Elena Ortiz Jiménez - Donald Meltzer, vida onírica

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La manera de comprender los sueños en el psicoanálisis contemporáneo es el resultado de un giro significativo en relación con la perspectiva freudiana. Durante varias décadas, los cambios en la concepción de los sueños fueron mínimos; aún hoy son muy pocos los analistas que se han dado a la tarea de estudiar los procesos oníricos como tales a pesar de que éstos son la materia por excelencia del proceso psicoanalítico.Vida onírica de Donald Meltzer es una obra maestra. Se trata de una propuesta de comprensión y exploración que enriquece
La interpretación de los sueños, el trabajo fundante del psicoanálisis, publicado por Freud en 1900, con una perspectiva ampliada y distinta. Vida onírica se inscribe en la tradición kleiniana y en lo que se ha llamado el modelo postkleiniano de la mente.Pasar por la experiencia del estudio de este libro fundamental cambiará sin duda la concepción del papel de los sueños en nuestra vida. El lector podrá entender en su sentido más amplio la sentencia de Shakespeare: «Estamos hechos de la materia de los sueños.»Elena Ortiz Jiménez nos guía en este libro a través de una obra fascinante cuyas nuevas concepciones nos enseñan que el sueño es el teatro generador del significado y es esa propuesta la que hace luminosa la sentencia de W. Bion: «Soñar es pensar.»Leer
Vida onírica de la mano de Elena Ortiz es un privilegio al que no debemos renunciar.

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En el siglo v a.C., Platón elaboró una teoría filosófica según la cual el mundo perceptible por la sensibilidad humana sería una copia o un reflejo imperfecto de otro en el cual las Formas (Ideas) serían inmutables, eternas y perfectas. Así, por ejemplo, el bien que podemos observar en el mundo es una modalidad de una idea del Bien ‘universal’, ‘absoluto’. Otro tanto ocurre con los objetos concretos: a un caballo, sensible —porque lo percibimos con los órganos de nuestros sentidos—, corresponde un caballo ideal, que reúne las características de todos los caballos realmente existentes en el pasado, el presente y el futuro. En la llamada Alegoría de la Caverna (República, 514a-517b) unos prisioneros están obligados a ver sombras en una pared al tiempo que escuchan ecos de voces. Las sombras son imágenes de figurillas de barro proyectadas gracias a la luz de un fuego que alimentan seres que hablan y cuyas voces los prisioneros perciben como ecos.

Liberado, uno de los presos queda primero deslumbrado por la luz que se emplea para proyectar las figuras; luego, al salir de la caverna, el sol le resulta insoportable hasta que puede habituarse y entonces mira los objetos del mundo como realmente son y puede contemplar el Sol-Bien absoluto.

El mundo de la caverna figura nuestro encadenamiento al mundo sensible; la salida, el ascenso del alma hacia el mundo inteligible, el que podemos percibir con nuestra inteligencia (intuición). El fuego de la caverna figura el sol visible del mundo sensible; el sol en el cielo, afuera, es el sol inteligible que representa al Bien porque es la fuente de todo lo que hay de bello y de verdadero, tanto en el mundo sensible como en el inteligible, y cuya contemplación asegura la sabiduría.

Donald Meltzer llamó “mitológico”, “teológico”, “religioso”, “filosófico”, “platónico” al modelo de la mente que surge de las concepciones kleinianas. Ciertamente, la metáfora platónica tiene una cualidad explicativa extraordinaria: el mundo concreto, sensible, los hechos, sólo tienen significado si recurrimos al mundo simbólico inteligible y sólo aprehensible por medio de la intuición. “¿Cuál es el olor de la ansiedad?”, pregunta Bion. Los fenómenos del consultorio sólo son inteligibles, no sensibles; y detrás de las ondas sonoras de las palabras que el oído psicoanalítico capta debe intuirse el significado. “Me siento en el consultorio —dice Meltzer— y miro las sombras en el muro de mi mente.”

El mundo platónico de las ideas fue reinterpretado en la tradición kleiniana no como una abstracción estática, sino como un tipo inmanente de trascendencia, un punto de vista poético: es decir, son las operaciones del mundo interno, entre los objetos internos, manifestadas a través de los sueños y de la fantasía inconsciente (el guion en ese teatro del significado) las que dan significado a nuestra vida. Y estas expresiones, los sueños y la fantasía inconsciente, son simbólicas en su esencia; estéticas.

