Fray Alonso expuso bien la doctrina de la analogía en su obra lógica, siguiendo de esa forma la línea del tomismo que aprendió en Salamanca como alumno de Domingo de Soto. Fue de los teóricos más consumados del analogismo, aspecto que supo plasmar en su estudio del matrimonio indígena antes mencionado, pues sostuvo que era válido cuando fuera semejante o análogo al cristiano, es decir, si había consentimiento por parte de los dos cónyuges.
Por otro lado, uno de los principales intereses del dominico fray Tomás de Mercado (Sevilla, ca. 1525 – Veracruz, 1575) radicaba en la lógica, asunto que observamos en sus comentarios de las súmulas de Pedro Hispano y de la lógica mayor de Aristóteles y Porfirio.9 Además, se distinguió como moralista de la economía; su Suma de tratos y contratos ha sido vista como un clásico de la historia económica, pues señala y critica aspectos que comenzaban a surgir al inicio del capitalismo, tales como la inflación.10 Su interés por estos temas se mezclaba con sus posturas de repudio a la esclavitud, pues en dicha obra se duele también del comercio de la población negra. En ese sentido, pinta con vivos colores la mortandad en los barcos que traían a esos seres humanos, reprochaba que los separaran de sus familias y argumentaba que, a pesar de ser algo permitido por el derecho de gentes, debería ser prohibido según el derecho natural.
Mercado estudió el concepto de la analogía en su obra lógica y supo aplicarlo en su trabajo sobre los tratos y contratos, ya que allí se veía la justicia conmutativa, la cual puede verse como proporcionalidad que, a su vez, es el núcleo de la analogía. La aplicación del concepto se halla también en su postura sobre los esclavos negros, a quienes consideraba como sus prójimos y semejantes, es decir, análogos. Así, encontraba en la esclavitud una práctica algo deplorable y una mancha al nombre de los cristianos.
Del lado de los jesuitas, tenemos a Antonio Rubio (Rueda, España, 1548 – Alcalá, 1615), quien elaboró un curso de filosofía que dejó inconcluso, asimismo, un trabajo que gozó de mucha fama denominado Logica mexicana, el cual seguramente fue leído por Descartes, pues era el texto con el que se preparaban los exámenes en el colegio de La Flèche, donde el francés estudió; además, dicha obra fue citada por Leibniz en su disertación Sobre el principio del individuo. Su texto tuvo numerosas ediciones y ahondaba no sólo en la lógica, sino también en la física, e incluso iba a contar con una metafísica, pero la muerte impidió este proyecto.11 Rubio trató la analogía en su exposición de la lógica de Aristóteles, donde recogió el texto original del Estagirita, en versión latina, para comentarlo de manera meticulosa y puntual. Cabe decir que dicha forma de trabajar era todavía una concesión a los humanistas del siglo xvi, aunque él ya despuntaba hacia el xvii.
Según podemos ver, tanto en la Universidad de México como en los colegios de diversas órdenes, había una excelencia académica semejante a la de Europa, representada en aquel entonces por España. Ya para el siglo xvii empezó poco a poco a recibirse la filosofía y la ciencia modernas. Hubo, por supuesto, muchos escolásticos, pero algunos de los intelectuales ya comenzaban a adoptar las nuevas ideas. La línea tradicional se dio sobre todo en la primera mitad de esa centuria, y después de la mitad comienza una renovación.
A mediados y finales de ese siglo, descuella Carlos de Sigüenza y Góngora (México, 1645-1700), quien ya se abría a la modernidad. En sus obras científicas se percibe la presencia de la filosofía reciente, sobre todo la de Descartes, pero también la de los nuevos científicos. Tal se ve, por ejemplo, en su Libra astronómica y filosófica,12 en la que combate a autores que tenían ideas anticuadas sobre los cometas —a propósito de uno que apareció por ese tiempo— como el famoso padre Eusebio Kino, jesuita que había estado en la Universidad de Ingolstadt.
