1 ...6 7 8 10 11 12 ...18 —¿Hay algo que quisiera añadir?
Respondió que no, que era la verdad y nada más.
Ríos, en el último momento y pese a tener cerrada la declaración, le preguntó:
—¿Qué tal se lleva usted con los compañeros?
—Bien, no tengo problemas con ninguno de ellos. Pero... Espere, ahora recuerdo que anteanoche vino Crisanto, tomamos un café de la máquina y se marchó enseguida. Me extrañó mucho, no es habitual, pero tampoco le di mayor importancia, hasta el punto de que había olvidado mencionarlo.
En ese momento la guardia Cristina preguntó:
—¿La máquina de café está alejada de la sala de las cámaras?
Molinero, queriendo quitar importancia, respondió que no.
—¿Cuánto tiempo estuvieron tomando café?
Molinero se ruborizo, consciente de que se estaba complicado con su declaración. De alguna forma le pasaría factura. Por otro lado, debía decirlo aunque fuera una verdad a medias. Por eso manifestó que tomaron el café en el mismo lugar. Sabía que la máquina sirve el café a temperatura muy elevada y que para tomárselo se necesita un tiempo, que fue pasando en animada conversación con Crisanto. Si decía la verdad, bien hubieran podido pasar más de quince minutos sin estar pendiente de las cámaras. No podía contar la verdad tal cual, por eso mintió diciendo que solo fueron un par de minutos y enseguida volvió a su puesto de trabajo.
Rápidamente el instinto de Ríos se puso en alerta ante la más que interesante declaración del vigilante, por eso no dudó un momento en abrir una diligencia, ampliatoria de la anterior. Debía quedar constancia y, por supuesto, que el vigilante la ratificase con su firma.
Al día siguiente el sargento Ramírez llegó más tarde de la cuenta. La causa, que no había pegado ojo en toda la noche dándole vueltas al robo del códice, sin ningún resultado; esperaba, y además deseaba, que en la reunión con sus compañeros alguien pusiera algo de luz. Nada más llegar los convocó a su despacho para hacer el estudio de pareceres, analizando las incidencias del caso.
—Veamos —sin más comenzó a escribir en una pizarra—, objeto del robo, medidas de seguridad, persona que lo descubrió, hora de presentación de la denuncia, declaraciones tomadas, huellas o indicios, fotos... ¿Qué opináis y que tenéis que añadir?
Perea manifestó:
—¡No me gusta Crisanto, el vigilante de la mañana! Te lo he dejado puesto en una nota aparte, lo vi nervioso.
—Quizá —respondió Gustavo— por el consumo, pero por ahí no creo que lleguemos a ningún lado. Y también me parece un poco raro. Manifestó que próximamente se casaba.
—¿Cuándo?
—Espera que mire su declaración... Dentro de veintisiete días. ¿Por qué no indagamos su economía?
—¿Adónde nos llevará eso? —preguntó Perea.
—¡Tú eres el primero que has dicho que el tío ese no te gusta! Comprobemos su economía, a ver qué resulta. Por mirar no se pierde nada. A pesar de haber afirmado que se ha rehabilitado, ese se mete todos los días alguna dosis. Sé que sabes a cuánto está el pollo. Creo que con su sueldo no llega a fin de mes, ¿no te parece?
En ese momento intervino Ramírez:
—Sí, debéis mirar eso. Preparad una petición fundamentada para el juzgado. Por cierto, ¿cuál está de guardia?
—El número tres —respondió Cristina.
—Pues debéis fundamentarlo muy bien, ya sabéis que la del tres es muy quisquillosa. Dudo que conceda el auto para investigar las cuentas. ¿Alguien quiere apostar algo?
Todos sabían que perderían, pero había que intentarlo, era una pista que podía dar algún fruto, aunque no tuvieran evidencias.
En ese momento interrumpió Ríos:
—El vigilante de las cámaras ha mencionado que Crisanto estuvo anteanoche tomando un café con él durante la guardia. Aunque puede ser producto de la casualidad, no es habitual, y no lo digo yo, lo dice él en su declaración.
