Alfonso Urrea Martin - Vivir, trabajar y crecer en familia

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Interesante contenido y guía que apoyará a las empresas familiares en la resolución de los retos que impone el proyecto empresarial, además, les ayudará en el proceso de institucionalización el cual cada familia deberá de enfrentarlo con la convicción de que al final se alcanzarán las metas y se disfrutará de la recompensa del esfuerzo invertido. Este libro está planteado en el contexto mexicano y se ha enriquecido con anécdotas y ejemplos que ayudan a comprender los conceptos. Propone un modelo para visualizar el ecosistema de la empresa como coincidencia de tres sistemas: el patrimonial, el empresarial y el operativo.

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Mi experiencia en ese viaje me transformó como persona, como trabajador y como ciudadano. Como trabajador aprendí la gran diferencia entre la cultura asiática y la mexicana. Su ritmo es impresionante, no existen robots que trabajen tan rápido como los chinos; pero vi niños descalzos, sin guantes ni lentes de protección forjando herramientas de acero a altas temperaturas. Observé una gran indiferencia por el bienestar de las personas, la ecología y la calidad, también me di cuenta de la importancia de viajar, de visitar fábricas, empresas, ferias, distribuidores y proveedores para aprender, comparar y valorar.

Quizá el aprendizaje más importante que tuve fue como ciudadano. Antes de visitar Asia solo conocía Estados Unidos y cuando regresaba de esos viajes, México me parecía sucio y me quejaba de las calles con baches, las carreteras malas y peligrosas, la falta de respeto al peatón, a las filas y a las leyes. Cuando regresé de China mi perspectiva cambió radicalmente: encontré a mi país limpio, ordenado y hermoso. ¡México parecía un lugar de primer mundo comparado con la China de ese entonces!

EL FOGUEO

Después de algunos meses, y con la ayuda de varias personas, logré que Indherra arrancara. La inicié con Servando Franco (que había sido operario en Urrea) en una bodeguita de la calle 64 y avenida Revolución, en Guadalajara. Teníamos una camioneta pick up en la que transportábamos las forjas de los tensores desde Urrea Herramientas (ubicada en El Salto) a nuestras instalaciones, para maquinarlas y luego llevarlas a galvanizar, regresarlas a la bodeguita en donde hacíamos los ensambles y, al final del proceso, entregarlas en El Salto. Posteriormente, también llegamos a fabricar nudos para cables, guardacabos y grilletes.

Servando y yo éramos un par de todólogos solitarios. Recuerdo que por las tardes me iba a la universidad con la ropa llena de grasa porque durante las mañanas subíamos y bajábamos materiales de la camioneta y, de vez en cuando, también teníamos que reparar la máquina de producción.

Fue un proyecto extraordinario. Creció y generó utilidades desde el primer año, fue mi gran escuela y mi primer «hijo empresarial». Cuando ya tenía el tamaño de una fábrica, lo dejamos en manos de un gerente de confianza porque me encomendaron crear un área de desarrollo de proveedores, dentro de Urrea Herramientas, para incluir nuevos productos al catálogo y así aprovechar la experiencia que había obtenido desarrollando productos en Indherra. Durante este proceso de aprendizaje y crecimiento conté con el apoyo de grandes maestros entre los directores, gerentes y colaboradores de Urrea Herramientas, personas a las que recuerdo con mucho cariño y gratitud.

Viajé por todo el mundo visitando ferias, fábricas y conociendo a varios de los mejores proveedores de hoy en día. Mi esfuerzo se reflejaba positivamente en los resultados financieros del negocio, disfruté mucho mi trabajo porque se trataba de crear, sumar y aportar nuevas ventas a la empresa y, lo mejor de todo, me daba la oportunidad de convivir con mi papá y con mi abuelo, don Raúl.

DON RAÚL

Compartir el escritorio con mi abuelo y con mi padre durante dos horas diarias fue mejor escuela que la universidad. Ellos se convirtieron en mis tutores. Aprendí su filosofía empresarial, su estilo para dirigir, para tomar decisiones y la forma en cómo se relacionaban con sus colaboradores.

De mi abuelo adopté la recomendación de que nunca dependiera de un solo cliente o proveedor, y mucho menos si eran parte del gobierno o dependientes de la política pública. Otro de sus consejos era: «Primero vende y luego fabrica», línea estratégica que sigue vigente en nuestros proyectos de expansión.

