A todas las maestras y maestros del
equipo de Educación Infantil del colegio Ártica de Madrid, con el que tuvimos la suerte de compartir
la maravillosa empresa de poner a trabajar
juntos a los diferentes.
Agradecimientos
Este libro no hubiera sido posible sin la colaboración de cuatro personas muy especiales para nosotros:
Olga Sánchez Píriz, que tuvo la generosidad de regalarnos esas fantásticas ilustraciones que abren cada uno de los capítulos de esta obra y, creemos, la convierten en algo muy especial.
Pilar Moya Cervantes, que nos ayudó tanto a organizar y poner en marcha la obra como a hacer la corrección final.
Álvaro García López, que nos diseñó toda la serie de ilustraciones de las clases que explican mucho mejor que los propios textos cómo disponer un aula para cooperar en Educación Infantil.
María Vilches García, que con su talento para la redacción le dio a la obra ese toque diferente que tanto nos gusta.
Prólogo
Mari Carmen Díez Navarro es maestra, especialista en Educación Infantil, psicopedagoga y asesora de docentes. Ha sido coordinadora pedagógica en la Escuela Infantil Aire Libre de Alicante, miembro del Consejo de Redacción de la revista Infància de la Asociación de Maestros de Rosa Sensat y miembro de la Asociación Infancias. Ha escrito libros de poesía: Versos recién nacidos, Caperucita Roja y los 40 ladrones, Pitiflores, La hormiguita colorá...
Es autora también de libros sobre educación infantil en los que narra y analiza sus experiencias con los niños y niñas, tales como: La oreja verde de la escuela, Proyectando otra escuela, Un diario de clase no del todo pedagógico, Coleccionando momentos, El piso de abajo de la escuela, Poesías por alegrías, Mi escuela sabe a naranja, Los pendientes de la maestra, Diez ideas clave, La educación infantil y Caramelos de violeta.
Soy una ferviente partidaria de los grupos y de las cooperaciones con sus encuentros y sus desencuentros, sus descubrimientos radiantes y sus rutinas vacías, sus momentos nublos y sus momentos claros. Y es que me agrada estar con otros, ya sea para pensar, hablar, jugar, bailar o trabajar. De modo que con el tiempo he formado parte de bastantes grupos: una cooperativa, varias asociaciones, el colegio, el instituto, la universidad, el coro, la tertulia de amigas educadoras, el equipo de maestras de mi escuela, los grupos de baile, de excursionismo, de literatura, de asesoramiento docente. Después he profundizado en los fenómenos grupales y he sabido que aprender con otros es una experiencia relevante y significativa para los niños, y no solo en lo referente a sus aprendizajes, sino también en su vida afectiva y de relación. Así lo dije una vez:
“Me gusta contemplar cómo las personas aprendemos, admirar el placer que da la adquisición de saberes nuevos. Y sobre todo, me gusta verlo cuando estos traspasos de conocimiento se dan horizontalmente, o sea, cuando los niños aprenden de otros niños o con ellos. El asombro maravillado ante la pericia del hermano o del compañero de mesa enciende un especial brillo en los ojos del aprendiz, una repentina avidez por captar, un deseo que chispea y que busca que fructifique el crecimiento compartido. Cuando un niño aprende de la mano de otro niño, su aprendizaje es más natural, más significativo, más vital, más vinculado. El que enseña se siente capaz y generoso, el que aprende se convence de que saber con ayuda de un amigo es algo importante. Y los que miramos sentimos que la vida sigue y que es hermosa”.
Por eso, cuando me han propuesto escribir el prólogo de este libro, he aceptado, porque he visto que es un libro que bucea en las posibilidades reales del aprendizaje cooperativo en Educación Infantil, que confía en la potencialidad del apoyo mutuo y que sueña en la alegría de compartir con los demás saberes e ignorancias, habilidades y dificultades, curiosidades y emociones. Un libro que sabe que el tema grupal es complejo, como compleja es la naturaleza humana desde bien temprano y que no niega las dudas, los detenimientos y los desánimos que pueden acechar a los buenos maestros y maestras, que sueñan con lograr un clima amable y cooperador en sus clases.
