—¿Sigues prefiriendo el blanco?
—Sí, siempre.
—Entonces no tendré mucho problema con la búsqueda... Del Condado, ¿verdad?
—¡Claro que sí!
Una vez en la mesa, después de intercambiar pareceres sobre la vida civilera, Patricio le participo su interés por presentarle a Luis Bourdelet.
—¿Quién es?
—Es alguien muy conocido en Aracena, y más en Sevilla. Doctor en Historia del Arte, gran coleccionista de obras artísticas y erudito sobre la vida de Benito Arias Montano. Suele venir los fines de semana al chalé que posee en la carretera de Alájar. Su mujer es encantadora, no tienen hijos. Suelen tratar muy bien a la gente, su casa es una continua fiesta, o más bien un lugar de encuentro de amigos.
—¿Y para qué debo conocerlo?
—Es un gran conocedor de la vida de tu paisano, solo por eso merece la pena conocerlo; ahora bien, si no quieres no pasa nada, tú decides.
—Bueno, vale.
[5]Al único y soberano Dios de todos los vivientes.
Que guarda ya junto a sí el alma de Benito Arias Montano, doctor, teólogo e intérprete, estudioso de los libros santos y sagradas escrituras; pregonero por gracia y privilegios divinos del más excelente testimonio a favor de Nuestro Señor Jesucristo, celoso y diligente varón incomparable por tantos títulos de los que se hizo acreedor además de por sus inestimables obras de ciencias llenas de sabiduría. Que el dios soberano se digne acoger estos tan venerables restos con el máximo honor que les son debidos, por los mortales, hasta el día de la futura resurrección de entre los muertos.
Don Alfonso de Fontiveros, prior, junto con todo el convento de Santiago de la ciudad de Sevilla con la mayor veneración y respeto para con el que en otro tiempo ejerció cargo de tan grande honor.
Murió en el año del Señor de 1598.
Año 1605 después de Cristo.
[6]De nombre científico amanita ponderosa, es una especie de hongo basidiomiceto comestible muy apreciada, endémica de la zona central y oeste de Andalucía y sur de Extremadura. Se cree que el nombre común gurumelo procede de su apariencia antes de salir de la tierra, ya que origina un montículo de arena agrietada, un pequeño grumo o grumuelo.
[7]Casa que se adjudica a los miembros de la Guardia Civil en los distintos destinos.
El historiador y el desamor
La vivienda de Luis Bourdelet era un lugar envidiable, un palacete neoclásico de lujo franqueado por un selecto jardín francés, con fuente y estatuas, no precisamente de esos abominables enanitos de jardín, sino de autores cotizados que bien pudieran estar expuestos en cualquier museo.
Al entrar en la finca, llamaba la atención la caseta del garaje, de amplias puertas, una de las cuales, entornada, permitía ver parte del interior, desde donde se podía entrever un vehículo de esos que aparecen en las revistas, libros especializados o en algún documental al uso. Se trataba de un Hispano-Suiza de 1930 de un negro refulgente tan atrayente y encantador como si de una mujer coqueta se tratara. Probablemente un lujo o capricho de gente adinerada, necesitada de manifestar su poderío económico con detalles de buen gusto. Seguramente su propietario sería el mismo que el del Jaguar de dos plazas modelo Coupé 4.2 de 1969, que estaba estacionado justo a la entrada de la casa.
En animada charla, los viejos camaradas se dirigieron hacia la puerta principal del palacete. Al pulsar el timbre, la puerta se abrió sola, tras el leve sonido del mecanismo de control remoto. Les salió al paso una mujer, de treinta y tantos años, pelo rubio al aire, con cascada sobre la frente, que cubría por completo; cutis limpio y claro, no daba la sensación de utilizar cosméticos, sino agua y jabón, como las mujeres de antes. Un sencillo pero ajustado vestido remarcaba un perfecto valle entre dos hermosas montañas, solo separadas por un medallón de una flor, o algo así, de extraña rareza. Su presencia no pasaba desapercibida.
