valioso aporte para la psicología filosófica, para la teoría retórica y para la ética, pues las respuestas emocionales pueden ser, así, acciones inteligentes y razonables. Cuando un orador demuestra que el peligro es inminente, despierta el miedo en la audiencia, lo que lo conduce a concebirlo como una amenaza y, en consecuencia, en pensar en su propia seguridad, de esta manera lo hace deliberar. Estos son argumentos razonados, no simples encantamientos… es así que, como para Aristóteles, el hombre virtuoso es quien está bien dispuesto a una respuesta emocional. (Cárdenas, 2011, p. 121).

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