Sigüenza escribe también el Teatro de virtudes políticas,13 donde ejemplifica no con gobernantes romanos, sino indígenas. De ese modo, manifestó su criollismo, pues el encomio de los pobladores originarios de estas tierras era algo usual entre criollos como forma de reivindicación de su derecho a las mismas y como postura diferenciadora de los peninsulares. Dicha perspectiva se muestra también en su colección de piezas antiguas de la cultura india con las que comenzó un museo que después sería ampliado.
Es precisamente en este aspecto donde se muestra el analogismo de Sigüenza; es decir, en el criollo y el mestizo, vistos como análogos, se encuentra la conciliación de lo europeo con lo indígena, tal como lo hizo en los ejemplos sobre las virtudes políticas de los gobernantes.
Por su lado, Sor Juana Inés de la Cruz (San Miguel Nepantla, 1651 – México, 1695) refleja un sólido conocimiento de la filosofía. Dominaba la escolástica, que era común en ese tiempo, además, se cree que pudo conocer ideas de Descartes, gracias a su amigo Sigüenza. Por otro lado, cita al jesuita alemán Atanasio Kircher, referente del hermetismo en aquella época barroca. De igual modo, se le atribuyen unas súmulas de lógica, hoy consideradas perdidas, así como un libro sobre música titulado El caracol.14
Como los autores que hemos revisado, la escritura de Sor Juana también es marcadamente analógica; en su lírica se encuentra el uso de la metáfora y la metonimia, que son otras formas de analogía como sostiene Octavio Paz, crítico medular de la monja poeta. La interpretación de su obra puede llegar a resultar oscura por las distintas capas de significados y la incorporación tanto del cartesianismo o criticismo, como del hermetismo que se inclina en gran manera por el uso de alegorías y símbolos; ejemplo de estos aspectos es su composición Primero sueño.
Por otra parte, se conocen algunas cartas de mexicanos a Atanasio Kircher que, como he mencionado, era considerado el principal sabio del Barroco. En este tiempo ocurre la confluencia de dos formas de pensamiento: mientras que empieza a llegar la filosofía moderna y Descartes comienza a ser leído en este lado del mundo; también se estudia el hermetismo, como el de Kircher, analógico y simbólico como el mismo pensamiento barroco.
En el xviii continuó la pugna entre conservadores y renovadores, pero para este siglo la modernización era ya más decidida. En ese sentido, los colegios de los jesuitas tuvieron un papel muy importante en la puesta al día de los estudios, hasta que en 1767 fueron expulsados de los dominios españoles y tuvieron que ir a los estados pontificios de Italia.
Uno de los filósofos de esta tendencia renovadora fue el jesuita Diego José Abad (Xiquilpan, Michoacán, 1727 – Bolonia, 1779). Su obra más notable es la composición en latín del Poema heroico que muestra un estilo trabajado a partir de sus traducciones de Virgilio, donde manifiesta su postura filosófica.
En la obra poética de Abad, el analogismo fue empleado para transmitir conceptos difíciles de filosofía y teología de una manera agradable y bella; gracias a ello, tuvo gran aceptación para fines didácticos, pues como era usual en la época neoclásica a la que pertenecía, el latín se empleaba para la enseñanza y la creación literaria.
Otro representante fue Francisco Xavier Alegre (Veracruz, 1729 – Bolonia, 1788), quien editó las Instituciones teológicas en las que trata múltiples temas filosóficos como el de la libertad natural del hombre contra la esclavitud.
De igual modo, el padre jesuita aborda la ley, el derecho y la justicia,15 en un tratado donde emplea el concepto de analogía, entendida como la proporción o proportio, que es el sentido en el que los latinos tradujeron la palabra griega. En ese entonces, los tratados sobre la ley o el derecho estaban asociados a la justicia —como los anteriores De iustitia et iure—, y sostenían que para lograrla, se necesitaba aplicar la proporción que a su vez, llevaba a la equidad.
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