Dispuestos a alargar la tarde y quedarse a cenar, Alfonso y Elena llamaron al camarero para pedir. La chica aprovechó para excusarse con que había quedado para cenar y se le había hecho tarde. Tras levantarse, se despidió con un toque en el hombro, mientras que a Alfonso le dio dos besos y dinero para pagar su parte, cosa que rechazó, obligando a la chica a guardarlo. Mientras conducía camino al piso, no dejaba de pensar en la extraña situación de estar sentada en una cafetería fuera de la facultad junto a su profesora. Al llegar al piso se lo comentó a Cristina, que ante la cara de preocupación de su amiga no paraba de reírse.
—Yo no le encuentro la gracia, Cristina. Dime. —La chica se puso seria.
—Con lo poco que te gusta la gente que pelotea a los profesores y coges y te vas de cervezas con una. —Cristina no podía parar de burlarse.
—Pero yo no he peloteado en absoluto. Si no sabía ni qué decir. —Se sentía avergonzada sin tener claro el motivo.
—Si lo sé. Te conozco de sobra para saber que eres incapaz de pelotear incluso si necesitas aprobar, más que nada porque eres una borde de naturaleza.
—Gracias, cariño. Yo también te quiero.
—Te digo la verdad. Además, no te preocupa lo que repercuta en tu nota porque bien que me has dicho que la ves objetiva y, separando ambas cosas, porque ni siquiera habías notado que era amiga de Alfonso en clase.
—Ya sé lo que me vas a decir. Me preocupa que piensen que estoy peloteando cuando no es así. —Odiaba las versiones inventadas sobre su vida.
—Pero no puedes evitar que te sienten mal las injusticias y eso sería una. Sin embargo, te sientes mal porque ni tú misma lo ves bien. ¿O me equivoco?
—¿Hoy te has leído un libro de psicología o cómo va el tema? Cómo odio lo que me conoces.
—Te jodes. Venga, vamos a cenar, que encima vienes muerta de hambre.
Cristina se dirigió a la cocina riéndose sin parar; incluso ya dentro de ella se la seguía escuchando. Sabía que era una tontería lo que su amiga estaba pensando, pero que esta se preocuparía. Aun así, no estaba en la chica aceptar de buen grado las críticas falsas y sabía que si alguien los veía tomando café le caerían muchas. En aquel momento no sabía que sería el primero de muchos cafés y el comienzo de su madurez respecto al «qué dirán».
La chica se fue directa a la cama tras cenar, ya que al día siguiente le esperaba un buen madrugón y cuatro horas de clases seguidas con Elena. Ya en la cama, escuchó el timbre de la puerta. Extrañada, se levantó para que Cristina no abriera sola, pero era demasiado tarde: cuando salió al salón, Raúl ya estaba allí dentro, pidiendo hablar con ella. No pudo evitar agradecer en un leve susurro su presencia, pues esa noche no dormiría sola, sino abrazada a él.
Cinco años de relación de amor y odio. Ni podían estar juntos ni podían estar el uno sin el otro. Raúl, un chico bien acomodado, acostumbrado a no recibir ningún «no» por respuesta, se había planteado como reto acostarse con la chica cinco años atrás como uno más de sus juegos. Sin embargo, este acabaría marcando la vida de ambos.
Con diecisiete años ella y veintidós él se conocieron, irónicamente, en un hospital, en las sesiones de rehabilitación. Él había sufrido un accidente de moto y había sido operado de la rodilla, mientras que la chica tenía una hernia de disco y estaba en tratamiento físico preventivo para no empeorar su situación. El día que ella llegó por primera vez a la clínica, se quedó mirándolo imprudentemente. Raúl era atractivo y con una picardía que encandilaba a cualquiera, chulo y con un toque de arrogancia propia de un chaval de su edad que, hasta ese día, lo había conseguido todo con tan solo pestañear.
