Así mismo, casi todas las definiciones ubican el fenómeno en el ámbito de la legitimidad, pues el intercambio clientelista lleva explícita o implícita la existencia de una negociación voluntaria o coercitiva, que implica la cesión de cuotas de poder político por parte de los clientes al patrón, mediante el voto u otros recursos; a la vez, los patrones hacen uso del poder cedido, y a cambio entregan algún bien, generalmente público, si bien no necesariamente. Lo evidente es que todas las definiciones incluyen el intercambio como un elemento infaltable del clientelismo. De este también se afirma que es propio de la vida política y que se desarrolla legalmente, si bien suele enfatizarse su vecindad y fragilidad para convertirse en corrupción. En la mayoría de acepciones citadas se evidencia una perspectiva comprensiva moderna, pues se evoca un contexto democrático ideal, pero está claro que hubo clientelismo antes de las democracias modernas y en diferentes estadios sociales: en la época griega y en el Antiguo Régimen.
La historiografía colombiana sobre el intercambio clientelar, al igual que la de la región santandereana, es escasa. Las investigaciones conocidas han sido abordadas principalmente desde la ciencia política. Al respecto destaca el trabajo antes citado de Leal Buitrago y Dávila, en el que centraron la atención en el fenómeno clientelista como mecanismo para la reproducción del poder por parte de los partidos tradicionales, liberal y conservador. En el balance bibliográfico que hicieron en la primera edición de 1990, destacan la tesis doctoral de James C. Scott, Patron client politicsand change. De esta debe rescatarse su caracterización del fenómeno en tres niveles, a partir de los agentes que intervienen en el intercambio y de su amplitud: el primero es el de las relaciones establecidas entre dos personas, comúnmente referenciadas como relaciones diádicas; segundo, el que resulta de conexiones entre agregados de personas y patrones, y el tercero, el que se expresa como una interfaz que vincula comunidades enteras10.
De las investigaciones posteriores debe mencionarse la de Francisco Gutiérrez Sanín, La ciudad representada, en la que abordó dos casos concretos: uno que corresponde al clientelismo desplegado por un concejal de Bogotá, y otro, a las prácticas clientelistas en el barrio Henares de la misma ciudad. Gutiérrez rescata de la relación clientelar varios aspectos: el carácter recíproco y asimétrico de las relaciones; las lealtades establecidas, por cuanto son transacciones racionales que contienen un cálculo de costos y beneficios y que, por tanto, implican compromisos para los agentes del intercambio; la importancia de la esfera pública como el ámbito propio de la relación clientelar; el uso de bienes públicos; su vecindad y su relación con la corrupción política y los problemas de mantenimiento, rotación y distribución de posiciones en torno al poder en las redes clientelares11.
Un balance más reciente acerca del clientelismo en Colombia puede leerse en Laura Guerrero, “Clientelismo político. ¿Desviación de la política o forma de representación? Estado del arte sobre las aproximaciones al clientelismo en Colombia, 1972-2002”. Este trabajo sintetiza las diversas aproximaciones analíticas de los estudiosos del fenómeno clientelista en Colombia y reseña sus fuentes teóricas: los funcionalistas lo explican como una contraprestación recíproca inherente a la existencia política de las sociedades (Fernando Tonnies, Max Weber, Talcott Parsons, Mauss, Malinovski, Richard Thurwald, Redfild y Boscof); los marxistas lo analizan desde la dominación de clase (en el caso colombiano, principalmente Miranda Ontaneda); desde el estructural funcionalismo (en Colombia, los ya citados, Leal Buitrago y Dávila Ladrón de Guevara) se enfatiza la existencia de la sociedad mediante sistemas y subsistemas interrelacionados; la autora también evoca los enfoques institucionalistas, neoinstitucionalistas y socioantropológicos. No obstante, toda vez que la realidad es esquiva a los modelos, suele recordarse que entre los estudiosos impera cierto eclecticismo interpretativo12.
El clientelismo dado en el siglo XIX colombiano tuvo sus particularidades, pues se trataba de una sociedad tradicional en la que sobrevivían valores propios de la vida colonial, pero en la que se procuraba establecer una sociedad política democrática; por esto la política, al menos discursivamente, tenía un horizonte legal moderno, una contradicción que suele caracterizarse como “ficción democrática”. En ese entonces muchas de las prácticas políticas llevadas a cabo por Wilches y los políticos de su tiempo, que hoy escandalizan, eran moneda corriente. El intercambio clientelista, crudo y manifiesto, era incluso, políticamente, lo más moderno que ellos podían imaginar
En el Santander que vivió Wilches cabe la explicación del fenómeno clientelista expuesta por Gunner Lind, quien lo analiza en la Europa moderna, y ubica a las familias como actores sociales fundamentales. Lind encuentra que el comportamiento clientelista puede expresarse entre parientes, en el seno de la comunidad, que puede darse de manera accidental, pero igualmente adrede, y que implica una conversión de recursos: «La forma más amplia de clientelismo es la red de gran escala que conecta a los grandes señores y sus familias con muchos clientes, con sus familias y con sus clientes […]. En el otro extremo, el más estrecho, se encuentra el contacto verdaderamente dual entre un padrino y un cliente aislado » 13.
Lo expuesto por Lind sobre este fenómeno, encaminado a favorecer o a controlar la administración pública por parte de una o varias familias, resulta aproximado al clientelismo en el que participó Wilches. Esto sin olvidar que en el contexto lo público y lo privado presentaban fronteras endebles, y que muchas veces los caudillos decidían en lo público como lo hacían con su vida y su hacienda. No obstante, debían vivir con la tensión permanente del deber ser, de la institucionalidad por ellos proclamada y escrita en las constituciones. De tal suerte, los políticos del siglo XIX colombiano se vieron atrapados en una dinámica contradictoria, con dos factores en dirección opuesta: el del discurso y el de las prácticas políticas.
La relación patrón-clientelas parece ser directamente proporcional al caudillismo típico de la política colombiana y latinoamericana en general, e inherente, en parte, a las prácticas de los partidos en todo el mundo. Del fenómeno caudillista, Deas recuerda que en Colombia durante la primera parte del siglo XIX, hombres como el general Mosquera tuvieron que buscar los votos con cerveza, música, cohetes, chicha, asados, peleas de gallos y periódicos14.
Entre las investigaciones dedicadas al caudillismo fue pionera la de Lynch, Caudillos en Hispanoamérica 1800-185015, en la que hizo un seguimiento a las carreras vitales de varios caudillos emblemáticos. También deben citarse algunos artículos de François-Xavier Guerra, como “De la política antigua a la política moderna: algunas proposiciones”16, donde llamó la atención acerca de lo valioso que puede resultar el análisis de los actores políticos y sociales en la comprensión de la política latinoamericana. Entre los autores colombianos merece mención el trabajo de Fernán González, “Caudillismo y regionalismo en el siglo XIX latinoamericano”, que enfatiza un hecho generalizado en los países surgidos después de las independencias: la confrontación entre jefes regionales que buscaban un nuevo equilibrio del poder del Estado. El hecho habría coadyuvado a que la sociedad política colombiana alcanzase nuevos estadios en el proceso de construcción del Estado colombiano17. En tal sentido, el trabajo de González da una explicación del caudillismo, sin caer en calificaciones positivas ni negativas, sencillamente muestra el fenómeno en relación con la dispersión del poder desencadenada después del hundimiento del Estado español a comienzos del siglo XIX.
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