1 ...6 7 8 10 11 12 ...19 La chica suspendió la asignatura de Ernesto, el súbdito del Señor, al igual que el resto de la clase, salvo Alfonso y Laura, por lo que ni se molestó en ir a revisión. Las notas con Elena no estuvieron mal: un sobresaliente y un notable bajo. Estuvo a punto de preguntarle si el sobresaliente había sido merecido o por las tardes de café, pero lo dejó pasar, pues seguramente la pregunta la ofendería por poner en duda su profesionalidad.
Ese mismo día, el último en la facultad antes del verano, se volvió a encontrar al Señor en un sitio que se convertiría en el punto de encuentro «casual» en el curso siguiente: el aparcamiento de motos. Esta vez no se paró. Iba acompañado de Úrsula, una de sus empleadas. Sin embargo, sí le dedicó una frase:
—Nos vemos en septiembre. Estudia.
Comenzaba el verano, una rutina distinta formada por trabajo, más trabajo y estudio por la noche. No es que de camarera fuera a ganarse la vida, pero estos dos trabajos hacían que pudiera seguir manteniendo sus estudios en Málaga y, de vez en cuando, darse una escapadita. Raúl, por su parte, harto de verla esforzarse, le ofrecía ayuda económica para que no tuviera que estar tan asfixiada, pero el orgullo de la chica no podía permitírselo.
Era la época en la que más se veían. Prácticamente vivían juntos durante los tres meses. Una vida de casados independientes, pues salían a trabajar, con sus amigos y por la noche volvían a la casa para pasar la noche juntos o, simplemente, para amanecer juntos. Seguían con su relación, incomprendida por el mundo pero elegida y cómoda para ellos.
Los meses se les pasaron a ambos volando. Cuando la chica se dio cuenta, era septiembre y tenía que enfrentarse a dos exámenes, ambos del mismo departamento del Señor. Aun así, estaba convencida de que aprobaría. Había estudiado y preparado las asignaturas como ninguna otra hasta ahora. Raúl la acompañó. Estaba igual de nervioso que ella, sobre todo cuando, estando fuera, reconoció al Señor y vio que no solo merodeaba por su examen, sino también por el de su empleado en los días siguientes. Estaba buscándola.
Raúl no le quitaba ojo a aquel hombre mayor. Este no paraba de dar vueltas por la entrada del aula donde la chica estaba realizando el examen con su súbdito. Esperaba algo y se comenzaba a inquietar; no disimulaba los nervios, pensando que no estaba siendo visto. De repente, se abrió la puerta de la clase donde se estaba realizando la prueba. Era Ernesto. Sacó un par de folios para dárselos en mano a su jefe, al Señor.
—Acaba de entregármelo. Ni ha salido aún del aula.
—Perfecto, Ernesto. Muchas gracias y ya te informaré.
Ante esta situación, Raúl enmudeció y pasaron meses hasta que se lo contara a la chica, pues no quería inquietarla con dudas sobre si aquellos folios eran las hojas de su examen.
Justo cuando el Señor salía del hall sin dedicarle una mísera mirada a Raúl, indiferente a su presencia, salió la chica del examen con una sonrisa esplendorosa y dispuesta a comerse a besos a Raúl para agradecerle su espera allí.
—¿Qué tal, rubia? —Besó su frente.
—Muy bien. Tanto el del Señor como este los debo de tener aprobados. —Inocente seguridad sobre cómo su esfuerzo obtendría recompensa.
—Entonces, ¿a dónde vamos a celebrarlo?
—Para comenzar, a un buen sitio para comer.
—Perfecto. Sé un restaurante que te va a encantar.
—¿Te pasa algo? Te noto raro, cariño… —La chica lo percibía pensativo de más.
—Es mero aburrimiento. No me gusta tu campus universitario ni la gente de él. Es todo muy aburrido —le dijo fingiendo una sonrisa picarona para no preocupar a la chica.
—Sácame de aquí. Necesito desconectar —dijo con un tono casi de súplica.
—Yo me encargo ahora —le dijo tras darle otro beso e intentar que se sintiera protegida y segura.
