Tanto en la Independencia como en la época de Portales y los gobiernos conservadores la lucha fue, a decir de Jaime Eyzaguirre, «una reyerta de caballeros» que defendían los mismos intereses y en torno a quienes se agruparían las distintas facciones. Y si bien es cierto que no tenían mayores diferencias ideológicas, «echarían la simiente de rivalidades sangrientas»9. Serían precisamente esas rivalidades las que determinarían la evolución política del país, especialmente después de la guerra civil de 1830.
Acercarse a esta época implica acercarse también a la figura de Diego Portales, uno de los hombres más estudiados, enjuiciados y reinterpretados de toda nuestra historia. Su acción fue decisiva en la construcción o reconstrucción política de la nación. Fueron tiempos convulsos, de pasiones y odios implacables, por lo que terminó asesinado cerca de Quillota en el año 1837.
A pesar de lo anterior, cuando se consiguió una relativa tranquilidad política y la economía empezó a recuperarse de las guerras independentistas, comenzó una época fecunda y productiva. Porque del mismo grupo gobernante surgió también el interés por conocer nuestro pasado y nuestras costumbres, recopilando información sobre este nuevo país al que se quería dar identidad. Aparecerán hombres notables, influidos por las corrientes liberales europeas, que pensarán nuevos temas, contribuyendo a una apertura cultural muy significativa. Fue así como se crearon sólidas instituciones, que tendieron a modernizar nuestra cultura nacional. La fundación de la Universidad de Chile es un buen ejemplo de ello.
Andrés Bello, Mariano Egaña, Manuel Montt, Antonio Varas, Francisco Bilbao, Claudio Gay, Ignacio Domeyko, entre muchos otros, fueron parte fundamental de este cambio.
Javiera Carrera fue testigo de todo lo anterior. Y fue mucho más que la hija de, la hermana de o la revolucionaria que bailó la resbalosa. Fue un símbolo del «carrerismo» y del destierro, destacando por su resolución, su valentía y la forma en que desplegó sus propias estrategias para contribuir al proceso de independencia. «Pocos nombres femeninos de la historia americana están envueltos en una atmósfera de gloria y desgracia semejante al de Javiera Carrera», ha dicho Vicente Grez10. Y es cierto.
La historia de Javiera Carrera no fue la única. Representa la de otras mujeres del período que quedaron solas y desorientadas, teniendo que asumir un doble rol de la noche a la mañana. Porque a diferencia de los hombres, las mujeres que se involucraron debieron lidiar con la reclusión en conventos o con el destierro. Era la forma de eliminarlas de la escena, desarraigándolas de sus espacios para que quedaran incapacitadas de ejercer su influencia ni contribuir en nada. Por lo mismo, después de este período la mujer quedó relegada a la esfera privada, y tendrían que pasar algunas décadas para que volviera a aparecer en el escenario nacional. Javiera Carrera representó justamente todo eso.
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Las fuentes utilizadas para reconstruir esta historia han sido principalmente testimoniales. Cartas, escritos y memorias de protagonistas o testigos del período resultan fundamentales para conocer a Javiera y la época en que vivió. Ella escribió muchas cartas, elocuentes y precisas, que dan a conocer a una mujer inteligente, decidida y orgullosa. Algunas más cotidianas y familiares, otras más sufridas y desesperadas, todas necesarias para acercarse a su vida y a su mundo. Después de todo, en la correspondencia femenina caben muchas cosas, develándose una intimidad que es muy valiosa y estimulante para el historiador. Javiera en sus cartas da órdenes e instrucciones precisas, critica, se queja, pide respuestas. «Es una dicción precisa sostenida, palpitante y, sobre todo, llena de calurosa espontaneidad, sin rodeos de engaño ni esos mil artificios de estilo y de hechiceros y mentiras que son el arte epistolar de las mujeres», ha dicho Benjamín Vicuña Mackenna11.
Asimismo, trabajos históricos como los de Vicuña Mackenna, los hermanos Amunátegui, Diego Barros Arana, Federico Errázuriz y tantos otros han sido más que primordiales para narrar esta historia. Diversas investigaciones contemporáneas también han sido fundamentales para contextualizar y entregar datos concretos sobre el período de estudio.
Con el objeto de ahorrar citas a pie de página es preciso aclarar que las cartas de Javiera fueron extraídas de la Revista Chilena de Historia y Geografía12; las de José Miguel, de su Diario Militar13; las de Bernardo O’Higgins y Diego Portales, de sus respectivos epistolarios14. A no ser que se especifique lo contrario, al citarse a Francisco Antonio Encina la referencia proviene de su Historia de Chile15, lo mismo Barros Arana16. Con Orrego Vicuña17, Maria Graham18, Jaime Eyzaguirre19, Miguel Luis Amunátegui20, Domingo Santa María21, Ricardo Donoso22, Federico Errázuriz23 y Vicente Pérez Rosales24 sucede igual.
Así, revisando cartas y memorias, investigaciones decimonónicas y contemporáneas, se presenta la vida de Javiera Carrera, una mujer fascinante y desconcertante a la vez, «que amaba el deber más que sus comodidades, la patria más que la familia, la gloria más que la seda y los encajes»25.
El rostro femenino de nuestra emancipación, o al menos uno de los más significativos. Su exilio y sus desgracias la hacen más enigmática e incomprendida todavía. «Era mucha hembra y su figura de heroína ha afincado en la leyenda a mejor título que la Quintrala colonial», afirma Orrego Vicuña.
Este libro es una invitación a desmitificar esa leyenda.
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