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Secretaría General
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Rectoría del Centro Universitario
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Coordinación del Corporativo
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Dirección de la Editorial Universitaria
Sayri Karp Mitastein
Primera edición electrónica en español, 2018
Coodinadores
Fernando Miguel Leal Carretero, Carlos Fernando Ramírez González y Víctor Manuel Favila Vega
Textos
© Michael Alan Gilbert, Juan Carlos Pereda Failache, Timothy J. van Gelder, Paul Monk, Claudia María Álvarez Ortiz y Fernando Miguel Leal Carretero
Traducción
© Fernando Leal Carretero, Federico Marulanda Rey y Natalia Luna Luna
Coordinación de producción
Sol Ortega Ruelas
Cuidado editorial
Juan Felipe Cobián
Diagramación y diseño
Pablo Ontiveros
D.R. © 2018, Universidad de Guadalajara
Editorial Universitaria
José Bonifacio Andrada 2679
Colonia Lomas de Guevara
44657 Guadalajara, Jalisco
www.editorial.udg.mx
01 800 UDG LIBRO
ISBN 978 607 547 306 2
Noviembre de 2018
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Hecho en México
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Índice
Prefacio
PARTE I Panorama Histórico
1 Breve historia de la teoría de la argumentación
PARTE II Dos propuestas teóricas
Nota preliminar
2 La argumentación en cuanto práctica
3 ¿Qué es un argumento emocional?, o ¿por qué los teóricos de la argumentación disputan con sus parejas?
4 Argumentación multimodal
PARTE III La técnica de mapeo de argumentos
Nota preliminar
5 Enseñar a pensar críticamente. Algunas lecciones de la ciencia cognitiva
6 Cómo aumentar nuestra comprensión de los argumentos complejos
7 ¿El estudio de la Filosofía mejora las habilidades de pensamiento crítico?
Prefacio
Hay muchas razones para estar insatisfechos y aun por momentos desesperados con respecto a las habilidades para leer y escribir que presentan los de por sí pocos mexicanos que acceden a la educación media superior y superior, por no decir los poquísimos que se gradúan e incluso emprenden estudios de posgrado. Con mucha frecuencia escuchamos los lamentos acerca de la falta de comprensión de textos leídos, así como de los errores de ortografía, puntuación y en general redacción de los textos escritos por ellos. Con todo, una de las fallas más profundas y de mayores consecuencias, pero a la vez de las menos claramente percibidas
y conceptualizadas, es la de la capacidad de razonar y argumentar.
Suele distinguirse entre tres grandes tipos de texto: narrativos, descriptivos y argumentativos. Aunque la distinción es gruesa, es una buena distinción. Partiendo de ella, habría que decir que es sin duda importante que los jóvenes estén en posición de comprender y construir textos narrativos y descriptivos; pero lo que con frecuencia olvidamos es que desde el punto de vista de una educación académica seria los textos narrativos y descriptivos son instrumentos necesarios, pero no suficientes, para las argumentaciones. No basta que nuestros jóvenes cuenten historias y describan situaciones; tales narraciones y descripciones son en parte el material para hacer argumentaciones, y en parte requieren de argumentación para construirse bien. Cuando decimos que una narrativa tiene “agujeros” o que una descripción es caótica, lo que queremos decir es que les subyace una argumentación defectuosa.
Argumentar es la operación mental y comunicativa que más se necesita en todas las ocupaciones y profesiones. Lo que queremos de nuestros médicos, abogados, ingenieros, historiadores, matemáticos, economistas, filósofos, arquitectos, psicólogos, administradores, etcétera, es que razonen, que piensen por sí mismos, que piensen productivamente, es decir que, no importa cuál sea el problema que se presente y que les toque resolver, estén en posición de plantear premisas y a partir de ellas sacar conclusiones de acuerdo con reglas sólidas y robustas que excluyan en la medida posible falsedades, fraudes y falacias. Queremos que argumenten, que argumenten mucho y bien. Queremos también que entiendan las argumentaciones que se les presenten, y sepan distinguir cuándo son válidas y cuándo no.
La argumentación, el razonamiento, el pensamiento productivo son el corazón de la actividad de cualquier profesionista. Sin embargo, basta plantear la pregunta de si ocupa en nuestros programas y currícula el lugar que le corresponde para responderla y responderla negativamente. El sistema educativo construido penosamente en la cultura occidental por Carlomagno sobre la base de la tradición grecolatina preveía la enseñanza sistemática de la gramática, la lógica y la retórica como la base de la educación.
La gramática era concebida como el arte de leer y escribir correctamente y con conocimiento de causa sobre las estructuras del lenguaje; la lógica era concebida como el arte de utilizar la lectura y la escritura para comprender y construir argumentos válidos así como reconocer, evitar y rechazar los argumentos inválidos; la retórica era concebida como el arte de utilizar gramática y lógica a fin de construir argumentaciones y unirlas a narrativas y descripciones de manera de convencer y persuadir a otros. Eran las tres concebidas como una jerarquía progresiva que tenía que ser aprendida a lo largo de muchos años con innumerables ejercicios, dedicación y disciplina. Al igual que hoy, eran pocos los que accedían a este largo aprendizaje y aun menos los que lo terminaban con éxito. Hoy día siguen siendo pocos los que entran y menos los que terminan; la diferencia estriba en que es posible pasar por las aulas y graduarse sin tener ningún dominio serio de esas artes.
La retórica desapareció de nuestros programas de estudio hace mucho tiempo; la extinción de la gramática es de cuño más reciente, pero ya se notan los estragos que ha producido; en cuanto a la lógica, su lugar en la educación media superior —de suyo monopolizado muchas veces por el aprendizaje mecánico de símbolos y fórmulas sin atención al análisis de argumentos reales— ya ha sido puesto en la mira por nuestros burócratas de la educación, empeñados a lo que parece en destruir también este último bastión de cordura y racionalidad. Tal pareciera que nos hemos propuesto acabar con las bases mismas del sistema educativo sin el cual los enormes logros culturales de Occidente son inimaginables. Somos como los herederos de una inmensa fortuna que hemos dilapidado completamente, sin saber muy bien cómo ocurrió el desastre.
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