La mirada de Patricio se dirigió fulminante como un rayo en medio del campo a la de Pontificio, quien se sobrecogió, una especie de descarga eléctrica lo paralizaba y hacía que los ojos no se apartaran; salió del trance al oír el saludo de Patricio a Felisa, que es como se llamaba y que respondió con un «Gracias, usted siempre tan galante» al elogio «Cada día más guapa».
Patricio no faltaba a la verdad, podía dar fe de ello, pues al aproximarse comprobó que le sacaba una cabeza a su amigo; bien es cierto que utilizaba tacones, mediría no menos de 1,70 m. Estaba ante un pedazo de hembra, y esto le hizo ruborizar; después de las presentaciones solo acertó a decir:
—Mucho gusto de conocerla —dando por hecho que era la dueña de la casa.
Ella respondió con naturalidad.
—El gusto es mío, y es un placer conocer al amigo de nuestro amigo.
Ellos entrecruzaron como cómplices colegiales una mirada maliciosa, que quería decir como en los viejos tiempos: «Esta es tuya, le has caído de maravilla».
—Supongo que vienen a ver a Luis... Se encuentra en el comedor, pasen. Usted sabe por dónde es, Patricio. Siento no poder acompañarlos, pues tengo que hacer unos recados en Aracena. Me alegro que de nuevo venga por esta casa y con tan buena compañía.
Sin más salió por la puerta principal dirigiéndose al Jaguar; se colocó una gran pamela de color blanco para evitar el viento sobre sus cabellos y puso en marcha el motor alejándose del lugar, no sin antes levantar la mano hacia ellos en señal de despedida con la mirada fija en él (o al menos eso le pareció), ya que unas gafas oscuras le impidieron comprobarlo.
Pontificio no quitaba la vista del coche ni de la mujer. Al mismo tiempo su cuerpo generó un aumento de la temperatura corporal que le ocasionó tal sofoco que le obligó a aflojar, de manera instintiva, el nudo de la corbata. Lanzando al aire un «¡Uf, qué calor!», su amigo entendió la situación, sin hacer ningún comentario. Unos pasos anunciaban la llegada de alguien, no era otro que Luis.
—¡Cuánto tiempo sin verlo! ¿Cómo le va?, ¿qué le trae por aquí? No vendrá como guardia civil... Ya sabe que soy persona legal, bueno, a veces conduzco con alguna copa de más —espetó el dueño de la casa luciendo una cordial sonrisa.
—No, no, don Luis. Hace tiempo que lo conozco. Nunca ha dado motivos, por tanto no tiene nada que temer. El motivo de mi visita es otro. ¡Ah!, me gustaría presentarle a un buen amigo, el teniente Pontificio.
—Es la primera vez que oigo ese nombre. ¿De dónde le viene?, ¿del latín? —preguntó al tiempo que le extendía la mano.
—Ignoro de dónde viene mi nombre, pero según contaban mis padres, tiraron del santoral del día de mi nacimiento; entre otros, figuraba ese y me lo pusieron sin más. La verdad, he dado esta explicación muchas veces.
Patricio continuó con la presentación del historial en el Cuerpo y en la vida de su amigo, y concluyó:
—En estos momentos se halla inmerso en un caso relacionado con un objeto del que usted es un gran conocedor; por eso se me ha ocurrido hacerle una visita interesada, puesto que se trata del Códice Áureo.
—Curioso —respondió Luis, dirigiéndose a Patricio—: ¿Acaso lo han sustraído?
—Efectivamente, ¿cómo lo ha sabido?
—Pura suposición, quizá ha sido un comentario poco acertado. Si ha sido así, es una mala noticia, pues los amantes de las obras de arte sentimos que ocurran estas cosas, y últimamente pasan con demasiada frecuencia. Parece que no haya quien ponga freno.
Patricio en ningún momento quiso interrumpir, solo habló cuando Luis terminó para decir que su amigo era fundador de una unidad creada en la Guardia Civil para luchar contra los detractores del patrimonio histórico nacional.
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