1 ...8 9 10 12 13 14 ...18 —¡Pasad, pasad! —insistió el Pirata—. Una vez cerrada la puerta de la habitación, encendió la luz del baño, lo cual proporcionó cierta claridad al estar entreabierta la puerta. Esa penumbra permitió la visión de la entrepierna del Pirata. Fue entonces cuando entendimos la razón de por qué esa mujer no dejaba las citas con su compañero y amigo. Al bordear la esquina del pasillo, allí, tumbada sobre la cama, estaba ella. Llevaba puesto un sostén de color negro y borde rojo, braguitas del mismo color, medias con ligas y tacones. ¿En la cama con tacones? ¡Nunca había visto cosa igual! Lo máximo que habían contemplado sus ojos eran las famosas en bikini de la revista Diez Minutos, cuyos pósters pegaba tras la puerta de su taquilla. Tapaba su cara un pequeño antifaz, a juego con el resto de la ropa. De sus orejas colgaban unos pendientes de aro, los más grandes que había visto hasta ese mismo momento. Al oírla hablar, su voz se le antojó algo varonil:
—¡Hola!, ¡así que vosotros sois los amigos de mi excelente amante!
—Sí, sí —respondimos al unísono mirándonos y preguntando con la mirada al Pirata qué hacíamos.
Él nos entendió perfectamente.
—¡Venid, acercaos, vamos a comernos este rico manjar! —dijo mientras hacía con su mano un ademán de torero de capa que terminó sobre la cama donde se encontraba ella recostada como una nueva maja semidesnuda. Trascurrieron dos horas hasta que salieron, y parecía que hubieran venido de una guerra ¡de las de verdad! Y una obsesiva pregunta: ¿había sido realidad?
Lo cierto es que, para Pontificio, la dichosa mili trastocó sus planes de futuro, truncó su expectativa de iniciar una carrera e ir a la universidad, que era su sueño. Sentía predilección por Veterinaria, pues un tío suyo había ejercido como tal y ganó dinero a espuertas.
Su desvío sobre el plan prefijado se debió a la aparición en el cuartel de unos guardias ofertando el ingreso en el Cuerpo, y sin más se apuntó.
Tras el paso de cinco meses por la academia obtuvo el primer destino en Palma de Mallorca, lo cual supuso cruzar el inmenso y azulado Mediterráneo hasta la isla bonita. Pronto se encantó de sus gentes y sus costumbres. Se defendía con el mallorquín, lo entendía perfectamente. El tiempo trascurría sin darse cuenta. Si por él hubiera sido se hubiera quedado para siempre. Del ostracismo isleño lo sacó su padre, quien cierto día lo llamó inquiriéndole sobre las perspectivas que tenía para su vida: que si pretendía quedarse de guardia para siempre, que si era una lástima que no aprovechara los estudios alcanzados y no ascendiese... Le tocó el amor propio y le hizo poner los pies en tierra, por lo que de inmediato comenzó a prepararse para ascender a cabo. No le costó demasiado esfuerzo superar las pruebas, y tuvo un buen destino en la Policía Judicial de la Dirección General de la Guardia Civil, en Madrid.
Por su buen hacer y gran valía personal estaba bien considerado tanto por los de arriba como por los de abajo, de tal manera que circulaba por la dirección el siguiente lema: contra el choricín, no lo dudes y avisa a Pistín. Era conocedor de que sus compañeros así lo habían apodado tras el esclarecimiento de algunos delitos que, gracias a su perseverancia, logró aclarar tras encontrar pequeñas pistas que para otros habían pasado desapercibidas. Tales actuaciones le reportaron beneficios con alguna que otra condecoración que se enorgullecía de lucir en los actos de la Patrona, así como sendos diplomas que colgaban en las paredes del despacho. El mayor premio era la carga positiva en su autoestima.