El sargento preguntó dirigiéndose a Ríos:
—¿Por qué no has dicho eso antes?
—No he tenido tiempo para hablar.
—Eventualidad que hay que investigar —dijo Ramírez—. Por otro lado, el jefe de los vigilantes, que es el único que los controla con sus vigilancias esporádicas, tuvo la boda de su hija la tarde anterior —y prosiguió— Por algún lado hay que empezar. La declaración del vigilante de las cámaras cambia mucho las cosas de cara a la solicitud del auto para comprobar las cuentas de Crisanto. Con todo, aún tengo dudas de que el juzgado tres dé la autorización. ¡Sigo admitiendo apuestas, señores!
Nadie dijo nada.
—Gustavo, ¿qué explicación hay para el hecho de que no hayamos reactivado ninguna huella? ¿Ni siquiera un vestigio de fuerza en las cosas y que el vigilante de las cámaras no haya observado nada? ¡Cómo se explica todo eso!
—Ramírez, sinceramente ninguno de los que estamos aquí lo sabemos. Podemos hacer muchas hipótesis de trabajo, pero ¿cuál sería la verdadera? ¿Tendríamos pruebas que fueran sólidas y que un juez nos las admitiese? A mí se me ocurre que a lo mejor se ha perpetrado desde dentro, o al menos han debido tener algún cómplice en el monasterio.
—Bueno, abriremos y daremos de alta la operación en el sistema conjunto de policía. ¿Qué nombre le damos?
—No debemos complicarnos mucho, yo sugiero Operación Códice Áureo —dijo Villalobos.
A todos les pareció bien.
—Bueno, a ver lo que podemos averiguar. Mantendré al capitán jefe de la unidad al corriente. Si no llegamos a nada, se derivará a los del Grupo de Patrimonio Histórico, con los que colaboraremos en la medida de lo posible. Lo que prevalece es que en nuestra demarcación se ha cometido un delito de cierta envergadura, sin duda de gran repercusión mediática a nivel nacional. Lo que interesa es descubrir a los culpables y recuperar el códice, lo demás son piques absurdos que no llevan a ningún lado.
—¡Joder!, sargento, no sé por qué dice eso. De sobra sabe que trabajamos en esa línea. Hemos tenido otros delitos más graves, como asesinatos, y así lo hemos hecho —dijo José.
—Sí, lo sé; pero por si acaso se ha olvidado, no está de más recordarlo. ¡Bueno, a trabajar!
[1]Expresión utilizada en la zona de Rosal de la Frontera, la saliva que sale de la boca al hablar en pequeñas burbujas.
[2]Servicio que hace la guardia civil por la demarcación de un puesto.
[3]Confidente.
[4]Sistema de comunicación interna de la Guardia Civil.
El teniente Pontificio Arias Perduro de las Eras, recién ascendido, habría podido llegar a ese grado de la jerarquía de la Guardia Civil más joven. Ya tenía 42 años y para qué engañarse, para él lo duro de la oposición fueron las pruebas físicas. Correr ya no entraba en sus planes. A su edad, hacer el kilómetro en cuatro minutos y doce segundos significó un esfuerzo superlativo. Estuvo a punto de abandonar la prueba, sentía que el pecho le explotaba en el momento de ser rebasado, en la segunda vuelta, por un compañero que le dijo:
—¡Vamos, que solo quedan doscientos metros y entramos en tiempo, no te vengas abajo!
Era su gran amigo José Bravo, que le ganaba en kilos y edad; así que apretó las mandíbulas y levantó las rodillas hasta la cintura, para que las zancadas fueran mayores y le permitiesen perseguirlo como el perro a la liebre.
También le costó dar el paso a oficial, porque se encontraba cómodo desempeñando su trabajo como suboficial; se excusaba con que él no había nacido para mandar, aunque de hecho ya lo venía haciendo en los diferentes grados de suboficial, es algo implícito en el cargo. Era una manera de justificarse ante sí mismo y ante los guardias.
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