El sol del Bien es también, para Platón, el de la Verdad y la Belleza. La admiración de Bion y Meltzer por los poetas románticos alemanes e ingleses procede sin duda de la concepción que éstos tuvieron de la infancia, pero, de igual manera, de la importancia que para ellos adquirió la filosofía (“Las alas de la poesía requieren de las plumas de la filosofía”, dice Coleridge), y de la identificación de epistemología y filosofía del arte (estética), es decir, de Verdad y Belleza, que practicaron: “Verdad es belleza y belleza es verdad/ es todo lo que debes saber en la tierra”, dice Keats). Esta identificación de verdad y belleza condujo a Bion a construir un modelo epistemológico que privilegió la verdad y a Meltzer a vincular la verdad con la belleza.

El mundo interno kleiniano suponía una concepción geográfica porque el cuerpo de la madre y las fantasías que éste desencadena en el bebé lo sitúan en los diversos lugares. (Más tarde, en la huella de esta concepción, Donald Meltzer desarrolló una pormenorizada geografía psíquica constituida por el mundo externo, el vientre, el interior de los objetos externos, el interior de los objetos internos, el mundo interno y el sistema delirante, el “no-lugar”.)

La visión epistemológica de Bion encontró en la identificación proyectiva una modalidad de exploración que lo llevó a una teoría del origen y el desarrollo del pensamiento. Bion describió el objeto parental como un pecho-mente, un aparato que permite a los pensamientos embrionarios desarrollarse en complejidad, mientras que las fuerzas negativas de la mente se oponen a la verdad en la realidad interna y externa, en oposición al pensamiento simbólico. Desmentalización, psicosis y estados psicosomáticos (soma-psicóticos) implican esta interferencia.

Así pues, al modelo de la mente del psicoanálisis clásico, que Meltzer llamó neurofisiológico, y cuya metapsicología incluía los principios dinámico, económico, tópico y genético, Klein y Bion adicionaron los factores geográfico y epistemológico.

“Todos los hombres desean por naturaleza saber” (aquí, ‘saber’ debe ser entendido como ‘comprender’), inicia la Metafísica de Aristóteles. El impulso epistemofílico, fue la propuesta psicoanalítica que Melanie Klein elaboró para explicar esta necesidad humana. Para ella, la materia de ese comprender era el pecho, el cuerpo de la madre, porque en la primera realidad del niño el mundo es un pecho y un vientre (Klein, 1930b: 233). Para Meltzer el conocimiento primordial es igualmente la respuesta a la primera percepción del mundo-pecho objeto combinado, sólo que el afán no es únicamente epistemológico, sino fundamentalmente estético, porque se trata de la respuesta del bebé a la belleza del mundo.

Para Meltzer, una dimensión estética del aparato mental se presentaba como lógicamente necesaria, una consecuencia de la evolución del modelo de la mente propuesto inicialmente por Freud, y del propio método psicoanalítico. Sin embargo, esta nueva perspectiva no radica sólo en que el método puede ser considerado un arte adscrito más al terreno de las humanidades que de la ciencia. De hecho, como Bion, Meltzer no desestima el carácter científico del psicoanálisis. La estética, para él no sustituye otras categorías; es un elemento entramado en la estructura misma del psicoanálisis porque está entramado de igual manera en la estructura de la mente.

Kant, y con él el Romanticismo, sostuvieron que el juicio estético ocurre en el punto en que lo sensible se hace inteligible: ese momento en que lo particular adquiere significado, y esto ocurre tanto con la naturaleza como con la obra de arte (Crítica del juicio). En una de sus última obras, Melanie Klein postuló que las emociones de depresión y de culpa propias de la posición depresiva, operan ya en cierta medida durante la fase paranoide esquizoide (Klein, 1960: 268). Meltzer comprendió el significado de esta observación y propuso su idea de conflicto estético (Aprehensión de la belleza) como el resultado del primer encuentro del bebé con el mundo-pecho. Si este momento inicial ocurre en la tempranísima posición depresiva, entonces el objeto completo se muestra en toda su armonía y creatividad, y es así percibido por el recién nacido. Ocurre entonces ese momento en que sensible e inteligible son lo mismo y la belleza resplandece ante sus ojos. Pero esa belleza, como el sol platónico del bien absoluto, lo deslumbra. Sus ojos aún no están preparados. Surge entonces el conflicto entre el exterior bello, aprehensible por los sentidos, y el interior enigmático. Frente al dolor causado por el impacto estético (no ser el objeto mismo, o al menos formar parte de él; no poseer su creatividad y su belleza) surgen las ansiedades persecutorias y la posición paranoide esquizoide se instala.

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