Camino al coche, y como siempre en el parking de la salida, se encontraron con el Señor.
—¿Cómo te ha salido el examen? —preguntó con tono amistoso a la chica.
—Bien, aunque la última palabra la tiene usted, como siempre.
El Señor sonrió tras unos segundos de silencio incómodo. No pudo evitar que los ojos se le fueran hacia a la chica, pero de una manera sensual, contemplándola de arriba abajo. En su visión global no estaba Raúl, que desde fuera contemplaba toda la situación y no pudo evitar intervenir.
—Hola. Yo soy Raúl, su novio —le dijo mientras le estrechaba la mano.
—¿Es usted alumno mío? —le dijo con tono de burla, pues sabía perfectamente la respuesta.
—No. —La sequedad con la que respondió era impropia de la caballerosidad de Raúl. Estaba incómodo. El Señor lo estaba notando y disfrutando.
—Suerte con las notas —le dijo a la chica, mirándola solo a ella.
Tras irse, Raúl no pudo evitar preguntar para confirmar de nuevo que era el mismo hombre que la había suspendido.
—Sí, el mismo —le afirmó la chica—. Pero dime, tontorrón, esa necesidad de marcar territorio.
—No he hecho eso. Simplemente me ha nacido presentarme —le dijo con una sonrisilla de compasión tras crear una situación incómoda.
—¿Como mi novio? —De repente, antes de subirse al coche, la chica se frenó en seco frente a él—. ¿Somos novios? —le preguntó de manera sarcástica, pero con miedo de la respuesta.
—No. Bueno, sí… No sé lo que somos —le contestó con voz temblorosa por no saber la respuesta—. Pero sí sé algo: para él lo somos.
—Entonces, aunque suspenda, por lo menos sacaré algo en claro de todo esto —le dijo mientras se dirigía, esta vez sí, a la puerta del copiloto.
—Rubia —le dijo mientras la seguía y le intentaba coger la mano—, disfrutemos de lo que somos y de lo que no. Una vez estemos los dos estables e independientes al completo, pensaremos en los demás. —Mirándola a los ojos, con las manos en sus mejillas y con esos ojos azules diciéndole más que esas palabras que salían de su boca, la chica no pudo evitar sonreírle y dejarlo pasar de nuevo.
Lejos de aquel restaurante al que se fueron a comer y sentado en su despacho estaba el Señor frente a los dos exámenes de la chica, decidiendo su nota. Ella nunca llegaría a saber la real, pero aquel mismo día sus exámenes estaban puntuados con un 4,8 y un 4,9. De nuevo le tocaría ir a revisión.
Las calificaciones se publicarían dos semanas más tarde. A la chica le cogió la noticia en su piso, con Cristina, con un plan de película, palomitas y pijamas. Todo se torcía al completo.
La chica rompió a llorar sin parar. Se sentó en el suelo, apoyando la espalda contra el sofá. Acababa de perder la beca, dado que solo se podía suspender una para solicitar la ayuda económica, y con ello posiblemente la oportunidad de poder comenzar el tercer curso de la carrera. Utilizaron la coherencia y pidió hora para las distintas revisiones. Ernesto le respondió de inmediato, citándola para dentro de dos días. Sin embargo, el Señor tardaría más de una semana en responder y citarla.
Al día siguiente la chica se vio con Alfonso y Elena para tomar café y contarles lo ocurrido, los suspensos. Elena no quiso comentar en un primer momento. Este hecho hizo dudar a la chica sobre si estaba metiendo la pata por contar el tema frente a ella de aquella manera, pues el estado de nervios e histeria le hacía medir poco sus palabras ante una compañera de profesión. Sin embargo, Alfonso le mostró su apoyo y ayuda de inmediato:
—No te preocupes. Hablaré con él —dijo con un tono de control de la situación y superioridad.
—No hagas nada. Lo que me faltaba ahora es ir de arrastrada.
—Todo el mundo necesita que le ayuden alguna vez, aunque sea un poquito. Déjame hacerlo. Te lo mereces —insistió Alfonso.
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