El texto está estructurado en siete capítulos, precedidos por una introducción, escrita por Olga Manso Baeza y culminados por un epílogo, a cargo de Francisco Zariquiey Biondi, ambos coautores del texto. Ellos cuentan con cariño su común experiencia en la iniciación del aprendizaje cooperativo en el Colegio Ártica de Madrid y es un gusto percibir su entusiasmo. “La idea era sencilla: veníamos a poner en marcha una organización escolar que utilizaría la interacción entre iguales como herramienta clave para promover el aprendizaje de todos los alumnos. No solo el aprendizaje de aquellos contenidos más `académicos´ que, sin duda, se potencian dentro de las dinámicas cooperativas, sino también el aprendizaje de toda una serie de destrezas, valores y estrategias relacionadas con el trabajo en equipo, la convivencia y la gestión constructiva del conflicto.”
Desde el principio Olga nos avisa de la dificultad de hacer aprendizaje cooperativo en Educación Infantil, “No todo ha sido un “camino de rosas”. Los principios fueron difíciles”, pero a la vez nos anima con fuerza diciéndonos que vale la pena intentarlo, porque “aunque cuesta, compensa”. Para ello nos ofrece tres pistas: “cooperativiza lo que haces”, “entiende la cooperación como un medio y un fin”, y “mantén unas expectativas realistas y ajustadas respecto al desarrollo de esa competencia”. Por su parte Francisco nos habla de que hará falta “contextualizar los planteamientos pedagógicos”, y de que “será preciso compartir con otros lo que se descubra en nuestra práctica”.
El lenguaje del libro es claro, directo, cercano, casi coloquial a veces, pareciendo que los autores dialogan con cada lector, responden a sus preguntas, aportan consejos, indicaciones o pautas, y les plantean reflexiones, cuestionarios y retos. Todo ello para destacar la importante posición de cada maestro como guía de su grupo-clase y para demostrar que cualquier decisión adoptada respecto a la formación de los pequeños grupos en el aula, a su situación espacial, a los criterios de selección de los niños y las niñas, y a la estabilidad de los agrupamientos, ha de pasar por la observación del grupo y de cada niño, por el propio pensamiento, por el contraste con las teorías subyacentes y por la puesta en común con los demás maestros que trabajan con ese grupo en concreto.
Cuando en el texto se habla de conocer a los alumnos, no solo se alude a saber su nivel de desempeño y sus competencias para la cooperación, sino también a conocer su historia, su encuadre familiar, su contexto sociocultural, su manera de ser, su creatividad, su modo de moverse, sus actitudes emocionales, sus competencias, sus relaciones, sus habilidades y sus desajustes. Para lo cual los autores proponen diversas técnicas: escribir un diario de clase, un anecdotario, aplicar escalas de valoración, realizar sociogramas, entrevistas y dibujos. Porque como dicen ellos: “Resulta indispensable que se tenga claro que la competencia para cooperar del alumnado constituya un medio y un fin en sí mismo, lo que implica no solo cooperar para aprender, sino también aprender a cooperar”.
Si repasamos el recorrido del desarrollo evolutivo de los niños, veremos que han de elaborar una serie de procesos fundantes hasta constituirse en personas diferentes con su estructura psíquica, su identidad única y bien asumida, una suficiente autoestima y una seguridad básica que les permita mirar adentro y alrededor sin tambalearse. Saldrán de su núcleo familiar y del apego primario que los vincula a sus padres, que les han proporcionado afecto, cuidados e ilusión por vivir, y comenzarán a asistir a la escuela infantil donde habrán de compartir tiempos, espacios, juegos y aprendizajes con otros niños.
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