—No, todavía no. Aún estás a tiempo de impedirlo —respondió Ptolomeo.
—He de hablar con las falanges, convócalas.
Los infantes todavía se hallaban en el palacio, y los que no estaban entraron, inundando los cinco patios, esperando las palabras que les dirigiría el nuevo rey. Filipo estaba tan débil que se deshizo del pesado manto de Alejandro, y pidió ser sostenido por dos eunucos para poderse dirigir de pie a los soldados. Como su voz era frágil, las palabras eran repetidas por varios voceros repartidos por el palacio.
—Si yo soy vuestro rey y vosotros mis infantes, oíd cual es mi voluntad sin que nadie ponga en mi boca palabras que inciten el odio —les dijo callando luego unos instantes para que su mensaje llegase en cadena hasta los cinco patios—. No debéis matar a Pérdicas ni a sus hombres, ni mucho menos salir de aquí enfadados con aquellos que ayer llamabais hetairos. ¿Veis esta diadema? —se desató la banda de la frente y se la mostró a los soldados con las dos manos—. Se la ofrezco a aquel que se juzgue más digno de ella.
Se hizo el silencio. Bagoas miró a Ptolomeo conteniendo la respiración, pero el general estaba paralizado por los acontecimientos.
Se oyó a lo lejos, en el parque donde se guardaban los elefantes, y que estaba a diez estadios del palacio, el barritar de las bestias. Ptolomeo supo entonces que muchos de aquellos hombres llenarían las salas del inframundo, las bestias lo anunciaban con estruendo. Se llevó las manos a sus ojos, y huyó de allí, tenía que hablar con Pérdicas y mediar para evitar una guerra civil entre ellos.
Al día siguiente Ptolomeo se reunió con Pérdicas en la tienda militar que ahora usaba como cuartel general y que antes había sido de Alejandro. Su osadía por imitar al difunto rey era tal, que se rodeaba de pajes aspirantes a generales, como lo hizo un día el rey macedonio; incluso contaba con un joven copero, un cargo con el que Alejandro acostumbraba a distinguir a sus favoritos.
—Bien —le dijo Pérdicas después de escuchar a Ptolomeo rogándole que no iniciase una guerra entre macedonios—. ¿Filipo Arrideo quiere la paz? Pues será cara. Purificaremos al ejército al modo macedonio.
Ptolomeo tembló. Sabía lo que significaba: la vieja purificación con sacrificios humanos. Todos los soldados la conocían, pero no se aplicaba en Macedonia desde hacía muchos años. Cada vez estaba más convencido de que los partidarios de Filipo Arrideo morirían. Alejandro así se lo había comunicado, era un dios con el don profético.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.