Su sabiduría se reflejaba en frases sencillas, pero de gran alcance y profundidad: «Las empresas que nacen grandes, se hacen chicas. Y las empresas que nacen chicas se hacen grandes», «No hay buenas o malas empresas (o sectores), hay buenos o malos administradores», «No se casen con malos negocios, hay que cortarlos a tiempo». Además de su atinado sentido comercial, mi abuelo tenía un gran corazón. Un día me preguntó por uno de mis colaboradores de Indherra que estaba incapacitado. Yo no supe qué decirle y su respuesta fue: «Lo más importante de la empresa son tus colaboradores, nunca dejes de preocuparte por ellos».

Cuando alguien le decía «don Raúl, ¿cómo van los negocios?» él sacaba una pequeña hoja de papel en donde tenía apuntados cuántos colaboradores había antes y cuántos ahora; cuántos contaban con carrera universitaria, preparatoria, secundaria o primaria; cuántos poseían casa, coche o bicicleta. El desarrollo de su gente siempre fue su máxima prioridad, siempre veló por sus colaboradores. Su mayor logro era que todos tuvieran éxito, no solo la empresa.

«LAS EMPRESAS HONESTAS DEBEN GENERAR UTILIDADES PARA CUMPLIR SUS OBLIGACIONES CON LA SOCIEDAD, CLIENTES, PROVEEDORES, COLABORADORES, ACCIONISTAS Y GOBIERNO».

DON RAÚL URREA AVILÉS

Mi abuelo impulsó la idea de que todos los trabajadores tuvieran una vivienda digna y, junto con don Heliodoro Hernández Loza —distinguido líder sindical—, creó el Instituto de Bienestar Social, en donde cada trabajador aportaba voluntariamente un 5 % de su sueldo y la empresa otro porcentaje igual para fondear la adquisición de una casa. Ambos le presentaron la idea al presidente Luis Echeverría Álvarez durante una gira que hizo por Jalisco… La iniciativa se convirtió en lo que hoy conocemos como Infonavit.

Influenciado por mi abuelo, aprovecho cualquier oportunidad para recordar a mis ejecutivos que, cuando un colaborador deja de trabajar con nosotros, debe salir de la empresa siendo una mejor persona, de lo contrario, le habremos hecho perder su tiempo.

DON ALFONSO

Su filosofía de vida es su legado más trascendente: «Lo más importante es el ser y el hacer, no el tener; cuando una persona muere nadie se acuerda de lo que tuvo, lo único que queda es el recuerdo de lo que fue y el legado de lo que hizo». Este pensamiento lo hemos extrapolado a la compañía y lo reflejamos en nuestra visión: «Ser la mejor empresa para nuestros clientes, proveedores, colaboradores y accionistas», y en nuestros prin­cipios: «Ser un ejemplo como empresa familiar y, al mismo tiempo, tener una profunda integración con nuestros colaboradores».

Mi papá era un hombre muy sencillo y práctico, pero de gran profundidad en sus pensamientos: «Más vale un mal arreglo, que un buen pleito», «Trata de no negociar directamente con los clientes porque cuando das alguna concesión, eres el mejor; pero cuando quitas o tienes que aplicar alguna sanción o restricción, te conviertes en el peor. Tú solo debes entrar como último recurso a destrabar lo que tu equipo no pudo». Hoy en día, siguiendo estas enseñanzas, cuento con un modelo institucional para apoyar la toma de decisiones de mis directores y gerentes en su relación con clientes y proveedores, sin que yo aparezca. Funciona bastante bien y solamente me encargo de atender las excepciones, que son mínimas.

«LO MÁS IMPORTANTE DE LA EMPRESA SON TUS COLABORADORES, NUNCA DEJES DE PREOCUPARTE POR ELLOS».

Me inculcó el valor de la verdad, esencial para la toma de decisiones acertadas: «Si no sabes, di no sé; pero no inventes respuestas o digas mentiras ya que, sobre información errónea, se toman decisiones equivocadas». Por supuesto, no podía faltar en su filosofía la inclusión del recto comportamiento en nuestro actuar diario como requisito para que a uno le vaya bien, porque «al que obra mal, se le pudre el tamal».

A finales de los años ochenta, mi papá se vio en la disyuntiva de competir por precio o por calidad. Entonces fui testigo de una de las mejores decisiones que tomó en su vida: optó por la calidad. Contrató a una firma consultora y se lanzó a crear una cultura de calidad total.

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