Ella era normal, del montón alejado del que él se solía fijar, pero no podía evitar la curiosidad al descubrir la sinceridad tan directa de la chica, quien estaba fijándose en su herida en vez de en él, llevándole a gastar una de sus insolentes bromas:
—La sonrisa y los ojos los tengo más bonitos, rubia —le dedicó con tono picarón.
A lo que ella respondió de una manera muy fría y distante, mirándole a los ojos:
—Es común, del montón. Pero la herida es original, al igual que tu falta de humildad y tu defecto visual, pues soy morena.
La cara de Raúl fue un auténtico cuadro. No supo ni qué responder ante semejante bordería de la chica. Sin embargo, eso mismo fue lo que le llamó la atención y, finalmente, lo que le enamoró.
Pasaron los tres meses correspondientes a la rehabilitación. Los pacientes que habían pasado todos juntos esa fase realizaron una cena de finalización, donde los flirteos entre la chica y Raúl eran cada vez más evidentes, pero él cometió el error de que siempre hablaba de más e incluso mantenía el mismo flirteo con otras. Por esta misma razón, cuando Raúl se ofreció a llevarla a casa paró en un parque cercano a la casa de la chica, donde poder hablar tranquilamente a solas.
—¿Por qué te caigo mal? —Sonreía mientras la miraba a los ojos.
—No me caes mal, Raúl. Si no, no estaría sentada aquí contigo.
Automáticamente, la besó de una manera un tanto fría y con las intenciones claras de querer algo más y, aprovechando el banco junto al parque y que era una zona totalmente oscura y poco transitada, acercó a la chica hacia él. En ningún momento habían dejado de besarse; la tensión sexual era muy evidente. Ella se sentó sobre él, dejando caer sus piernas por la parte de atrás del banco y acariciando la nuca de Raúl de una manera muy sensual. Se le notaba el erizamiento de los vellos cada vez más. Él aprovechó para coger con cada vez más fuerza la cintura de la chica. Era muy evidente el deseo carnal con cada gesto. Estaban a punto de entregarse, pues la chica estaba igual de desinhibida que él y con las mismas ganas de quitarle la ropa, pero de repente, a pesar de que en aquel momento fuera lo que más le apetecía, mordió el labio de Raúl y se levantó.
—Hoy no va a ser el día. Hoy no me apetece ser un número más.
—Estás de broma, ¿no? ¿De verdad me vas a dejar así? Pero si tú también quieres.
—Pero mi orgullo no me lo permite. Hasta pronto, rubio. —Se dio la vuelta sonriéndole y se fue.
—Hasta nunca, que eres una niñata chula y estúpida —le gritó enfadado y con cara de incrédulo.
Cada uno tiró hacia un lado. La chica se había preocupado con la última frase de él, pues realmente le apetecía, y mucho, estar con Raúl; pero no podía dejarse llevar. No era más que un niñato que solo quería un polvo, mientras que ella se acabaría pillando. Sabía que a pesar de estar culpándose por quedarse con las ganas, había hecho lo correcto para no sufrir.
Mientras tanto, Raúl no paraba de maldecirla por haberlo dejado tirado con el calentón. Su ego no se estaba creyendo lo que le acababa de pasar. Sin embargo, cuando llegó a su casa y encontró a su compañero de piso y amigo no paraba de reírse. Los nervios le hacían soltar una carcajada tras otra.
—Raúl, ¿qué te pasa? ¿Qué has fumado? —le preguntó Germán.
—Esa niña es una auténtica cabrona —le decía una y otra vez entre risas.
—No te has podido acostar con ella, ¿verdad? Pues me alegro. A ver si así se te bajan los humos. —Una frase que le dedicó mientras le golpeaba la rodilla.
—Llevo todo el camino pensando quién se cree. No está tan buena para que se lo tenga tan subido, pero ahora no puedo parar de reírme porque la hija de su madre sabe que no me voy a dar por vencido y la voy a llamar.
—Pues sin el número lo tienes difícil. —Ahora era Germán quien reía.
—Va a hacer que me lo curre. No será una noche de sexo sin más.
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