Ana Rocío Ramírez - El poder

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El Señor , un catedrático de renombre acostumbrado a tenerlo todo, tanto a las buenas como a las malas. Ella, la chica , una alumna del montón que había sido la elegida por su vulnerabilidad, entre otras cualidades.En esta novela descubrirás cómo el abuso de poder acaba degenerando en un acoso social, académico y sexual continuado, en un ámbito universitario encargado de proteger a su figura catedrática frente a una chica de carácter que no daba el perfil de víctima, pero si de guerrera.Los personajes y hechos retratados en esta novela son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

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Ella se había vestido como miles de veces él le había dicho que le encantaba: con una camisa suya y solo unas bragas de encaje fino de color negro y el pelo totalmente suelto. Estaba de pie, en mitad del salón, esperándolo y mirándolo a los ojos desde que entró por la puerta.

—Rubia, ¿qué es todo esto? —No podía dejar de mirar a su alrededor y sonreír, pues estaba cuidado cada mínimo detalle, hasta el colchón en mitad del salón.

—La semana pasada metí la pata. No esperaba que lo que yo sentía tú también lo hicieras. Me dio miedo oírlo de tu boca. Solo estaba acostumbrada a escucharlo en mi mente cuando te miro, te beso o simplemente te abrazo. Raúl, te quiero, y no te lo he dicho antes porque me dio miedo; no pensaba que la felicidad fuese tan real y sentida a tal extremo hasta que te conocí. —Acababa de entregarle todo, su corazón en bandeja. Por eso mismo agachó la mirada.

—Pero ¿miedo por qué, mi rubia? —le dijo mientras le levantaba la cara para mirarla a los ojos—. Hemos empezado algo sin comenzar, estamos sin estar, nos queremos sin decírnoslo, nos buscamos el uno al otro en cada momento, ambos sabemos de la necesidad del otro por estar juntos. Por esto mismo debemos…

—Ya sé. Dejarnos llevar y sobre todo llevarlo a nuestra manera. Pero me sentí mal cuando no te respondí, cuando sentí que esto se acababa y era por mi culpa.

—Aquí estamos. Quedémonos con esto y comencemos por el postre.

Tres segundos después estaban de pie, apoyados en la pared, dejando salir toda la tensión acumulada. De nuevo les sobraba ropa y les faltaban besos por darse.

Comenzaron así cuatro años de idas y venidas, de un año de estabilidad y seis meses sin dirigirse palabra. Se querían y se amaban, pero las circunstancias y las familias los separaron aún más. Principalmente la de él: se oponía por las diferencias sociales, mientras que la de la chica tardó años en saberlo, pues ya de por sí la relación no era buena y ella siempre sentía que no debía dar en casa explicación alguna de su vida privada.

Cabezones, orgullosos, celosos, directos y sinceros, sin duda alguna estaban hechos el uno para el otro, pero en otra etapa de sus vidas, como ellos mismos decían. Más adelante, cuando ninguna de sus vidas dependiera del control paternal, cuando pudieran ser ellos mismos en público como lo eran en la intimidad. De cinco años, estuvieron uno y medio siendo egoístas y pensando solo en la relación. El resto del tiempo se dejaron influenciar por las malas lenguas, los celos, los familiares y amigos entrometidos. Aun así, se veían una vez a la semana como mínimo para que el mundo se parara alrededor de ellos, para poder entregarse el uno al otro al desnudo y sin tapujos, para poder seguir amándose en silencio y siempre a escondidas.

5. SIEMPRE JUZGADOS

Y ahí seguían, años después, buscándose cuando los problemas les agobiaban, no podían dormir por las pesadillas o simplemente querían verse. Raúl pasó a la habitación de la chica. Cuando alzó la cabeza, se dio cuenta de que ella ya estaba en pijama y dormía con una de sus camisetas olvidadas de veces anteriores, algo que no pudo disimular que le había encantado comprobar.

—¿Qué te pasa, rubio? —le preguntó con un gesto de preocupación mientras le acariciaba la nuca, el cuello y los abdominales para relajarlo. Estaba totalmente tenso.

—La empresa se va a pique y creo que es por mi culpa. No estoy dando la talla como debiera. Siento que estoy descentrado.

—¿Por qué? ¿Has vuelto a discutir con tu padre?