Lo más importante vino con el ascenso a oficial, al adjudicarle el mando del nuevo Grupo de Patrimonio Histórico, un patrimonio tan expoliado, unas veces por la ignorancia, otras por el desconocimiento del daño que se causaba. Siempre hay gentes que de la noche a la mañana hacen grandes fortunas, y se les antoja que el pórtico de una ermita abandonada y semiderruida en esos pueblos de Dios les viene bien para cabecero de cama o como entrada a un nuevo restaurante. Luego están los tipos con conocimientos que encargan a profesionales del saqueo algún trabajo para su uso y contemplación personal; el precio no importa mucho, sobra el dinero, la codicia y el egoísmo para contemplar en exclusividad aquellas riquezas del pasado.
La nueva unidad hacía poco tiempo que había echado a andar, ante la ola de atentados, robos y saqueos que se estaban produciendo contra el patrimonio nacional. La Guardia Civil los quería atajar, en la medida de lo posible, con la creación de este grupo especial, compuesto por una treintena de guardias de demostrada valía profesional y personal al frente del cual se puso a la persona adecuada, que no era otro que Pistín.
En un radiograma emitido desde el puesto de El Escorial se adjuntaba un resumen de una denuncia que lo puso en alerta y sorpresa, pues la denunciante mencionaba a un famoso paisano suyo, don Benito Arias Montano. Se emocionó. Él también era nacido en Fregenal de la Sierra (Badajoz), con la sola diferencia de más de cuatrocientos años. ¿Quién de su pueblo no conocía a aquel personaje? Se ilusionó desde el principio con este caso, resolverlo sería un gran reto profesional. Tenía vínculos personales por el apellido Arias, quién sabe si sería pariente lejano de uno de los personajes más influyentes y desconocidos del siglo XVI.
En la vida del teniente Pontificio se cruzaron chicas que hubieran sido unas grandes esposas y mejores madres, pero no se inclinaba por esa forma de vida; el trabajo le apasionaba y ocupaba todo su tiempo. Nunca creyó justo casarse para privar a una mujer de la compañía de un marido ni a unos hijos de su padre, así que vivió la soltería como algo mágico. Él era el dueño de su tiempo y sus necesidades. Realmente no le iba tan mal, aunque tuviera que aguantar los reproches de su madre hasta sus últimos días de vida; nunca vio con buenos ojos que estuviera solo.
La soltería le generaba grandes beneficios espirituales, por definirlos de alguna manera. El más importante era permitirle viajar cada año a un país diferente. Así, a su edad había recorrido medio mundo, adquiriendo experiencias que no cambiaba por nada, además de sufrir penalidades y algún que otro incidente y hasta enfermedades, como aquella vez que enfermó de fiebre amarilla y casi la palma o aquella otra en que fue secuestrado por una banda de ladrones del desierto que no tuvieron bastante con el dinero que llevaba, sino que además tuvo que desprenderse de su reloj (le dio rabia no por el valor económico, sino porque le servía para orientarse) y de dos cadenas de oro con sus Vírgenes, regalo de su madre. Lo peor fue que lo dejaron sin agua, abandonado a su suerte. Tuvo que apañárselas para sobrevivir bebiendo su propio orín, gracias a ello estaba vivo y, cómo no, a la suerte, que fue su gran aliada.
Los viajes le hicieron más persona, le servían para entender mejor la vida y para dar gracias por haber nacido en un país donde se vivía sin privaciones. En todas sus visitas, dentro de sus posibilidades, trataba de ayudar, llevaba gafas usadas, medicamentos, dinero..., y en alguno que otro aportó su mano de obra.
Realmente Pontificio no sabía por dónde empezar la investigación. Pensó en desplazarse a El Escorial para analizar con el grupo de Policía Judicial lo que habían hecho hasta el momento, sin descartar entrevistarse con la denunciante, cosa seguramente estéril, pues su versión no iría más allá de lo relatado en la denuncia. No obstante, no le pasaron por alto las manifestaciones de los vigilantes.
A la mañana siguiente se desplazó con el sargento Ávila hacia El Escorial. Fueron recibidos por el sargento Ramírez, que los esperaba en su despacho.
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