—¿Cuándo no discuto con él? —lo repitió dos veces de manera irónica—. No para de decirme que soy el peor hijo que ha podido tener. Según él, no valgo ni para elegir una mujer de bien.

—Tu padre ya me mete hasta en vuestras discusiones. No tiene suficiente con que no estemos juntos por él.

—Tampoco estamos separados. —Aprovechó para guiñarle y robarle un beso.

—Descansa, cariño. Te noto agotado y mañana tienes reunión a primera hora.

Apagaron la luz y se fueron a dormir, ella apoyada en el pectoral de él y con las piernas entrelazadas mientras Raúl la abrazaba. Una postura muy romántica en la que duraban segundos. Ambos eran igual de nerviosos hasta durmiendo y siempre acababan de cualquier forma, dispersos sobre la cama y robándose las sábanas en época de frío. A la mañana siguiente, Cristina ya se había ido a clase cuando la chica se levantó a preparar el desayuno y llevarlo a la cama. Quedaron en verse para cenar y ponerse al día.

Tras despedirse con un par de achuchones, cada uno emprendió su camino hacia la rutina. La chica no se había dado cuenta de la hora, pero acababa de perderse la primera clase de Elena. Tendría que esperarse los veinte minutos del final y entrar de manera discreta, por si había suerte y no se había dado cuenta de su ausencia antes, como efectivamente ocurrió.

Las tardes en el café se repetían cada vez con más frecuencia. Es más, Elena hasta se atrevió un día a decirle a la chica, tras las clases y aprovechando que estaba sola:

—¿Te veo esta tarde? —le preguntó dándole un golpe en la cintura y dedicándole una sonrisa—. Le he dicho a Alfonso que os paséis sobre las ocho. Así puedo veros.

La chica se quedó muy cortada y se limitó a afirmar con la cabeza. A pesar de llevar semanas tomando café fuera de la facultad, en ningún momento el trato había sido diferente. Al contrario, la chica trataba a Elena de usted a pesar de que la propia profesora había mencionado en clase que se la tuteara sin problemas. Pero ella quería marcar distancia y dejar clara su postura de no aprovecharse de su buena relación fuera.

Camino al coche para volver a casa, pasaba la chica por el parking de motos cuando se encontró al Señor y este la paró con gesto preocupado:

—¿Cómo estás? ¿Cómo te va este cuatrimestre?

—Por ahora bien. Espero escapar mejor que el cuatrimestre anterior. Gracias por la preocupación. —Intentó proseguir.

—Espera —le dijo agarrándola por el brazo—. Tienes que tener cuidado. Te veo buena niña y por eso mismo quiero avisarte.

—¿Avisarme? ¿De qué? —Aprovechó para soltarse, pero ciertamente acababa de preocuparse al completo por aquella situación.

—De Elena. Es muy abierta con los alumnos. Esto acarrea muchas envidias y competencias entre los propios alumnos. Van a pensar mal por tu buena relación con ella.

—Pero mi relación con ella es cordial. Es más, nunca hemos hablado ni siquiera de sus clases.

—No seas inocente. Sabes de primera mano que pensarán mal. Solo te aconsejo que te alejes: no te va a venir bien. Únicamente puedo decirte eso hasta ahora. Es una compañera de trabajo y no puedo hablar más aunque quiera protegerte.

Se alejó de la chica mientras se ponía las gafas de sol, dejándola preocupada y pensativa al respecto. No cayó en reflexionar sobre cómo conocía esa relación ajena a la facultad. Tras unos minutos paralizada en mitad del parking, la chica siguió caminando hacia el coche y volvió a casa. Aquella tarde decidió no ir a tomar café. Tardaría cerca de semana y media en volver, por lo que Alfonso y Elena le preguntaron los motivos de su ausencia:

—Entre los estudios y que Raúl ha estado por aquí esta semana, pues no he tenido tiempo de quedar. —Justo al decir el nombre de Raúl se dio cuenta de que acababa de abrir la caja de Pandora y comenzó a intentar que lo olvidaran—. Pero contadme, ¿estáis los dos mejor con vuestros problemas? Ponedme al día.

—¿Tienes novio? —preguntó de inmediato Alfonso con cara de preocupación.

Ante el silencio de la chica por no saber qué responder a la pregunta —no eran novios, pero tampoco amigos «normales»—, Elena saltó a su rescate:

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